/ domingo 21 de noviembre de 2021

Duelo por la oratoria parlamentaria

14 de marzo de 1858: “Todo fue instantáneo; la actitud de los soldados, los gritos del desaforado Peraza, las voces de mando de Filomeno Bravo y la gran voz de Guillermo Prieto que, surgiendo de improviso, detuvo con el ademán imperativo de los tribunos de raza pura, el supremo gesto de muerte del oficial.

Y con las manos tendidas hacia las bocas de los fusiles y cubriendo con el cuerpo al presidente, dijo [mientras interponía su cuerpo entre los soldados y el presidente Benito Juárez]… ‘sois unos valientes, los valientes no asesinan, sois mexicanos, éste es el representante de la ley y de la Patria’”, narra Justo Sierra en su obra “Juárez: su obra y su tiempo” y agrega: “era el efecto, casi físico, de aquella voz musical, comunicadora como ninguna de emoción, que estaba hecha para penetrar en el corazón del pueblo, de donde salían aquellos hombres”.

¿Quién era Prieto? No sólo un hombre formado al amparo de Andrés Quintana Roo y Leona Vicario que se convirtió en uno de los más notables poetas, periodistas, historiadores, juristas y legisladores de nuestra Patria, sino uno de los oradores más conspicuos y valientes que ha tenido México y cuyo ejemplo nos confirma -con toda diafanidad y grandeza- que, en la historia de la oratoria, han llegado a bastar unas cuantas palabras para salvar la vida de un hombre.

Sí, como sucedió el 19 de noviembre de 1863 en Pennsylvania con Abraham Lincoln que, con menos de trescientas palabras, conjuró con el llamado “Discurso de Gettysburg” la guerra civil que desangraba a la nación estadounidense. Pero no es cuestión de número, es sobre todo cuestión de dignidad, congruencia, ética y respeto al disidente, porque cuando estos valores supremos se pierden, no hay nada que hacer y si en algún ámbito deben prevalecer es en el parlamentario. Cuando las palabras se pronuncian en cenáculos como los vinculados al trabajo legislativo, caracterizados por ser veneros de muchos de los más conspicuos y sublimes tesoros de la oratoria y espacios en los que se agitan las conciencias de los diversos grupos políticos cuya misión es o debería ser -como representantes populares y acorde a su juramento de respeto a la norma suprema correspondiente- laborar por el bien de la Nación, cada vocablo, frase, énfasis, argumento, pueden tener un impacto de trascendencia inconmensurable para el destino de su sociedad.

¿Por qué Cicerón fue grande en la Roma republicana? No sólo porque fuera un notable orador. Lo fue porque denunció ante el Senado al perjuro y corrupto de Catilina, pero sus palabras no necesitaron ofenderlo, fueron tan reveladoras, contundentes y demoledoras que hicieron abortar su conspiración y convirtieron a sus “Catilinarias”, desde entonces, en uno de los más grandes monumentos de la oratoria parlamentaria. ¿Por qué trascendieron Gandhi, Luther King, Mandela, Kennedy? Porque con sus palabras transformaron el devenir del mundo contemporáneo. Por eso hoy tenemos que evocarlos a todos ellos, porque justamente nuestra oratoria parlamentaria ha muerto y la Nación mexicana está de luto.

Sí, desde hace décadas hemos sido testigos de cómo con cada legislatura los límites del respeto y decoro se hacen cada vez más laxos y reducidos, imposible olvidar al sedicente diputado que en un informe presidencial se colocó una cabeza de cochino. Sin embargo, lo que el fin de semana pasada observamos durante el cierre del debate del Presupuesto de Egresos de la Federación 2022 nos habla de la profunda degradación moral que hoy priva entre nuestros “representantes” populares. Días antes ya habían escenificado una oprobiosa y vergonzante sesión cuando recibieron al titular del Instituto Nacional Electoral, pero ésta fue mero preludio de las desvergonzadas y vulgares escenas que protagonizaron nutridos contingentes de legisladoras cuando, a través de pronunciamientos, gritos y pancartas y a falta de argumentos, se dedicaron a agredir con los adjetivos más infamantes a sus compañeras de los grupos parlamentarios contrarios.

Y no, esto no fue lo más delicado. Hay algo aún más grave que haber hecho de la Cámara de Diputados un patético, degradante y deshonroso aquelarre: es la dosis de veneno que la abyecta e irresponsable actuación de estas legisladoras incoa en el alma social. Si ellas, como mujeres, son capaces de rebajarse hasta ese grado ¿qué respeto les podrá tener la sociedad? ¿Cómo pedirle a ésta que se modere y, sobre todo, qué proyecto de Nación puede surgir en manos de semejantes “representantes” populares?

Sí, sonará romántico recordar a Roque Barcia que en su diccionario etimológico de la lengua española definía a la oratoria como el arte de hablar y escribir “con propiedad, elegancia y persuasión”, pero la verdadera oratoria es así, como lo confirma la historia, no lo que hoy priva en el “debate” parlamentario. La forma es fondo y por más coraje, lealtad a ciegas, emulación del discurso supremo, ambición o sed de poder que se tenga, cuando en un órgano legislativo sus miembros pierden el más elemental respeto entre sí, se ha llegado al principio del fin.


@BettyZanolli

bettyzanolli@gmail.com

14 de marzo de 1858: “Todo fue instantáneo; la actitud de los soldados, los gritos del desaforado Peraza, las voces de mando de Filomeno Bravo y la gran voz de Guillermo Prieto que, surgiendo de improviso, detuvo con el ademán imperativo de los tribunos de raza pura, el supremo gesto de muerte del oficial.

Y con las manos tendidas hacia las bocas de los fusiles y cubriendo con el cuerpo al presidente, dijo [mientras interponía su cuerpo entre los soldados y el presidente Benito Juárez]… ‘sois unos valientes, los valientes no asesinan, sois mexicanos, éste es el representante de la ley y de la Patria’”, narra Justo Sierra en su obra “Juárez: su obra y su tiempo” y agrega: “era el efecto, casi físico, de aquella voz musical, comunicadora como ninguna de emoción, que estaba hecha para penetrar en el corazón del pueblo, de donde salían aquellos hombres”.

¿Quién era Prieto? No sólo un hombre formado al amparo de Andrés Quintana Roo y Leona Vicario que se convirtió en uno de los más notables poetas, periodistas, historiadores, juristas y legisladores de nuestra Patria, sino uno de los oradores más conspicuos y valientes que ha tenido México y cuyo ejemplo nos confirma -con toda diafanidad y grandeza- que, en la historia de la oratoria, han llegado a bastar unas cuantas palabras para salvar la vida de un hombre.

Sí, como sucedió el 19 de noviembre de 1863 en Pennsylvania con Abraham Lincoln que, con menos de trescientas palabras, conjuró con el llamado “Discurso de Gettysburg” la guerra civil que desangraba a la nación estadounidense. Pero no es cuestión de número, es sobre todo cuestión de dignidad, congruencia, ética y respeto al disidente, porque cuando estos valores supremos se pierden, no hay nada que hacer y si en algún ámbito deben prevalecer es en el parlamentario. Cuando las palabras se pronuncian en cenáculos como los vinculados al trabajo legislativo, caracterizados por ser veneros de muchos de los más conspicuos y sublimes tesoros de la oratoria y espacios en los que se agitan las conciencias de los diversos grupos políticos cuya misión es o debería ser -como representantes populares y acorde a su juramento de respeto a la norma suprema correspondiente- laborar por el bien de la Nación, cada vocablo, frase, énfasis, argumento, pueden tener un impacto de trascendencia inconmensurable para el destino de su sociedad.

¿Por qué Cicerón fue grande en la Roma republicana? No sólo porque fuera un notable orador. Lo fue porque denunció ante el Senado al perjuro y corrupto de Catilina, pero sus palabras no necesitaron ofenderlo, fueron tan reveladoras, contundentes y demoledoras que hicieron abortar su conspiración y convirtieron a sus “Catilinarias”, desde entonces, en uno de los más grandes monumentos de la oratoria parlamentaria. ¿Por qué trascendieron Gandhi, Luther King, Mandela, Kennedy? Porque con sus palabras transformaron el devenir del mundo contemporáneo. Por eso hoy tenemos que evocarlos a todos ellos, porque justamente nuestra oratoria parlamentaria ha muerto y la Nación mexicana está de luto.

Sí, desde hace décadas hemos sido testigos de cómo con cada legislatura los límites del respeto y decoro se hacen cada vez más laxos y reducidos, imposible olvidar al sedicente diputado que en un informe presidencial se colocó una cabeza de cochino. Sin embargo, lo que el fin de semana pasada observamos durante el cierre del debate del Presupuesto de Egresos de la Federación 2022 nos habla de la profunda degradación moral que hoy priva entre nuestros “representantes” populares. Días antes ya habían escenificado una oprobiosa y vergonzante sesión cuando recibieron al titular del Instituto Nacional Electoral, pero ésta fue mero preludio de las desvergonzadas y vulgares escenas que protagonizaron nutridos contingentes de legisladoras cuando, a través de pronunciamientos, gritos y pancartas y a falta de argumentos, se dedicaron a agredir con los adjetivos más infamantes a sus compañeras de los grupos parlamentarios contrarios.

Y no, esto no fue lo más delicado. Hay algo aún más grave que haber hecho de la Cámara de Diputados un patético, degradante y deshonroso aquelarre: es la dosis de veneno que la abyecta e irresponsable actuación de estas legisladoras incoa en el alma social. Si ellas, como mujeres, son capaces de rebajarse hasta ese grado ¿qué respeto les podrá tener la sociedad? ¿Cómo pedirle a ésta que se modere y, sobre todo, qué proyecto de Nación puede surgir en manos de semejantes “representantes” populares?

Sí, sonará romántico recordar a Roque Barcia que en su diccionario etimológico de la lengua española definía a la oratoria como el arte de hablar y escribir “con propiedad, elegancia y persuasión”, pero la verdadera oratoria es así, como lo confirma la historia, no lo que hoy priva en el “debate” parlamentario. La forma es fondo y por más coraje, lealtad a ciegas, emulación del discurso supremo, ambición o sed de poder que se tenga, cuando en un órgano legislativo sus miembros pierden el más elemental respeto entre sí, se ha llegado al principio del fin.


@BettyZanolli

bettyzanolli@gmail.com