/ sábado 4 de septiembre de 2021

De mirabilia y naturalia

Durante la Edad Media tuvo lugar un fenómeno por demás interesante y revelador de la mentalidad de la época. Se trató de la génesis de las mirabilia y naturalia: colecciones que contenían objetos de suma rareza, muchos de ellos al grado de ser considerados “maravillosos” y otros “milagrosos”; razón por la cual un número importante de ellos era reunido con las reliquias de los santos en muchas de las iglesias.

Gran parte de ellas se formaron en el norte de Europa, pero también las hubo en los países mediterráneos, lo mismo en España y Francia que en la propia Italia. Uno de sus principales ejemplos fue la iglesia mantovana de Santa María de las Gracias, cuyas “rarezas” usualmente fueron colocadas en posiciones elevadas dentro del edificio sacro. La razón de ello era materializar en el plano humano su ubicación superior, de acuerdo con su origen “ultraterreno”, a fin de maravillar a los fieles, de incrementar la importancia de la iglesia en el seno social y con objeto de fortalecer la fe popular. De esta forma, con el paso del tiempo las reliquias se fueron identificando no sólo con una determinada comunidad, sino también con algún linaje real, como ocurrió en el caso de las reliquias de Luis IX el Santo en Francia.

En cambio, para finales del Medioevo y principios del Renacimiento, el lugar donde principalmente comenzaron a integrarse colecciones similares, lo mismo de objetos naturales que de interés científico ahora, fueron los llamados “estudios” (studioli); en sus inicios generalmente situados cerca de espacios religiosos: primero en los monasterios y, más tarde, a cargo de los primeros humanistas y príncipes de la época. Recintos que pronto se convirtieron en verdaderos salones de las maravillas (“camere delle meraviglie” o “Wunderkammern”), y que si bien en la península itálica se caracterizaban por presentar un orden ligado al deseo de su propio ordenador (como fue en el caso de la colección de Isabella d’Este también en Mantua), fuera de esta región no evidenciaban tener orden alguno.

Entre los siglos XV y XVI, la influencia científico-experimental de Galileo para estudiar los fenómenos de la naturaleza comenzó a hacerse cada vez mas notoria. A la par de ello, las colecciones de mirabilia se fueron transformando en lo que más tarde serían las llamadas colecciones de naturalia. Mutación que, en el caso de las “Wunderkammern”, les hizo convertirse en verdaderos museos -dotados de un espacio anexo que habría de funcionar también como laboratorio de los objetos-, pues lo mismo albergaban minerales -como las esmeraldas del museo de la Catedral de Salzburgo-, que restos paleontológicos -como los huesos de “Goliat” (en realidad de fauna pleistocénica) depositados en la Catedral de san Esteban en Viena- y objetos de manufactura humana. Por algo publicaría en Leipzig, en el año de 1727, Kaspar Neickel su “Museographia”, en la cual concebía la disposición ideal de las colecciones a partir de seis repositorios: “naturalia” (flora, fauna y gea); “curiosa artificialia” (objetos de arte); “mirabilia” (rarezas naturales); “exótica” (con productos de otras culturas), “scientifica” (con instrumentos diversos) y “bibliotheca”.

Al mismo tiempo, en diversas ciudades italianas, como fue el caso de Florencia, nobles como Francesco I de Medici comenzaron a establecer sus propios estudios de cosas “raras y preciosas”, al grado de incursionar en procesos incipientes relacionados con el trabajo de los metales, o bien de la ya citada Mantua, en la que el duque Vincenzo Gonzaga fundó su studiolo delle Metamorfosi” dividido en cuatro secciones, cada una dedicada a un elemento de la naturaleza. Para el siglo XVI, dichas colecciones alcanzaron una mayor especialidad, en gran parte como resultado del nuevo deseo por estudiar todo el saber antiguo, como fue en el caso particular de la que fuera la obra fundamental de Ulisse Aldrovandi (Bologna), quien para ayudar en la formación profesional de futuros médicos y farmacéuticos, inició el establecimiento de colecciones animales, de plantas disecadas y piedras, además de un jardín botánico. Obra que a la distancia podemos considerar constituyó una verdadera y vanguardística colección naturalística.

Sí, eran los nuevos espacios del saber en los que se gestarían no sólo flamantes museos, sino la futura ciencia moderna y sus primeros científicos, entre los que se podrían subrayar los nombres de Francesco Calceolari (Verona) -cuyo gabinete hoy forma parte del Museo Civico di Storia Naturale de su ciudad natal-, de Michele Mercati (Roma) y de Ferrante Imperato (Nápoles), a los que seguirían Ole Wormius (Dinamarca), Athanasius Kircher (Prusia) y, por supuesto, el sueco Carl von Linneo.

