/ sábado 26 de junio de 2021

El discurso presidencial le da la razón

A mi padre, cuando de niña me decía: “un día, por allá de los años 50, el alcalde de San Francisco le dijo a su homólogo de Tel Aviv: ‘¡Qué envidia me das, imagínate, tener solo un millón de habitantes en tu ciudad!’, a lo que respondió el israelita: ‘No tendrías por qué envidiarme, de ese millón 150 mil tienen grado de doctor’…”. Sí, el poder no sólo hoy: siempre le ha temido a las voces críticas, a los cerebros pensantes y, sobre todo, a las conciencias independientes y comprometidas con su Nación, no con su líder.

Por eso Hitler mandó quemar los libros y asesinar a sus opositores. Por eso la Iglesia y la Inquisición hicieron piras con los objetos y textos que pudieran recordar a sus propietarios otros credos y poner en juego sus dogmas. Por eso el poder ha censurado, inveteradamente, todo lo que lo ponga en jaque, porque hablar de historia ante un pueblo refractario o desconocedor de ella es fácil, conveniente y necesario, pero hablarle de historia, economía, política, arqueología, ciencia, arte, ideología, a una sociedad que se ha esforzado por prepararse en el conocimiento, es otra cosa.

Veamos dos temas: los títulos profesionales y las clases medias y su participación política. En 1874, el compositor Melesio Morales polemizó en el periódico lerdista “El Federalista” con “Puck” (pseudónimo usado por Manuel Gutiérrez Nájera y Francisco G. Cosmes), quien refería que la reputación no la daba un título, sino “la conciencia de la sociedad”, su “fama pública”, y que había hombres carentes de educación universitaria que sabían mucho más que quienes la habían tenido. La respuesta de Morales fue reveladora. Un título profesional es importante no porque “honre” a quien lo detenta, sino porque es el aval que otorga el gobierno ante la sociedad para que ésta pueda tener confianza de encomendar a quien ha sido certificado en su conocimiento por los órganos oficiales del Estado desde sus propios intereses hasta la vida misma. En pocas palabras, lejos de ser equivalente a un título nobiliario, es una patente, un permiso para ejercer un trabajo ante la sociedad.

Y sí, han sido particularmente las clases medias las que a través de un título profesional han podido trabajar y así contribuir al progreso de las naciones. Más aún, gracias a ellas dio inicio la historia contemporánea, al haber sido promotoras de las revoluciones y gestas independentistas que tuvieron lugar desde el siglo XVIII y hasta el momento actual, como lo atestiguan Inglaterra, los Estados Unidos de América en 1776, la Francia de 1789, América Latina en la primera mitad del siglo XIX y, más tarde, Europa con las llamadas “revoluciones burguesas”, los movimientos “jóvenes” en favor de las respectivas independencias nacionalistas (Polonia, Hungría, Grecia, etc.) y con las unificaciones nacionales (Italia y Alemania). Qué decir en el siglo XX: Lenin, Trotsky, Stalin, los Castro, el Che Guevara o en el XXI el actual titular del Ejecutivo Federal de México.

Sin las clases medias, las garantías individuales y sociales y los derechos humanos hubieran sido letra muerta. Para muestra, nuestro proprio país. En el siglo XIX, fue la clase media el motor del cambio, principalmente al haber sido el bastión que detonó la reforma liberal, comenzando por Juárez, Prieto, Vallarta, Altamirano, Ramírez, Lafragua, Ocampo, los Lerdo, etc. Y lo fue más que nunca a principios de 1900, no sólo al haber sido la ideóloga e impulsora de la Revolución Mexicana: eran de clase media los hermanos Flores Magón y los Serdán. Lo eran Rhodakanaty, Zapata, Villa, Soto y Gama, Ángeles, y lo fueron Obregón y el gran Salvador Alvarado. Paradójicamente, Madero y Carranza no eran de clase media, eran terratenientes, y aún así se sumaron a la lucha, como en la Francia revolucionaria lo hicieron Voltaire y Montesquieu. Pero sobre todo fueron de clase media los constituyentes que dieron vida a nuestra Constitución Política en 1917, la más vanguardista de su tiempo. Sin los maestros, abogados, obreros, periodistas, que en ella colaboraron como Múgica, Romero Flores, Aguirre Berlanga, Rouaix, Macías, Victoria, Medina, Cabrera, Bojórquez, Manjarrez, Aguilar, Magallón: México no habría sido el que fue y menos aún hubiera servido de algo la sangre derramada por la Revolución.

¿Y hoy? Hoy la clase media sigue siendo el motor del cambio porque es ella la principal contribuyente del Estado, la que integra la burocracia y contribuye a que el aparato estatal siga marchando en su base y la que forma a las nuevas generaciones de ciudadanos, porque sí: ser “aspiracionista” lejos de ser un oprobio, ha sido la razón de la lucha de todos los que han soñado con un México mejor. Por eso y por mucho más, es injusto agredir desde el altar presidencial a la clase media. No sólo se falsea a la historia. Hay algo peor: lejos de amalgamar el tejido social, se están sembrando vientos de odio y discriminación que no tardarán en gestar graves tormentas, porque si antes la corrupción fue en lo material, hoy además lo está siendo en la moral social.



bettyzanolli@hotmail.com @BettyZanolli


A mi padre, cuando de niña me decía: “un día, por allá de los años 50, el alcalde de San Francisco le dijo a su homólogo de Tel Aviv: ‘¡Qué envidia me das, imagínate, tener solo un millón de habitantes en tu ciudad!’, a lo que respondió el israelita: ‘No tendrías por qué envidiarme, de ese millón 150 mil tienen grado de doctor’…”. Sí, el poder no sólo hoy: siempre le ha temido a las voces críticas, a los cerebros pensantes y, sobre todo, a las conciencias independientes y comprometidas con su Nación, no con su líder.

Por eso Hitler mandó quemar los libros y asesinar a sus opositores. Por eso la Iglesia y la Inquisición hicieron piras con los objetos y textos que pudieran recordar a sus propietarios otros credos y poner en juego sus dogmas. Por eso el poder ha censurado, inveteradamente, todo lo que lo ponga en jaque, porque hablar de historia ante un pueblo refractario o desconocedor de ella es fácil, conveniente y necesario, pero hablarle de historia, economía, política, arqueología, ciencia, arte, ideología, a una sociedad que se ha esforzado por prepararse en el conocimiento, es otra cosa.

Veamos dos temas: los títulos profesionales y las clases medias y su participación política. En 1874, el compositor Melesio Morales polemizó en el periódico lerdista “El Federalista” con “Puck” (pseudónimo usado por Manuel Gutiérrez Nájera y Francisco G. Cosmes), quien refería que la reputación no la daba un título, sino “la conciencia de la sociedad”, su “fama pública”, y que había hombres carentes de educación universitaria que sabían mucho más que quienes la habían tenido. La respuesta de Morales fue reveladora. Un título profesional es importante no porque “honre” a quien lo detenta, sino porque es el aval que otorga el gobierno ante la sociedad para que ésta pueda tener confianza de encomendar a quien ha sido certificado en su conocimiento por los órganos oficiales del Estado desde sus propios intereses hasta la vida misma. En pocas palabras, lejos de ser equivalente a un título nobiliario, es una patente, un permiso para ejercer un trabajo ante la sociedad.

Y sí, han sido particularmente las clases medias las que a través de un título profesional han podido trabajar y así contribuir al progreso de las naciones. Más aún, gracias a ellas dio inicio la historia contemporánea, al haber sido promotoras de las revoluciones y gestas independentistas que tuvieron lugar desde el siglo XVIII y hasta el momento actual, como lo atestiguan Inglaterra, los Estados Unidos de América en 1776, la Francia de 1789, América Latina en la primera mitad del siglo XIX y, más tarde, Europa con las llamadas “revoluciones burguesas”, los movimientos “jóvenes” en favor de las respectivas independencias nacionalistas (Polonia, Hungría, Grecia, etc.) y con las unificaciones nacionales (Italia y Alemania). Qué decir en el siglo XX: Lenin, Trotsky, Stalin, los Castro, el Che Guevara o en el XXI el actual titular del Ejecutivo Federal de México.

Sin las clases medias, las garantías individuales y sociales y los derechos humanos hubieran sido letra muerta. Para muestra, nuestro proprio país. En el siglo XIX, fue la clase media el motor del cambio, principalmente al haber sido el bastión que detonó la reforma liberal, comenzando por Juárez, Prieto, Vallarta, Altamirano, Ramírez, Lafragua, Ocampo, los Lerdo, etc. Y lo fue más que nunca a principios de 1900, no sólo al haber sido la ideóloga e impulsora de la Revolución Mexicana: eran de clase media los hermanos Flores Magón y los Serdán. Lo eran Rhodakanaty, Zapata, Villa, Soto y Gama, Ángeles, y lo fueron Obregón y el gran Salvador Alvarado. Paradójicamente, Madero y Carranza no eran de clase media, eran terratenientes, y aún así se sumaron a la lucha, como en la Francia revolucionaria lo hicieron Voltaire y Montesquieu. Pero sobre todo fueron de clase media los constituyentes que dieron vida a nuestra Constitución Política en 1917, la más vanguardista de su tiempo. Sin los maestros, abogados, obreros, periodistas, que en ella colaboraron como Múgica, Romero Flores, Aguirre Berlanga, Rouaix, Macías, Victoria, Medina, Cabrera, Bojórquez, Manjarrez, Aguilar, Magallón: México no habría sido el que fue y menos aún hubiera servido de algo la sangre derramada por la Revolución.

¿Y hoy? Hoy la clase media sigue siendo el motor del cambio porque es ella la principal contribuyente del Estado, la que integra la burocracia y contribuye a que el aparato estatal siga marchando en su base y la que forma a las nuevas generaciones de ciudadanos, porque sí: ser “aspiracionista” lejos de ser un oprobio, ha sido la razón de la lucha de todos los que han soñado con un México mejor. Por eso y por mucho más, es injusto agredir desde el altar presidencial a la clase media. No sólo se falsea a la historia. Hay algo peor: lejos de amalgamar el tejido social, se están sembrando vientos de odio y discriminación que no tardarán en gestar graves tormentas, porque si antes la corrupción fue en lo material, hoy además lo está siendo en la moral social.



bettyzanolli@hotmail.com @BettyZanolli