/ domingo 12 de agosto de 2018

DESPUÉS DE 30 AÑOS…

DESPUÉS DE 30 AÑOS… SEGUNDA PARTE

En la última entrega relaté que Pedro Salgado Zuluoga, brillante exalumno mío de secundaria, fue mi condiscípulo en la carrera de abogado en la Universidad Lasallista Benavente, ubicada en Celaya, Guanajuato. Por feliz coincidencia, los dos fuimos invitados para dirigir unas palabras en el acto académico de terminación de estudios. Él era muy joven, yo era una persona adulta de 45 años, estaba un poco cansado por la carga de trabajo de fin de ciclo –era maestro en dos escuelas públicas y director del Instituto Pedro de Gante- pero me fortalecí al sentir la dulce mirada de mis dos hijas, Gina y Liz, y dije emocionado, hace 30 años: “Es muy oportuna la ocasión para evocar la hermosa imagen del canto homérico, que nos pinta a la aurora abriendo con sus dedos de rosa las puertas del oriente. La Universidad Lasallista Benavente, semeja en estos momentos, la visión radiante de una mañana de oro. Hoy egresa la 7ª Generación de licenciados en Derecho. Un grupo que ha hecho y seguirá haciendo historia. Sí, generación número siete”.

“El siete es un número simbólico y mágico: siete son las maravillas de la antigüedad, siete los pecados capitales, sobre siete colinas fue fundada Roma, siete los días de la semana y siete los colores del espectro. Por eso, permítanme desearles a todos mis compañeros, siete veces ¡felicidades! Y muchísimos éxitos profesionales. No olviden que triunfar no es vivir en continuo festín, ni acumular muchos bienes materiales, ni tampoco alcanzar una meta intelectual superior a otros. No, triunfar es servir desinteresadamente a la humanidad. Dice el poeta: toda la naturaleza es un anhelo de servir. Sirve la nube. Sirve el aire. Sirve el surco. El servir no es faena de inferiores, Dios que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera llamársele así: El que sirve. ¿Y qué mejor para nosotros que servir por medio del Derecho?. No hay actividad humana, grande o pequeña en donde no se requiera de la Ciencia Jurídica. Dos de los más caros anhelos del hombre son la libertad y la justicia, por la cual “se puede y debe aventurar la vida”, según expresión cervantina puesta en los labios del caballero de la triste figura. De modo que, como legisladores, funcionarios judiciales, litigantes, gestores, servidores públicos o como asesores, tenemos un amplísimo campo de acción.

Si la séptima generación de egresados de esta Universidad es un grupo de lujo, la planta de maestros es de súper lujo. Nos llevamos indeleblemente grabados en nuestra memoria: el comentario siempre acertado y jocoso del licenciado José Belmonte Moreno. La fina ironía del licenciado Francisco Javier Guiza Alday. La sabiduría del licenciado Luis Usabiaga Reynoso. La dicción clara y las ideas también del licenciado Roberto Navarro González. El didactismo que mucho le envidiamos al licenciado Francisco Ramírez Valenzuela. La bondad del licenciado Álvaro Eguía Romero y del licenciado Arturo Hernández Zamora. El compañerismo del licenciado Fernando Santoyo Ramírez. La bonhomía del licenciado Juan Manuel Santoyo Ramírez. La juventud no reñida con el conocimiento del licenciado Alejandro Lara Rodríguez. La puntualidad y la pulcritud en el manejo del lenguaje y de las leyes del licenciado Carlos Chaurand Arzate. La firmeza y la rectitud de nuestro director el licenciado Ramón Camarena García. A todos los que han ocupado una cátedra en nuestra amada escuela de Derecho de esta Universidad, nuestro agradecimiento sincero.

Señor licenciado don Héctor Aguilar Tamayo, digno Rector de la Universidad Lasallista Benavente, usted ha escrito: “Hay flores que se secan en las llanuras y crecen únicamente en las cimas de las altas montañas. Así es la gratitud”. Reciba en esta noche solemne un ramo de flores nacidas de nuestro corazón de alumnos agradecidos. Le rogamos encarecidamente colocarlas en el lugar más visible de esta Universidad: su corazón”.

“Compañeros y amigos míos: seamos idealistas en la consecución de la justicia e intransigentes en el respeto a la dignidad humana, la cual hay que defender, como dijo nuestro director, “…sean cuales fuesen los riesgos a que se nos exponga”. Y que el paso de los años nos encuentre la vejez, con las manos limpias por no haber tocado dinero mal habido, el corazón henchido de gozo por haber servido a nuestros semejantes por medio del Derecho, y la frente alta por la satisfacción del deber cumplido”. Hasta aquí las palabras que pronuncié emocionado hace 30 años, esa noche inolvidable de mi vida.

No quiero concluir esta entrega sin mencionar que el licenciado Héctor Aguilar Tamayo fue una persona muy generosa conmigo, porque no sólo me ayudó a realizar el sueño de cursar la carrera de abogado sino que me ofreció casa en Celaya, para mí y para mi familia, y trabajo de tiempo completo en su institución educativa. No me fue posible aceptar porque ya tenía hecha mi vida en Irapuato. Sin embargo hoy, por este medio, vaya mi eterno agradecimiento al Rector de la Universidad Lasallista Benavente, licenciado Héctor Aguilar Tamayo.


DESPUÉS DE 30 AÑOS… SEGUNDA PARTE

En la última entrega relaté que Pedro Salgado Zuluoga, brillante exalumno mío de secundaria, fue mi condiscípulo en la carrera de abogado en la Universidad Lasallista Benavente, ubicada en Celaya, Guanajuato. Por feliz coincidencia, los dos fuimos invitados para dirigir unas palabras en el acto académico de terminación de estudios. Él era muy joven, yo era una persona adulta de 45 años, estaba un poco cansado por la carga de trabajo de fin de ciclo –era maestro en dos escuelas públicas y director del Instituto Pedro de Gante- pero me fortalecí al sentir la dulce mirada de mis dos hijas, Gina y Liz, y dije emocionado, hace 30 años: “Es muy oportuna la ocasión para evocar la hermosa imagen del canto homérico, que nos pinta a la aurora abriendo con sus dedos de rosa las puertas del oriente. La Universidad Lasallista Benavente, semeja en estos momentos, la visión radiante de una mañana de oro. Hoy egresa la 7ª Generación de licenciados en Derecho. Un grupo que ha hecho y seguirá haciendo historia. Sí, generación número siete”.

“El siete es un número simbólico y mágico: siete son las maravillas de la antigüedad, siete los pecados capitales, sobre siete colinas fue fundada Roma, siete los días de la semana y siete los colores del espectro. Por eso, permítanme desearles a todos mis compañeros, siete veces ¡felicidades! Y muchísimos éxitos profesionales. No olviden que triunfar no es vivir en continuo festín, ni acumular muchos bienes materiales, ni tampoco alcanzar una meta intelectual superior a otros. No, triunfar es servir desinteresadamente a la humanidad. Dice el poeta: toda la naturaleza es un anhelo de servir. Sirve la nube. Sirve el aire. Sirve el surco. El servir no es faena de inferiores, Dios que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera llamársele así: El que sirve. ¿Y qué mejor para nosotros que servir por medio del Derecho?. No hay actividad humana, grande o pequeña en donde no se requiera de la Ciencia Jurídica. Dos de los más caros anhelos del hombre son la libertad y la justicia, por la cual “se puede y debe aventurar la vida”, según expresión cervantina puesta en los labios del caballero de la triste figura. De modo que, como legisladores, funcionarios judiciales, litigantes, gestores, servidores públicos o como asesores, tenemos un amplísimo campo de acción.

Si la séptima generación de egresados de esta Universidad es un grupo de lujo, la planta de maestros es de súper lujo. Nos llevamos indeleblemente grabados en nuestra memoria: el comentario siempre acertado y jocoso del licenciado José Belmonte Moreno. La fina ironía del licenciado Francisco Javier Guiza Alday. La sabiduría del licenciado Luis Usabiaga Reynoso. La dicción clara y las ideas también del licenciado Roberto Navarro González. El didactismo que mucho le envidiamos al licenciado Francisco Ramírez Valenzuela. La bondad del licenciado Álvaro Eguía Romero y del licenciado Arturo Hernández Zamora. El compañerismo del licenciado Fernando Santoyo Ramírez. La bonhomía del licenciado Juan Manuel Santoyo Ramírez. La juventud no reñida con el conocimiento del licenciado Alejandro Lara Rodríguez. La puntualidad y la pulcritud en el manejo del lenguaje y de las leyes del licenciado Carlos Chaurand Arzate. La firmeza y la rectitud de nuestro director el licenciado Ramón Camarena García. A todos los que han ocupado una cátedra en nuestra amada escuela de Derecho de esta Universidad, nuestro agradecimiento sincero.

Señor licenciado don Héctor Aguilar Tamayo, digno Rector de la Universidad Lasallista Benavente, usted ha escrito: “Hay flores que se secan en las llanuras y crecen únicamente en las cimas de las altas montañas. Así es la gratitud”. Reciba en esta noche solemne un ramo de flores nacidas de nuestro corazón de alumnos agradecidos. Le rogamos encarecidamente colocarlas en el lugar más visible de esta Universidad: su corazón”.

“Compañeros y amigos míos: seamos idealistas en la consecución de la justicia e intransigentes en el respeto a la dignidad humana, la cual hay que defender, como dijo nuestro director, “…sean cuales fuesen los riesgos a que se nos exponga”. Y que el paso de los años nos encuentre la vejez, con las manos limpias por no haber tocado dinero mal habido, el corazón henchido de gozo por haber servido a nuestros semejantes por medio del Derecho, y la frente alta por la satisfacción del deber cumplido”. Hasta aquí las palabras que pronuncié emocionado hace 30 años, esa noche inolvidable de mi vida.

No quiero concluir esta entrega sin mencionar que el licenciado Héctor Aguilar Tamayo fue una persona muy generosa conmigo, porque no sólo me ayudó a realizar el sueño de cursar la carrera de abogado sino que me ofreció casa en Celaya, para mí y para mi familia, y trabajo de tiempo completo en su institución educativa. No me fue posible aceptar porque ya tenía hecha mi vida en Irapuato. Sin embargo hoy, por este medio, vaya mi eterno agradecimiento al Rector de la Universidad Lasallista Benavente, licenciado Héctor Aguilar Tamayo.