/ sábado 20 de febrero de 2021

El desprecio del neocínico

Uno debe buscar la virtud por sí mismo, sin ser influenciado por el miedo o la esperanza, o por cualquier influencia externa. Además, en eso consiste la felicidad.

Diógenes de Sirope


Cínico es un préstamo lingüístico del siglo XV a partir del vocablo latino cynicus, derivado del griego kynikós y éste de kion, kynós: perteneciente o relativo al perro.

Concepto por demás polémico, puesto que hacia el siglo IV a.C. dio nombre a la escuela filosófica de “Los Cínicos”, probablemente a partir de que su sitio de reunión era el gimnasio del Cinosargo (Kynósarghes: perro) ubicado en la antigua Atenas. Se cree que Antístenes -rival ideológico de Platón- fue el fundador de este grupo, tras haber sido impactado por Sócrates, cuyo pensamiento preservó y divulgó sobre todo por cuanto a lo relativo a la firmeza del ánimo (kartería), su impasibilidad (apatheia) y autarquía (enkráteia), entendida ésta como liberación de todo aquello que no es nuestro: familia, patrimonio, posición social, etcétera.

¿Cómo definir a la mística cínica, el bios kynikós? No como una escuela, sino como una vida ascética (askéseis) extrema. Para Antístenes, a partir de una mente nueva que cifrara en alcanzar la virtud como meta del actuar humano. Para Mónimo de Siracusa, asumiendo la frase del Eclsiastés: “Vanidad de vanidades y todo vanidad”, mientras que para Crates de Tebas, lo sería a través del cultivo de la filantropía y de la lucha contra todas las plagas del alma humana: ira, codicia y envidia, entre tantas otras. A su vez, para los tracios Metrocles y su hermana Hiparquía -que fue pareja de Crates y la única mujer cínica-, la vida debía ser lo más austera y simple posible.

Por cuanto a Diógenes de Sinope, mediante la crítica disruptiva contra el orden, la religión, la ciencia, la sexualidad, la civilización en pleno, por haber alejado al hombre de la naturaleza y estar ávido del verdadero conocimiento (sofía). ¡Qué más que la imagen que la historia nos ha legado de él cuando con linterna en mano recorría Atenas a la búsqueda “del hombre” o cuando le pidió a Alejandro Magno hacerse a un lado pues le ocultaba al sol! Manifestaciones claras, ambas, de la “parresia” (parresía) o libertad de expresión que no admitía censura alguna para decir lo que se pensaba, generalmente con ironía, sarcasmo y sátira, de los que Diógenes fue magistral exponente.

Al paso de las centurias, el cinismo fue retomado por Juliano el Apóstata y Salustio de Emesis en los siglos IV y VI d.C., respectivamente, vislumbrándose su vis ascética en el franciscanismo tardomedieval y algunas de sus ideas en el pensamiento revolucionario y anarquista francés, así como en el pensamiento de Nietzsche, Foucault, Cioran -para quien la historia y la utopía no son sino “mentiras útiles”- y Sloterdijk -para quien el cinismo conduce a la desesperanza-. Sin embargo, en la actualidad, el cinismo está muy lejos de ser aquél por el que propugnó un Diógenes de Sirope. Y es que en la antigüedad, ante una Grecia de costumbres relajadas, el cinismo pretendió, como lo refiere la Real Academia Española (RAE), despreciar “las convenciones sociales y las normas y valores morales” imperantes, oponiéndose a los vicios y a la corrupción que reinaban, las riquezas, lujo, fama y gloria.

Hoy en cambio, en vez de ser propositivo, franco, crítico, libertario y, principalmente antipolítico, el cinismo se ha desnaturalizado, sobre todo en aquél que lo hace su credo vital y que en vez de luchar contra el statu quo, termina utilizándolo al servicio de éste, degenerando y desvirtuando con ello su esencia originaria. Así lo prueba el hecho de que la propia RAE comprenda entre las acepciones actuales del cinismo: la “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”, la “imprudencia, obscenidad descarada”, además de la “afectación de desaseo y grosería”.

Sí, el cinismo actual es opuesto al antiguo porque ha cambiado su objetivo: aquél se ejercía fuera del gobierno, desde la voz del demos en busca de la verdad y en contra del poder. El de nuestros días, a cargo del neocínico, se ejerce desde el kratos, desde el gobierno, desde la voz del político que busca ocultar la verdad y sin empacho miente, al fin que es el representante de la voz del poder. Por eso su desprecio conlleva una desestimación, un desaire y un desdén totales. Desde “su cúspide” de poder, el neocínico ha transitado de la autarquía al despotismo, de la impasibilidad a la insensibilidad psicopática, del autodominio a la bajeza moral, por ello lejos de compadecerse, hace escarnio del vulnerable por razón de edad, condición y/o sexo, al grado de “decirse harto” de las luchas feministas.

El neocínico en su soberbia no tolera al que “se atreve” a pensar distinto, lo repudia y desprecia, pero lo más grave es que contamina con esta actitud al sector social que por un momento cree en sus mentiras, porque el neocinismo es, como diría Sloterdijk, un fenómeno propio de las masas, sólo que antisocial y perverso, porque es deshumanizado y es antipódico del verdadero cinismo, aquél que para Nietzsche, era “la única forma en que las almas vulgares” podían rozar la verdadera honestidad.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli

Uno debe buscar la virtud por sí mismo, sin ser influenciado por el miedo o la esperanza, o por cualquier influencia externa. Además, en eso consiste la felicidad.

