/ lunes 26 de julio de 2021

ANECDOTARIO DE LA ULSAB

En la Universidad Lasallista Benavente (ULSAB) ubicada en Celaya, Guanajuato realicé un sueño: cursar la carrera de abogado. Gracias por el apoyo del rector, el licenciado Héctor Aguilar Tamayo. En 1983 egresé, pasaron cinco largos años de ir y venir diario a la Puerta de Oro del Bajío. Treinta años después, mis compañeros de generación y yo, nos reunimos para planear eventos a fin de conmemorar tan significativo aniversario. El acto académico incluyó el pase de lista, la entrega de constancias y las palabras alusivas.

Quiso la diosa fortuna que el que esto escribe, transcurridos ya, tres décadas fuese el encargado nuevamente, de dirigirse a sus ahora, experimentados compañeros abogados. Otro evento, fue colocar en el muro de honor de la Universidad, una placa con los nombres de los integrantes de la generación, con el lema: OMNES VIRI BONE IUS IPSUN AMANT. Otro más, elaborar un anecdotario con los hechos vividos como universitarios. En esta ocasión publico la anécdota titulada “Las golondrinas” de una de las compañeras más estudiosas e inteligentes del grupo: Nancy B. De Santiago López.

“En el último año de la carrera nos agarró el síndrome de “las golondrinas” por lo que empezamos a entonarlas desde el inicio del semestre y conscientes de las “bolitas” de amigos que había en el grupo, decidimos realizar, cada uno, una fiesta en honor de todos los compañeros para irnos despidiendo de nuestra etapa universitaria. Así, todos deberíamos convidar a las otras “bolitas” y ser, por una vez, anfitriones y el resto de las fiestas, invitados. Todos cumplimos, nos íbamos superando, unos a otros, en el mejor afán competitivo de agradar a los compañeros.

En esas andanzas, mi bolita contó con el apoyo de Franckie Villegas para hacerlo en su casa y bajo los auspicios de nuestro compañero (de otra bolita) fuimos en autobús hasta el meritito San Luis de la Paz. Transcurrió la reunión con mucha camaradería y, al terminar, algunos de nuestros compañeros ya andaban muy “flameados”. Comenzamos a subirnos al autobús para regresar a Celaya y me encontraba sentada con Raquel en la primera fila del autobús, del lado del copiloto esperando a que todos subieran. Súbitamente, un poco agitado, sube Arturo y con rápido movimiento, corre el cierre del pequeño maletín tipo “agente de seguros” que sostenía y nos dice “hay guárdenle esto a mi compadre Carreño”.

Ambas, asustadas por el contenido del maletín, rápidamente nos acomodamos de modo que entre nuestros muslos quedase el maletín sin ser notoria su presencia. En ese instante, sube Chava Carreño y con voz de trueno bañada en aguardiente, gritó “¿Y dónde está mi pistola?”. Raquel y yo entendimos el porqué de la precaución y mantuvimos una conversación que se había enfriado un poco.

Arturo, conciliador, le dijo a Chava “compadre, no te apures, aquí ha de estar, nada se pierde entre nosotros, vente a sentar” y se lo llevó por el pasillo del camión a sentar en los asientos de atrás, donde afortunadamente, a los pocos minutos, roncaba plácidamente el compañero Chava, quien, al llegar a Celaya, recibió su maletín de manos de Arturo “te dije que aquí nada se pierde”.


En la Universidad Lasallista Benavente (ULSAB) ubicada en Celaya, Guanajuato realicé un sueño: cursar la carrera de abogado. Gracias por el apoyo del rector, el licenciado Héctor Aguilar Tamayo. En 1983 egresé, pasaron cinco largos años de ir y venir diario a la Puerta de Oro del Bajío. Treinta años después, mis compañeros de generación y yo, nos reunimos para planear eventos a fin de conmemorar tan significativo aniversario. El acto académico incluyó el pase de lista, la entrega de constancias y las palabras alusivas.

Quiso la diosa fortuna que el que esto escribe, transcurridos ya, tres décadas fuese el encargado nuevamente, de dirigirse a sus ahora, experimentados compañeros abogados. Otro evento, fue colocar en el muro de honor de la Universidad, una placa con los nombres de los integrantes de la generación, con el lema: OMNES VIRI BONE IUS IPSUN AMANT. Otro más, elaborar un anecdotario con los hechos vividos como universitarios. En esta ocasión publico la anécdota titulada “Las golondrinas” de una de las compañeras más estudiosas e inteligentes del grupo: Nancy B. De Santiago López.

“En el último año de la carrera nos agarró el síndrome de “las golondrinas” por lo que empezamos a entonarlas desde el inicio del semestre y conscientes de las “bolitas” de amigos que había en el grupo, decidimos realizar, cada uno, una fiesta en honor de todos los compañeros para irnos despidiendo de nuestra etapa universitaria. Así, todos deberíamos convidar a las otras “bolitas” y ser, por una vez, anfitriones y el resto de las fiestas, invitados. Todos cumplimos, nos íbamos superando, unos a otros, en el mejor afán competitivo de agradar a los compañeros.

En esas andanzas, mi bolita contó con el apoyo de Franckie Villegas para hacerlo en su casa y bajo los auspicios de nuestro compañero (de otra bolita) fuimos en autobús hasta el meritito San Luis de la Paz. Transcurrió la reunión con mucha camaradería y, al terminar, algunos de nuestros compañeros ya andaban muy “flameados”. Comenzamos a subirnos al autobús para regresar a Celaya y me encontraba sentada con Raquel en la primera fila del autobús, del lado del copiloto esperando a que todos subieran. Súbitamente, un poco agitado, sube Arturo y con rápido movimiento, corre el cierre del pequeño maletín tipo “agente de seguros” que sostenía y nos dice “hay guárdenle esto a mi compadre Carreño”.

Ambas, asustadas por el contenido del maletín, rápidamente nos acomodamos de modo que entre nuestros muslos quedase el maletín sin ser notoria su presencia. En ese instante, sube Chava Carreño y con voz de trueno bañada en aguardiente, gritó “¿Y dónde está mi pistola?”. Raquel y yo entendimos el porqué de la precaución y mantuvimos una conversación que se había enfriado un poco.

Arturo, conciliador, le dijo a Chava “compadre, no te apures, aquí ha de estar, nada se pierde entre nosotros, vente a sentar” y se lo llevó por el pasillo del camión a sentar en los asientos de atrás, donde afortunadamente, a los pocos minutos, roncaba plácidamente el compañero Chava, quien, al llegar a Celaya, recibió su maletín de manos de Arturo “te dije que aquí nada se pierde”.