El ser humano en el Occidente europeo había así transitado, desde la fantasía y la imaginería, desde las visiones apocalípticas, telúricas y diluvianas, desde lo maravilloso y lo monstruoso, al inicio de lo que sería el verdadero descubrimiento de la Naturaleza. Un proceso que le depararía nuevos asombros, mayores incógnitas, pero sobre todo el encuentro crucial con su propio ser.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli

Durante la Edad Media tuvo lugar un fenómeno por demás interesante y revelador de la mentalidad de la época. Se trató de la génesis de las mirabilia y naturalia: colecciones que contenían objetos de suma rareza, muchos de ellos al grado de ser considerados “maravillosos” y otros “milagrosos”; razón por la cual un número importante de ellos era reunido con las reliquias de los santos en muchas de las iglesias.

Gran parte de ellas se formaron en el norte de Europa, pero también las hubo en los países mediterráneos, lo mismo en España y Francia que en la propia Italia. Uno de sus principales ejemplos fue la iglesia mantovana de Santa María de las Gracias, cuyas “rarezas” usualmente fueron colocadas en posiciones elevadas dentro del edificio sacro. La razón de ello era materializar en el plano humano su ubicación superior, de acuerdo con su origen “ultraterreno”, a fin de maravillar a los fieles, de incrementar la importancia de la iglesia en el seno social y con objeto de fortalecer la fe popular. De esta forma, con el paso del tiempo las reliquias se fueron identificando no sólo con una determinada comunidad, sino también con algún linaje real, como ocurrió en el caso de las reliquias de Luis IX el Santo en Francia.

En cambio, para finales del Medioevo y principios del Renacimiento, el lugar donde principalmente comenzaron a integrarse colecciones similares, lo mismo de objetos naturales que de interés científico ahora, fueron los llamados “estudios” (studioli); en sus inicios generalmente situados cerca de espacios religiosos: primero en los monasterios y, más tarde, a cargo de los primeros humanistas y príncipes de la época. Recintos que pronto se convirtieron en verdaderos salones de las maravillas (“camere delle meraviglie” o “Wunderkammern”), y que si bien en la península itálica se caracterizaban por presentar un orden ligado al deseo de su propio ordenador (como fue en el caso de la colección de Isabella d’Este también en Mantua), fuera de esta región no evidenciaban tener orden alguno.

Entre los siglos XV y XVI, la influencia científico-experimental de Galileo para estudiar los fenómenos de la naturaleza comenzó a hacerse cada vez mas notoria. A la par de ello, las colecciones de mirabilia se fueron transformando en lo que más tarde serían las llamadas colecciones de naturalia. Mutación que, en el caso de las “Wunderkammern”, les hizo convertirse en verdaderos museos -dotados de un espacio anexo que habría de funcionar también como laboratorio de los objetos-, pues lo mismo albergaban minerales -como las esmeraldas del museo de la Catedral de Salzburgo-, que restos paleontológicos -como los huesos de “Goliat” (en realidad de fauna pleistocénica) depositados en la Catedral de san Esteban en Viena- y objetos de manufactura humana. Por algo publicaría en Leipzig, en el año de 1727, Kaspar Neickel su “Museographia”, en la cual concebía la disposición ideal de las colecciones a partir de seis repositorios: “naturalia” (flora, fauna y gea); “curiosa artificialia” (objetos de arte); “mirabilia” (rarezas naturales); “exótica” (con productos de otras culturas), “scientifica” (con instrumentos diversos) y “bibliotheca”.

Al mismo tiempo, en diversas ciudades italianas, como fue el caso de Florencia, nobles como Francesco I de Medici comenzaron a establecer sus propios estudios de cosas “raras y preciosas”, al grado de incursionar en procesos incipientes relacionados con el trabajo de los metales, o bien de la ya citada Mantua, en la que el duque Vincenzo Gonzaga fundó su studiolo delle Metamorfosi” dividido en cuatro secciones, cada una dedicada a un elemento de la naturaleza. Para el siglo XVI, dichas colecciones alcanzaron una mayor especialidad, en gran parte como resultado del nuevo deseo por estudiar todo el saber antiguo, como fue en el caso particular de la que fuera la obra fundamental de Ulisse Aldrovandi (Bologna), quien para ayudar en la formación profesional de futuros médicos y farmacéuticos, inició el establecimiento de colecciones animales, de plantas disecadas y piedras, además de un jardín botánico. Obra que a la distancia podemos considerar constituyó una verdadera y vanguardística colección naturalística.

Sí, eran los nuevos espacios del saber en los que se gestarían no sólo flamantes museos, sino la futura ciencia moderna y sus primeros científicos, entre los que se podrían subrayar los nombres de Francesco Calceolari (Verona) -cuyo gabinete hoy forma parte del Museo Civico di Storia Naturale de su ciudad natal-, de Michele Mercati (Roma) y de Ferrante Imperato (Nápoles), a los que seguirían Ole Wormius (Dinamarca), Athanasius Kircher (Prusia) y, por supuesto, el sueco Carl von Linneo.

El ser humano en el Occidente europeo había así transitado, desde la fantasía y la imaginería, desde las visiones apocalípticas, telúricas y diluvianas, desde lo maravilloso y lo monstruoso, al inicio de lo que sería el verdadero descubrimiento de la Naturaleza. Un proceso que le depararía nuevos asombros, mayores incógnitas, pero sobre todo el encuentro crucial con su propio ser.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli