/ sábado 6 de abril de 2019

CENTENARIO DE LA MUERTE DE EMILIANO ZAPATA

En mi paso por la Escuela Normal Oficial de Irapuato, como profesor de ciencias sociales, adquirí Zapata y la Revolución Mexicana de John Womack Jr. publicado por Siglo XXI Editores quedando impresionado, ya antes había leído Raíz y razón de Zapata de Jesús Sotelo Inclán, mi conclusión de ambas lecturas es, no se la ha hecho justicia a pesar de habérsele reconocido como un héroe oficial.

Sus padres fueron Cleofas Salazar y Gabriel Zapata. Emiliano nació el 8 de agosto de 1879, fue el penúltimo de diez hermanos. Nació con una manita grabada en el pecho. Emiliano estudió la instrucción primaria en Anenecuilco. Casi todos sus biógrafos se refieren al pequeño Emiliano, como el que sufrió directamente las arbitrariedades del hacendado Manuel Mendoza Cortina cuando invadió las huertas y casas del barrio de Olaque, viendo llorar a su progenitor le preguntó: -Padre, ¿por qué llora? –Porque nos quitan las tierras. -¿Quienes? -Los amos. -¿Y por qué no pelean contra ellos?. –Porque son poderosos.

Pues cuando yo sea grande haré que las devuelvan. Desde entonces quedó en su mente devolver las tierras a sus legítimos propietarios. Emiliano Zapata no era jornalero ni pobre, en 1911 explicó “Tengo mis tierras de labor y un establo, producto no de campañas políticas sino de largos años de honrado trabajo y que me producen lo suficiente para vivir con mi familia desahogadamente”.

Logró tener diez mulas con las que iba a los pueblos y ranchos a acarrear maíz, cal y ladrillos. Además, tuvo éxito en la agricultura. “Uno de los días más felices de mi vida -confesó alguna vez- fue aquel en que la cosecha de sandía que obtuve con mi personal esfuerzo me produjo alrededor de quinientos o seiscientos pesos”. En 1910 su capital era de 3,000 pesos. Zapata tuvo siempre orgullo de ganarse la vida de modo independiente. “Era delgado, sus ojos muy vivos, tenía un lunar en un ojo y muy abusado, de a caballo, ranchero”. Era un gran charro.

Es célebre su entrada a la ciudad de México y su reacción ante la silla presidencial. Villa se sentó con mofa y le dice a Emiliano, a ti te toca. Le contesta Zapata, no me interesa la política, yo no luché por eso, yo quiero que se devuelva la tierra a sus propietarios originales y agrega “deberíamos quemar la silla para acabar con las ambiciones”.

Desde siempre Zapata había tenido delirio de persecución. Una y otra vez repetía su frase predilecta: “Perdono al que roba y al que mata, pero al traidor no lo perdono”. La muerte de Zapata fue una traición. El Parte de Salvador Reyes Avilés, secretario particular mayor del jefe del Ejército Libertador del Sur, lo explica. Se había acordado una reunión entre Zapata y el coronel Jesús M. Guajardo con el fin de pasarse éste a las filas del Ejército del Sur.

La guardia parecía preparada a hacerle los honores. El clarín tocó tres veces llamada de honor y al apagarse la última nota, al llegar Zapata al dintel de la puerta, montado en un caballo alazán, que un día anterior le había regalado Guajardo, de la forma más alevosa y cobarde a quemarropa los soldados descargaron dos veces sus fusiles. Zapata cayó para no levantarse más. Los soldados del traidor Jesús M. Guajardo, desde las alturas, cerca de mil, descargaban sus fusiles sobre Zapata y su escolta de diez hombres, hace 100 años.

Termino con las palabras de Pedro Ángel Palou: “Tres días con sus noches el cadáver de Emiliano Zapata descansa sin sosiego, a la intemperie. El cuerpo se descompone, abotaga, se hincha. La boca parece cubrirle toda la cara: una inmensa costra la cubre, llena de moscas, zumban, chupan sangre. Pero la sangre ya también es una masa purulenta, un negro charco agrietado como la tierra. Muy quedo y luego a gritos, a gritos que nadie oye, aúllan feroces: ¡Zapata no ha muerto! ¡Zapata vive!”.

