Primero debemos entender qué es y cómo funciona nuestra democracia
¿Qué es democracia? Generalmente, la democracia tiene demasiadas definiciones como conceptos, es complicado apropiarse una sola para su entendimiento común, pero lo importante de la democracia es su dinamismo y conforme avanza sus partes axiológicas adquieren propiamente otras partituras que nos acercan a su compleja estructura y otras nos alejan del ideal democrático, no es lo mismo una democracia moderna de hace cincuenta años a una en la actualidad y ahí hay un mundo de contrastes e incongruencias determinantes para entender nuestra democracia. Pero hagámoslo más sencillo.
La democracia moderna es elegir a quiénes deberán elegir las cuestiones a favor de la o por la mayoría, es una representación determinada por un conjunto de procesos y reglas de elección “de los mejores o los mínimamente capaces” para alcanzar los ideales de fraternidad, libertad e igualdad (entramos a tierra de los federalistas americanos y de los franceses propiamente) que una democracia debería alcanzar para el máximo desarrollo individual de la persona ¿Todo bien? No.
Debemos comprender ese proceso de la democracia ¿Cómo vale? y ¿Por qué debe de valer? Porque en el método que va del Estado Liberal al Estado democrático dependen nuestras libertades e igualdades, poca cosa ¿no? La democracia no es votar por votar para ejercer un derecho político emanado de la propia libertad, es reflexionar ese voto con los presupuestos liberales para un eficiente funcionamiento del método democrático, como Norberto Bobbio en sus obras “Liberalismo y democracia” y “El futuro de la democracia” señala, las libertades del liberalismo: prensa, opinión, participación (directa e indirecta), asociación, reunión y observación de las reglas del juego marcan las pautas de una democracia de participación real o no, pues difícilmente se tiene una democracia completa y me atrevería a declarar que cualquier exageración es peligrosa.
La herencia de la democracia como la llamaba Ortega y Gasset (en la Rebelión de las Masas) y el niño malcriado que repudia esa herencia porque no conoce otra cosa, el no darnos cuenta o no querer hacerlo de la responsabilidad que emerge de la democracia como parte de ella para que no sea repudiada y considerada poca cosa o que carece de relevancia objetiva o subjetiva en nuestra sociedad curiosamente liberal y democrática.
Los jóvenes deben acercarse al ideal de lo qué es una democracia y no solamente lamentarse con lo que ve, de cuestionar quienes eligen y a los que son elegidos, pues ahí yace la ascendencia y descendencia del poder democrático, de ejercer sus derechos políticos para tener una participación real y no ficticia, de alzar la voz y levantar la mano para formar parte de su propia herencia y no estar esperando a que los mismos sigan haciendo lo mismo, porque ellos creen (los políticos de siempre) que las juventudes de hoy solo se conforman con mirar la cascara, sin probar el fruto, sin reconocer si el sabor es dulce o amargo, que dan una importancia mayor a la apariencia que al contenido y esas limitaciones banales atrae a la decadencia del pensamiento (crítico y político) postrándose en la deformación de la realidad que favorece a quienes la hacen y construyen. La realidad de hoy no debería de tener dueños para la realidad del mañana, y una verdad a medias es que las y los jóvenes son una realidad en el flujo social participativo, hoy fundamental para acrecentar los valores de una democracia y saber cómo funciona.
Nietzsche decía (en su libro la “Genealogía de la moral”) que el poder de una determinada voluntad depende, de su capacidad para convertir su propio opuesto en ventaja para sí misma. La resistencia, el obstáculo y la amenaza, son en el espacio del poder, lo que proporciona posibilidades. Debemos ser esa resistencia, ese obstáculo y esa amenaza para convertir lo que la política tradicional no ha querido hacer, los que se creen los
“capaces” y “demócratas”, de esa política tradicional de falsas promesas y de conductas antidemocráticas, corruptas y espurias, no han comprendido la responsabilidad moral de ejercer libertades en una democracia liberal y eso debe de detenerse con la voluntad apremiante de las juventudes. No conozco otra forma.
Por: Luis Enrique Arnold Tafoya