/ sábado 1 de agosto de 2020

El instrumento

Desde su actual e incógnito domicilio, Emilio Lozoya Austin debe estar riéndose de todos nosotros. No ha pisado la cárcel, ni siquiera un juzgado. Llegó extraditado directamente de España y tras un rocambolesco operativo lo instalaron en el Hospital Ángeles Pedregal, institución que siempre me ha parecido más un hotel que un nosocomio. Desde allí, ha comparecido dos veces ante la justicia por vía remota; y por más dinero, tiempo y publicidad invertidos por el poder judicial mexicano para hacer las audiencias penales públicas y transparentes, nadie sabe hasta la fecha en realidad qué ha dicho pues sus audiencias no fueron públicas ni trasparentes.

Con un brazalete electrónico, que seguramente no pagó él como es la costumbre para los criminales comunes, sino que sufragamos los contribuyentes, se escabuyó a primeras horas del sábado a su lugar de residencia. No sabemos si ésta sea la casa que Altos Hornos le regaló en Ixtapa a cuenta de la compra de Fertinal (1.2 $USD millones), o la que le regaló Odebrecht en Lomas de Chapultepec (2.58 millones de francos suizos). En teoría no podría emplear ninguno de los inmuebles que posee fuera del país, detectados hasta la fecha, comprados mediante fondos de inversión offshore.

Lozoya ríe porque hasta el momento todo le ha salido muy bien. Su defensa, a cargo del discípulo de Roxin, Miguel Ontiveros Alonso, aduce que no es más que el instrumento de un “aparato organizado de poder”. Es decir, que el acusado es sólo un engranaje que funcionaba sin dolo bajo las órdenes de quienes se beneficiaban con su accionar. Yo tampoco lo creo, porque esto aplicaría muy bien si estuviéramos hablando de los abogados de PEMEX que redactaron los contratos para desfalcar la empresa, de los contadores, de los encargados de finanzas, de los secretarios asalariados cuando Lozoya Austin fungía como Director General de Petróleos Mexicanos. Aplicaría para quienes hicieron su trabajo por un jornal sin beneficiarse de los millones de dólares, de las mansiones, de los viajes de lujo a Davos, de las prerrogativas por ser el gerente de la principal empresa productiva del estado mexicano. Estos verdaderos engranajes no se refugiarían con un pasaporte falso en un exclusivo residencial de la costa dorada española, como lo hizo Lozoya Austin. Ni llegarían a un hotel-hospital tras su extradición. Así como seguramente no tendrían para pagar de su bolsa el brazalete rastreador ni un abogado capaz de retorcer las teorías de tan distinguido jurista alemán.

No sé cuánto tiempo más pueda durarle la risa a Lozoya. Quizás mucho porque sabemos las graves deficiencias de la FGR a la hora de integrar carpetas, y su reticencia a crear un maxiproceso que nos muestre la cara real de la política mexicana de los últimos años. En fin, por el miedo a la verdad que siempre ha atenazado a una institución que ahora se presume independiente. Quizás la risa dure poco porque si la pesquisa se desvía hacia varios expresidentes y otros peces gordos, la vida de Lozoya valdrá cada vez menos. Ahí veríamos el precio de ser un mero instrumento, en comparación con haber hecho parte esencial de la banda cleptocrática nacional.


Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

Desde su actual e incógnito domicilio, Emilio Lozoya Austin debe estar riéndose de todos nosotros. No ha pisado la cárcel, ni siquiera un juzgado. Llegó extraditado directamente de España y tras un rocambolesco operativo lo instalaron en el Hospital Ángeles Pedregal, institución que siempre me ha parecido más un hotel que un nosocomio. Desde allí, ha comparecido dos veces ante la justicia por vía remota; y por más dinero, tiempo y publicidad invertidos por el poder judicial mexicano para hacer las audiencias penales públicas y transparentes, nadie sabe hasta la fecha en realidad qué ha dicho pues sus audiencias no fueron públicas ni trasparentes.

Con un brazalete electrónico, que seguramente no pagó él como es la costumbre para los criminales comunes, sino que sufragamos los contribuyentes, se escabuyó a primeras horas del sábado a su lugar de residencia. No sabemos si ésta sea la casa que Altos Hornos le regaló en Ixtapa a cuenta de la compra de Fertinal (1.2 $USD millones), o la que le regaló Odebrecht en Lomas de Chapultepec (2.58 millones de francos suizos). En teoría no podría emplear ninguno de los inmuebles que posee fuera del país, detectados hasta la fecha, comprados mediante fondos de inversión offshore.

Lozoya ríe porque hasta el momento todo le ha salido muy bien. Su defensa, a cargo del discípulo de Roxin, Miguel Ontiveros Alonso, aduce que no es más que el instrumento de un “aparato organizado de poder”. Es decir, que el acusado es sólo un engranaje que funcionaba sin dolo bajo las órdenes de quienes se beneficiaban con su accionar. Yo tampoco lo creo, porque esto aplicaría muy bien si estuviéramos hablando de los abogados de PEMEX que redactaron los contratos para desfalcar la empresa, de los contadores, de los encargados de finanzas, de los secretarios asalariados cuando Lozoya Austin fungía como Director General de Petróleos Mexicanos. Aplicaría para quienes hicieron su trabajo por un jornal sin beneficiarse de los millones de dólares, de las mansiones, de los viajes de lujo a Davos, de las prerrogativas por ser el gerente de la principal empresa productiva del estado mexicano. Estos verdaderos engranajes no se refugiarían con un pasaporte falso en un exclusivo residencial de la costa dorada española, como lo hizo Lozoya Austin. Ni llegarían a un hotel-hospital tras su extradición. Así como seguramente no tendrían para pagar de su bolsa el brazalete rastreador ni un abogado capaz de retorcer las teorías de tan distinguido jurista alemán.

No sé cuánto tiempo más pueda durarle la risa a Lozoya. Quizás mucho porque sabemos las graves deficiencias de la FGR a la hora de integrar carpetas, y su reticencia a crear un maxiproceso que nos muestre la cara real de la política mexicana de los últimos años. En fin, por el miedo a la verdad que siempre ha atenazado a una institución que ahora se presume independiente. Quizás la risa dure poco porque si la pesquisa se desvía hacia varios expresidentes y otros peces gordos, la vida de Lozoya valdrá cada vez menos. Ahí veríamos el precio de ser un mero instrumento, en comparación con haber hecho parte esencial de la banda cleptocrática nacional.


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