En mi paso por la Escuela Normal Oficial de Irapuato, como profesor de ciencias sociales, adquirí Zapata y la Revolución Mexicana de John Womack Jr. publicado por Siglo XXI Editores quedando impresionado, ya antes había leído Raíz y razón de Zapata de Jesús Sotelo Inclán, mi conclusión de ambas lecturas es, no se la ha hecho justicia a pesar de habérsele reconocido como un héroe oficial.

Sus padres fueron Cleofas Salazar y Gabriel Zapata. Emiliano nació el 8 de agosto de 1879, fue el penúltimo de diez hermanos. Nació con una manita grabada en el pecho. Emiliano estudió la instrucción primaria en Anenecuilco. Casi todos sus biógrafos se refieren al pequeño Emiliano, como el que sufrió directamente las arbitrariedades del hacendado Manuel Mendoza Cortina cuando invadió las huertas y casas del barrio de Olaque, viendo llorar a su progenitor le preguntó: -Padre, ¿por qué llora? –Porque nos quitan las tierras. -¿Quienes? -Los amos. -¿Y por qué no pelean contra ellos?. –Porque son poderosos.

Pues cuando yo sea grande haré que las devuelvan. Desde entonces quedó en su mente devolver las tierras a sus legítimos propietarios. Emiliano Zapata no era jornalero ni pobre, en 1911 explicó “Tengo mis tierras de labor y un establo, producto no de campañas políticas sino de largos años de honrado trabajo y que me producen lo suficiente para vivir con mi familia desahogadamente”.

Logró tener diez mulas con las que iba a los pueblos y ranchos a acarrear maíz, cal y ladrillos. Además, tuvo éxito en la agricultura. “Uno de los días más felices de mi vida -confesó alguna vez- fue aquel en que la cosecha de sandía que obtuve con mi personal esfuerzo me produjo alrededor de quinientos o seiscientos pesos”. En 1910 su capital era de 3,000 pesos. Zapata tuvo siempre orgullo de ganarse la vida de modo independiente. “Era delgado, sus ojos muy vivos, tenía un lunar en un ojo y muy abusado, de a caballo, ranchero”. Era un gran charro.

Es célebre su entrada a la ciudad de México y su reacción ante la silla presidencial. Villa se sentó con mofa y le dice a Emiliano, a ti te toca. Le contesta Zapata, no me interesa la política, yo no luché por eso, yo quiero que se devuelva la tierra a sus propietarios originales y agrega “deberíamos quemar la silla para acabar con las ambiciones”.

Desde siempre Zapata había tenido delirio de persecución. Una y otra vez repetía su frase predilecta: “Perdono al que roba y al que mata, pero al traidor no lo perdono”. La muerte de Zapata fue una traición. El Parte de Salvador Reyes Avilés, secretario particular mayor del jefe del Ejército Libertador del Sur, lo explica. Se había acordado una reunión entre Zapata y el coronel Jesús M. Guajardo con el fin de pasarse éste a las filas del Ejército del Sur.

La guardia parecía preparada a hacerle los honores. El clarín tocó tres veces llamada de honor y al apagarse la última nota, al llegar Zapata al dintel de la puerta, montado en un caballo alazán, que un día anterior le había regalado Guajardo, de la forma más alevosa y cobarde a quemarropa los soldados descargaron dos veces sus fusiles. Zapata cayó para no levantarse más. Los soldados del traidor Jesús M. Guajardo, desde las alturas, cerca de mil, descargaban sus fusiles sobre Zapata y su escolta de diez hombres, hace 100 años.

Termino con las palabras de Pedro Ángel Palou: “Tres días con sus noches el cadáver de Emiliano Zapata descansa sin sosiego, a la intemperie. El cuerpo se descompone, abotaga, se hincha. La boca parece cubrirle toda la cara: una inmensa costra la cubre, llena de moscas, zumban, chupan sangre. Pero la sangre ya también es una masa purulenta, un negro charco agrietado como la tierra. Muy quedo y luego a gritos, a gritos que nadie oye, aúllan feroces: ¡Zapata no ha muerto! ¡Zapata vive!”.