Diógenes de Sirope


Cínico es un préstamo lingüístico del siglo XV a partir del vocablo latino cynicus, derivado del griego kynikós y éste de kion, kynós: perteneciente o relativo al perro.

Concepto por demás polémico, puesto que hacia el siglo IV a.C. dio nombre a la escuela filosófica de “Los Cínicos”, probablemente a partir de que su sitio de reunión era el gimnasio del Cinosargo (Kynósarghes: perro) ubicado en la antigua Atenas. Se cree que Antístenes -rival ideológico de Platón- fue el fundador de este grupo, tras haber sido impactado por Sócrates, cuyo pensamiento preservó y divulgó sobre todo por cuanto a lo relativo a la firmeza del ánimo (kartería), su impasibilidad (apatheia) y autarquía (enkráteia), entendida ésta como liberación de todo aquello que no es nuestro: familia, patrimonio, posición social, etcétera.

¿Cómo definir a la mística cínica, el bios kynikós? No como una escuela, sino como una vida ascética (askéseis) extrema. Para Antístenes, a partir de una mente nueva que cifrara en alcanzar la virtud como meta del actuar humano. Para Mónimo de Siracusa, asumiendo la frase del Eclsiastés: “Vanidad de vanidades y todo vanidad”, mientras que para Crates de Tebas, lo sería a través del cultivo de la filantropía y de la lucha contra todas las plagas del alma humana: ira, codicia y envidia, entre tantas otras. A su vez, para los tracios Metrocles y su hermana Hiparquía -que fue pareja de Crates y la única mujer cínica-, la vida debía ser lo más austera y simple posible.

Por cuanto a Diógenes de Sinope, mediante la crítica disruptiva contra el orden, la religión, la ciencia, la sexualidad, la civilización en pleno, por haber alejado al hombre de la naturaleza y estar ávido del verdadero conocimiento (sofía). ¡Qué más que la imagen que la historia nos ha legado de él cuando con linterna en mano recorría Atenas a la búsqueda “del hombre” o cuando le pidió a Alejandro Magno hacerse a un lado pues le ocultaba al sol! Manifestaciones claras, ambas, de la “parresia” (parresía) o libertad de expresión que no admitía censura alguna para decir lo que se pensaba, generalmente con ironía, sarcasmo y sátira, de los que Diógenes fue magistral exponente.

Al paso de las centurias, el cinismo fue retomado por Juliano el Apóstata y Salustio de Emesis en los siglos IV y VI d.C., respectivamente, vislumbrándose su vis ascética en el franciscanismo tardomedieval y algunas de sus ideas en el pensamiento revolucionario y anarquista francés, así como en el pensamiento de Nietzsche, Foucault, Cioran -para quien la historia y la utopía no son sino “mentiras útiles”- y Sloterdijk -para quien el cinismo conduce a la desesperanza-. Sin embargo, en la actualidad, el cinismo está muy lejos de ser aquél por el que propugnó un Diógenes de Sirope. Y es que en la antigüedad, ante una Grecia de costumbres relajadas, el cinismo pretendió, como lo refiere la Real Academia Española (RAE), despreciar “las convenciones sociales y las normas y valores morales” imperantes, oponiéndose a los vicios y a la corrupción que reinaban, las riquezas, lujo, fama y gloria.

Hoy en cambio, en vez de ser propositivo, franco, crítico, libertario y, principalmente antipolítico, el cinismo se ha desnaturalizado, sobre todo en aquél que lo hace su credo vital y que en vez de luchar contra el statu quo, termina utilizándolo al servicio de éste, degenerando y desvirtuando con ello su esencia originaria. Así lo prueba el hecho de que la propia RAE comprenda entre las acepciones actuales del cinismo: la “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”, la “imprudencia, obscenidad descarada”, además de la “afectación de desaseo y grosería”.

Sí, el cinismo actual es opuesto al antiguo porque ha cambiado su objetivo: aquél se ejercía fuera del gobierno, desde la voz del demos en busca de la verdad y en contra del poder. El de nuestros días, a cargo del neocínico, se ejerce desde el kratos, desde el gobierno, desde la voz del político que busca ocultar la verdad y sin empacho miente, al fin que es el representante de la voz del poder. Por eso su desprecio conlleva una desestimación, un desaire y un desdén totales. Desde “su cúspide” de poder, el neocínico ha transitado de la autarquía al despotismo, de la impasibilidad a la insensibilidad psicopática, del autodominio a la bajeza moral, por ello lejos de compadecerse, hace escarnio del vulnerable por razón de edad, condición y/o sexo, al grado de “decirse harto” de las luchas feministas.

El neocínico en su soberbia no tolera al que “se atreve” a pensar distinto, lo repudia y desprecia, pero lo más grave es que contamina con esta actitud al sector social que por un momento cree en sus mentiras, porque el neocinismo es, como diría Sloterdijk, un fenómeno propio de las masas, sólo que antisocial y perverso, porque es deshumanizado y es antipódico del verdadero cinismo, aquél que para Nietzsche, era “la única forma en que las almas vulgares” podían rozar la verdadera honestidad.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli