/ sábado 16 de julio de 2022

El triunfo de la voluntad (I)El triunfo de la voluntad (I)


“Cuando se inicia y desencadena una guerra lo que importa no es tener la razón,si no conseguir la victoria”.


Hitler



Adolf Hitler llegó al poder y se mantuvo en él a través de la mentira y el chantaje, la violencia moral y física y el terror. Nunca habló con la verdad. Decía querer la paz y sólo hizo la guerra, pues si de algo estaba convencido es de que ésta era el origen de todo. No obstante, lo más trágico no es que haya existido un Hitler como la más cruda encarnación humana del mal.

Lo grave es que millones le hayan seguido, creído y deificado, al grado que aún hoy, a casi un siglo de distancia, sigue siendo paradigma de inspiración y objeto de culto. Pero hay algo que lo explica: Hitler y el nazismo no fueron solo un fenómeno político, social e ideológico, sino ante todo un fenómeno psicológico gestado a partir del engaño social perpetrado a través del control de los medios y la censura, así como de una brutal propaganda que justificaba la guerra y la violencia aduciendo que Alemania era una víctima de las naciones capitalistas y, en particular, del pueblo judío.


Y es que a Hitler no le bastaba tener el monopolio del poder o que todos supieran que el Führer (como “Il Duce” en el caso del fascismo) “siempre tenía la razón”. Quería más. Quería el control y la sumisión total de su pueblo, al que quería autómata. No se conformaba con menos, ya que para él sólo un pueblo así podría ser la base y fundamento de la hegemonía que aspiraba implantar a nivel mundial. Por lo mismo y en aras de lograrlo no dudó en promover la devastación moral y el exterminio genocida de gran parte de la raza humana: todos aquellos que fueran sus opositores políticos e ideológicos o que tuvieran un origen étnico “espurio”, debían desaparecer para dar paso a la raza “aria”.


Sí, era un verdadero psicópata: un megalómano, un narcisista, un logorreico que no paraba de hablar. Un ser tan contradictorio que era famoso por circular a altas velocidades y nunca llegar a tiempo. Un ente sin luces académicas que odiaba a todo lo que fuera intelectual; que exterminaba a todo el que osara debatirle; un hombre que fue rechazado para ingresar a la academia de arte, pero que al llegar al poder impuso el tipo de arte que debía prevalecer; que carecía de familia y que no supo ser una pareja. Decía que su “gran amor” era el pueblo, pero sostenía que el Estado debía imponerse por sobre todo individuo, ya que la razón de existir de los hombres era la de servir al Estado, no al revés. De ahí que al estar próximo al fin y tener la certeza de que no habría retorno, dispuso que su pueblo verdadero, el “superior”, no le podría sobrevivir y tendría que morir igualmente inmolado junto con él.


En pocas palabras, era la encarnación de la deshumanización plena. Por eso a sus tropas les pedía erradicar todo sentimiento de compasión: eran y debían ser “bárbaras”, ser bárbaro era un “título de honor”. Empeño que lo condujo hacia una búsqueda obstinada en el pasado histórico en pos de todo aquel hecho y símbolo de los cuales pudiera apoderarse para cimentar la ideología de su partido, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Ideología que pronto trascendió a todos los ámbitos: escuelas, iglesias, órganos de justicia, arte y cultura, agricultura e industria, buscando adeptos principalmente en la juventud por ser maleable y que al integrarse como combatiente recibía el título de “soldado político”, sujeto a un “mandato” en el que no se respetaba y servía al Estado sino al Führer. Su obstinación radical no esperaba menos. No aceptaba un no.


Era además sádico y perverso, como lo mostró en una de sus primeras matanzas: la que tuvo lugar en Lidice, cerca de Praga, y como lo volvió a comprobar al haber incendiado el ghetto de Varsovia del que alguna fuente militar nazi referiría: “decidí efectuar la eliminación total del barrio judío por medio de la quema de todas sus viviendas. Los judíos se quedaban en las casas en llamas hasta que comenzaban a quemarse ellos también y se lanzaban desde las ventanas a la calle. Era la única forma de obligar a esta gentuza y a estas bestias para que salieran de sus escondites. Hoy el antiguo barrio judío de Varsovia ya no existe".


Pero esto era sólo el inicio del doloroso genocidio nazi en el que el sufrimiento humano fue más allá de todo, comenzando por la campaña propagandística que ocultó calculadoramente a su propia Nación los términos en los que se estaba llevando a cabo la “solución final”. Por algo toda noticia proveniente de los aliados que hablara del horror nazi era tachada de calumniosa y falsaria. Tendría que terminar la Segunda Guerra Mundial para que la humanidad tomara conciencia de los atroces horrores perpetrados, aunque tal vez nunca será suficiente lo leído, visto y escuchado a cargo de sus sobrevivientes, porque como maquiavélica pero también categóricamente el propio Hitler algún día sentenció: “quizás la más grande y mejor lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”.


La pregunta es ¿cómo logró Hitler semejante manipulación y fanatización? De ello hablaremos.

bettyzanolli@gmail.com


@BettyZanolli


“Cuando se inicia y desencadena una guerra lo que importa no es tener la razón,si no conseguir la victoria”.


Hitler



Adolf Hitler llegó al poder y se mantuvo en él a través de la mentira y el chantaje, la violencia moral y física y el terror. Nunca habló con la verdad. Decía querer la paz y sólo hizo la guerra, pues si de algo estaba convencido es de que ésta era el origen de todo. No obstante, lo más trágico no es que haya existido un Hitler como la más cruda encarnación humana del mal.

Lo grave es que millones le hayan seguido, creído y deificado, al grado que aún hoy, a casi un siglo de distancia, sigue siendo paradigma de inspiración y objeto de culto. Pero hay algo que lo explica: Hitler y el nazismo no fueron solo un fenómeno político, social e ideológico, sino ante todo un fenómeno psicológico gestado a partir del engaño social perpetrado a través del control de los medios y la censura, así como de una brutal propaganda que justificaba la guerra y la violencia aduciendo que Alemania era una víctima de las naciones capitalistas y, en particular, del pueblo judío.


Y es que a Hitler no le bastaba tener el monopolio del poder o que todos supieran que el Führer (como “Il Duce” en el caso del fascismo) “siempre tenía la razón”. Quería más. Quería el control y la sumisión total de su pueblo, al que quería autómata. No se conformaba con menos, ya que para él sólo un pueblo así podría ser la base y fundamento de la hegemonía que aspiraba implantar a nivel mundial. Por lo mismo y en aras de lograrlo no dudó en promover la devastación moral y el exterminio genocida de gran parte de la raza humana: todos aquellos que fueran sus opositores políticos e ideológicos o que tuvieran un origen étnico “espurio”, debían desaparecer para dar paso a la raza “aria”.


Sí, era un verdadero psicópata: un megalómano, un narcisista, un logorreico que no paraba de hablar. Un ser tan contradictorio que era famoso por circular a altas velocidades y nunca llegar a tiempo. Un ente sin luces académicas que odiaba a todo lo que fuera intelectual; que exterminaba a todo el que osara debatirle; un hombre que fue rechazado para ingresar a la academia de arte, pero que al llegar al poder impuso el tipo de arte que debía prevalecer; que carecía de familia y que no supo ser una pareja. Decía que su “gran amor” era el pueblo, pero sostenía que el Estado debía imponerse por sobre todo individuo, ya que la razón de existir de los hombres era la de servir al Estado, no al revés. De ahí que al estar próximo al fin y tener la certeza de que no habría retorno, dispuso que su pueblo verdadero, el “superior”, no le podría sobrevivir y tendría que morir igualmente inmolado junto con él.


En pocas palabras, era la encarnación de la deshumanización plena. Por eso a sus tropas les pedía erradicar todo sentimiento de compasión: eran y debían ser “bárbaras”, ser bárbaro era un “título de honor”. Empeño que lo condujo hacia una búsqueda obstinada en el pasado histórico en pos de todo aquel hecho y símbolo de los cuales pudiera apoderarse para cimentar la ideología de su partido, el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Ideología que pronto trascendió a todos los ámbitos: escuelas, iglesias, órganos de justicia, arte y cultura, agricultura e industria, buscando adeptos principalmente en la juventud por ser maleable y que al integrarse como combatiente recibía el título de “soldado político”, sujeto a un “mandato” en el que no se respetaba y servía al Estado sino al Führer. Su obstinación radical no esperaba menos. No aceptaba un no.


Era además sádico y perverso, como lo mostró en una de sus primeras matanzas: la que tuvo lugar en Lidice, cerca de Praga, y como lo volvió a comprobar al haber incendiado el ghetto de Varsovia del que alguna fuente militar nazi referiría: “decidí efectuar la eliminación total del barrio judío por medio de la quema de todas sus viviendas. Los judíos se quedaban en las casas en llamas hasta que comenzaban a quemarse ellos también y se lanzaban desde las ventanas a la calle. Era la única forma de obligar a esta gentuza y a estas bestias para que salieran de sus escondites. Hoy el antiguo barrio judío de Varsovia ya no existe".


Pero esto era sólo el inicio del doloroso genocidio nazi en el que el sufrimiento humano fue más allá de todo, comenzando por la campaña propagandística que ocultó calculadoramente a su propia Nación los términos en los que se estaba llevando a cabo la “solución final”. Por algo toda noticia proveniente de los aliados que hablara del horror nazi era tachada de calumniosa y falsaria. Tendría que terminar la Segunda Guerra Mundial para que la humanidad tomara conciencia de los atroces horrores perpetrados, aunque tal vez nunca será suficiente lo leído, visto y escuchado a cargo de sus sobrevivientes, porque como maquiavélica pero también categóricamente el propio Hitler algún día sentenció: “quizás la más grande y mejor lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”.


La pregunta es ¿cómo logró Hitler semejante manipulación y fanatización? De ello hablaremos.

bettyzanolli@gmail.com


@BettyZanolli