/ sábado 4 de julio de 2020

Covid-19 en México: biopoder e infodemia

Existe dentro del universo de “memes” circulando uno por demás ilustrativo. Aparecen tres países: Italia, España y México. Los dos primeros, confinando a sus poblaciones en los “picos” de su pandemia y desconfinando a éstas en el descenso de sus curvas epidémicas. El tercero, México, confinando en el ascenso de la curva a su población y desconfinando a ésta en el “pico” de la misma. Sí, un simple meme, pero puede ser el mejor retrato, fiel, de una cruda realidad. Éste es el contexto.

En 1920, el geógrafo sueco Johann Kjéllen, acuñó dos conceptos que al paso del tiempo se han vuelto esenciales para la interpretación de la sociedad humana: geopolítica y biopolítica. No creía que el Estado era solo una abstracción, sostenía que era un organismo viviente. Décadas después, Michel Foucault aunque no lo cite, retomará el concepto de biopolítica y lo orientará hacia un sentido cuantitativo, en tanto estudio y administración del cuerpo de la población, coincidiendo con otro equivalente kjélleniano: la “pletopolítica”. No obstante, al día de hoy, la biopolítica ha sido recogida por muy diversos estudiosos de las ciencias sociales y las humanidades desde distintos puntos de vista, asociada además con otro concepto, si cabe aún más amplio: el biopoder, pues cuando hablamos de biopolítica, pletopolítica y/o biopoder, no solo estamos considerando a los individuos-cuerpo y al poder-Estado, estamos comprendiendo también al espacio-territorio.

Elementos teóricos que no podemos soslayar si pretendemos aproximarnos a nuestra realidad actual, porque si algo ha evidenciado esta pandemia coronavírica en el mundo y en México en particular es que la sociedad está sujeta -aunque se rebele- a un severo control corporal, espacial, pero sobre todo político e ideológico, y la estadística es para ello un mecanismo poderosísimo de control biopolítico en medio de esta estratégica gestión de biopoder en el que los hombres son -como también refirió Foucault- su objetivo primario. ¿Qué nos arroja la estadística entonces? Una forma gráfica de manifestación de las relaciones de poder al ser ella no otra cosa que una “ciencia del Estado”: muestra plena de que el manejo de los datos -cuerpos humanos- es un manejo del saber que otorga poder. Interpretación ciertamente descarnada, pero que revela cómo, a pesar de la inmensa carga humanística que tiene o debería tener la ciencia médica, cuando se encuentra al servicio y arbitrio del poder convierte al cuerpo humano en número y se autoconvierte -como lo declaró, una vez más, Foucault hace ya medio siglo- también ella en estrategia biopolítica que alude a un no-lugar y a un tiempo que es, a la vez, real e irreal.

Reflexiones profundas que no podemos soslayar sobre todo cuando partimos de que la estadística no es perfecta -como lo han reconocido sus propios especialistas-, ya que más allá de cualquier manipulación intencional, presenta de por sí un margen de error entre lo que por un lado su estimaciones “evidencian” y por otro esconden. Y algo aún más preocupante y revelador: hoy está siendo relegada por el imperio del dato, que implica una mayor participación social. De ahí que si tomamos en cuenta que, de acuerdo con las cifras oficiales reportadas, México ocupa ya -con un cuarto de millón de casos de contagio- el noveno lugar a nivel mundial y el quinto por número de decesos, habiendo superado a Italia y a Francia respectivamente, el balance preocupa.

Si bien es cierto que no podemos compararnos con dichas naciones por diversas razones -la comparación idónea sería con nosotros mismos-, las cifras publicadas son profundamente alarmantes, máxime que hasta el propio subsecretario de salud Hugo López Gatell ha reconocido que el número de muertos corresponde mínimamente a la tercera parte de lo que podría ser. Por eso cuando él mismo declara que las malas, alarmistas y falsas noticias que se propagan como olas típicas de la infodemia tienen más alcance, éxito y atractivo, por amarillistas y escandalosas y/o provenir de alguna “agenda oculta”, ideológica, producto de un negocio masivo a cargo de ciertos grupos y/o agencias para distorsionar la información y venderla a un público afín, propenso a lo negativo, ávido de “desinformación” y que prefiere la “no verdad” y la “mentira”, no solo agrede a los medios de comunicación sino también a la sociedad y a la libre expresión.

Toda estadística, como todo manejo de datos, es espacio no real, ajeno a la esencia humana sujeta a una codificación del biopoder de quien ingresa información y genera una interpretación de ésta y, como todo acto materializado, detona consecuencias al someterse al análisis social. Por eso el Informe Técnico del Covid-19 que rinde noche a noche el subsecretario López Gatell, al ser una producción estatal simbólica biopolítica, deviene en praxis de control de la verdad creada y asumida desde el poder. El funcionario podrá decir que su verdad es la verdadera: el tiempo dará el veredicto final.







bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

Existe dentro del universo de “memes” circulando uno por demás ilustrativo. Aparecen tres países: Italia, España y México. Los dos primeros, confinando a sus poblaciones en los “picos” de su pandemia y desconfinando a éstas en el descenso de sus curvas epidémicas. El tercero, México, confinando en el ascenso de la curva a su población y desconfinando a ésta en el “pico” de la misma. Sí, un simple meme, pero puede ser el mejor retrato, fiel, de una cruda realidad. Éste es el contexto.

En 1920, el geógrafo sueco Johann Kjéllen, acuñó dos conceptos que al paso del tiempo se han vuelto esenciales para la interpretación de la sociedad humana: geopolítica y biopolítica. No creía que el Estado era solo una abstracción, sostenía que era un organismo viviente. Décadas después, Michel Foucault aunque no lo cite, retomará el concepto de biopolítica y lo orientará hacia un sentido cuantitativo, en tanto estudio y administración del cuerpo de la población, coincidiendo con otro equivalente kjélleniano: la “pletopolítica”. No obstante, al día de hoy, la biopolítica ha sido recogida por muy diversos estudiosos de las ciencias sociales y las humanidades desde distintos puntos de vista, asociada además con otro concepto, si cabe aún más amplio: el biopoder, pues cuando hablamos de biopolítica, pletopolítica y/o biopoder, no solo estamos considerando a los individuos-cuerpo y al poder-Estado, estamos comprendiendo también al espacio-territorio.

Elementos teóricos que no podemos soslayar si pretendemos aproximarnos a nuestra realidad actual, porque si algo ha evidenciado esta pandemia coronavírica en el mundo y en México en particular es que la sociedad está sujeta -aunque se rebele- a un severo control corporal, espacial, pero sobre todo político e ideológico, y la estadística es para ello un mecanismo poderosísimo de control biopolítico en medio de esta estratégica gestión de biopoder en el que los hombres son -como también refirió Foucault- su objetivo primario. ¿Qué nos arroja la estadística entonces? Una forma gráfica de manifestación de las relaciones de poder al ser ella no otra cosa que una “ciencia del Estado”: muestra plena de que el manejo de los datos -cuerpos humanos- es un manejo del saber que otorga poder. Interpretación ciertamente descarnada, pero que revela cómo, a pesar de la inmensa carga humanística que tiene o debería tener la ciencia médica, cuando se encuentra al servicio y arbitrio del poder convierte al cuerpo humano en número y se autoconvierte -como lo declaró, una vez más, Foucault hace ya medio siglo- también ella en estrategia biopolítica que alude a un no-lugar y a un tiempo que es, a la vez, real e irreal.

Reflexiones profundas que no podemos soslayar sobre todo cuando partimos de que la estadística no es perfecta -como lo han reconocido sus propios especialistas-, ya que más allá de cualquier manipulación intencional, presenta de por sí un margen de error entre lo que por un lado su estimaciones “evidencian” y por otro esconden. Y algo aún más preocupante y revelador: hoy está siendo relegada por el imperio del dato, que implica una mayor participación social. De ahí que si tomamos en cuenta que, de acuerdo con las cifras oficiales reportadas, México ocupa ya -con un cuarto de millón de casos de contagio- el noveno lugar a nivel mundial y el quinto por número de decesos, habiendo superado a Italia y a Francia respectivamente, el balance preocupa.

Si bien es cierto que no podemos compararnos con dichas naciones por diversas razones -la comparación idónea sería con nosotros mismos-, las cifras publicadas son profundamente alarmantes, máxime que hasta el propio subsecretario de salud Hugo López Gatell ha reconocido que el número de muertos corresponde mínimamente a la tercera parte de lo que podría ser. Por eso cuando él mismo declara que las malas, alarmistas y falsas noticias que se propagan como olas típicas de la infodemia tienen más alcance, éxito y atractivo, por amarillistas y escandalosas y/o provenir de alguna “agenda oculta”, ideológica, producto de un negocio masivo a cargo de ciertos grupos y/o agencias para distorsionar la información y venderla a un público afín, propenso a lo negativo, ávido de “desinformación” y que prefiere la “no verdad” y la “mentira”, no solo agrede a los medios de comunicación sino también a la sociedad y a la libre expresión.

Toda estadística, como todo manejo de datos, es espacio no real, ajeno a la esencia humana sujeta a una codificación del biopoder de quien ingresa información y genera una interpretación de ésta y, como todo acto materializado, detona consecuencias al someterse al análisis social. Por eso el Informe Técnico del Covid-19 que rinde noche a noche el subsecretario López Gatell, al ser una producción estatal simbólica biopolítica, deviene en praxis de control de la verdad creada y asumida desde el poder. El funcionario podrá decir que su verdad es la verdadera: el tiempo dará el veredicto final.







bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli