/ domingo 7 de noviembre de 2021

En pos de nuestra soberanía

El mundo actual se encuentra en un proceso de reacomodo, revaloración y renovado análisis de conceptos esenciales como los de globalización, territorio, Estado, frontera y, particularmente, soberanía. En torno a esta última, es posible advertir que no hay un consenso sobre sus posibles orígenes. Autores como H. Heller sostienen que adquirió sentido jurídico-político durante el Renacimiento, a la par que surgía el Estado Moderno, erigiéndose en elemento central de la omnipotencia del Estado en ciernes.

Otros, como G. Jellinek, creen que ya existía desde finales de la Edad Media, concretamente en el siglo XII, época en la que dicho vocablo aludía al “soberano” que, “en su esfera de dominación”, decidía con independencia de la voluntad de cualquier otro. Esto es, el “soberano” no admitía otro superior (“superanus”) a él (“souvränetät”), comprendiendo tanto las autoridades terrenas como a Dios mismo. Al paso del tiempo, esta categoría conceptual adquirió nuevas acepciones, como las de “summa potestas”, “summum imperium”, “maiestas” y “plenitudo potestatis”, entre otras. Y es que tal y como observa W.A. Dunning, la soberanía habrá de germinar allí donde se detonaran controversias en materia de autoridad, y las había con los amplios poderes del señor feudal, en la medida que variaban conforme la posición que éste ocupaba dentro de la jerarquía feudal, es decir, dependiendo de cuán mayor o menor era la subordinación que tuvieran sus vasallos hacia él.

A principios del siglo XIV, Marsilio de Padua hará una declaración temeraria para su época, al sostener que una comunidad política podría ser autosuficiente y no requerir de ningún otro poder para vivir por ser soberana. Sí, arribábamos al momento de su emancipación: la soberanía no provendría más de Dios sino del pueblo. De ahí la conclusión de Maquiavelo: la soberanía era la cualidad del poder de la comunidad que es en sí su propio soberano absoluto y perpetuo, creador de su orden y su historia. Visión que inspirará a Bodino para definirla como “el poder absoluto y perpetuo de una República” y que haría de él el primer intelectual en establecer el principio de la unidad del poder político y fuente exclusiva de todas las facultades de acción del poder del Estado en cuyo actuar éste no reconoce más límite que el impuesto voluntariamente por sí mismo.

Sin embargo, aún faltaba camino por recorrer a la soberanía. En los siglos XVI y XVII autores como Grocio, Gentili, Vatel, Vitoria, Loyseay y Le Bret bordarán en torno suyo. El primero declarando soberana a toda nación capaz de autogobernarse; Gentili, calificándola como poder superior; Vatel, definiéndola como la perfección de la totalidad en plenitud; Vitoria definiendo que un Estado sería soberano en la medida que su poder tuviera supremacía (“summa potestas”) y fuera capaz de definir su competencia (“plenitudo potestatis“); Loyseau identificándola como el “ápice de potencia” que todo rey emplea; Le Bret sosteniendo su indivisibilidad, ya fuera en una sola persona o en una asamblea.

En el siglo XVIII, Althussius reorienta la perspectiva bodiniana, señalando que la soberanía pertenecía a la comunidad, no al rey, el cual estaba obligado con ella mediante un pacto; Hobbes encontrará en ella una dualidad biunívoca: los hombres otorgan la soberanía a quien les representa y si lo deponen, simplemente toman de él lo que es suyo propio; Rousseau abundará al expresar que el verdadero soberano es la comunidad, el pueblo, y que todo ciudadano es soberano y súbdito a la vez, por lo que la soberanía reside en el pueblo. En pocas palabras, nadie podría obedecer o ser mandado por un individuo sino por la voluntad general, al ser la soberanía popular absoluta, perpetua, indivisible, inalienable, imprescriptible y un poder originario que no depende de otros.

Es el momento en que los recién constituidos Estados Unidos de América, como más tarde la República Federal de Alemania en el siglo XIX con sus “Länder”-“Bund”, harían residir su soberanía en la confederación de estados así como en la unión federal, en tanto que hacia 1917 en Rusia, poder y soberanía pasarán al proletariado, pero su ejercicio quedará reservado al partido comunista. Y apenas comenzaba el siglo XX y con él el cambio de paradigma que traería en su segunda mitad la globalización.

Sí, alcanzar la soberanía ha sido una de las más grandes conquistas del pueblo que busca ser independiente, pues su pérdida implica perder el poder sobre sí mismo. Por eso debemos volver nuestros ojos más allá de los discursos políticos efímeros, enajenantes, alienantes, impregnados de distorsiones teóricas, históricas, jurídicas y políticas, de odio y rencor. Nos esperan décadas, centurias, milenios rebosantes de las reflexiones de hombres de múltiples procedencias culturales y, sobre todo, impregnados de una visión universal, orientada a la construcción de un mundo mejor en el que la comunidad humana en pleno pueda tomar las riendas de su destino y soberanía. Su mayor preocupación era, como la de nosotros es ahora, que éstas queden secuestradas por la voluntad omnímoda de un solo hombre.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli

El mundo actual se encuentra en un proceso de reacomodo, revaloración y renovado análisis de conceptos esenciales como los de globalización, territorio, Estado, frontera y, particularmente, soberanía. En torno a esta última, es posible advertir que no hay un consenso sobre sus posibles orígenes. Autores como H. Heller sostienen que adquirió sentido jurídico-político durante el Renacimiento, a la par que surgía el Estado Moderno, erigiéndose en elemento central de la omnipotencia del Estado en ciernes.

Otros, como G. Jellinek, creen que ya existía desde finales de la Edad Media, concretamente en el siglo XII, época en la que dicho vocablo aludía al “soberano” que, “en su esfera de dominación”, decidía con independencia de la voluntad de cualquier otro. Esto es, el “soberano” no admitía otro superior (“superanus”) a él (“souvränetät”), comprendiendo tanto las autoridades terrenas como a Dios mismo. Al paso del tiempo, esta categoría conceptual adquirió nuevas acepciones, como las de “summa potestas”, “summum imperium”, “maiestas” y “plenitudo potestatis”, entre otras. Y es que tal y como observa W.A. Dunning, la soberanía habrá de germinar allí donde se detonaran controversias en materia de autoridad, y las había con los amplios poderes del señor feudal, en la medida que variaban conforme la posición que éste ocupaba dentro de la jerarquía feudal, es decir, dependiendo de cuán mayor o menor era la subordinación que tuvieran sus vasallos hacia él.

A principios del siglo XIV, Marsilio de Padua hará una declaración temeraria para su época, al sostener que una comunidad política podría ser autosuficiente y no requerir de ningún otro poder para vivir por ser soberana. Sí, arribábamos al momento de su emancipación: la soberanía no provendría más de Dios sino del pueblo. De ahí la conclusión de Maquiavelo: la soberanía era la cualidad del poder de la comunidad que es en sí su propio soberano absoluto y perpetuo, creador de su orden y su historia. Visión que inspirará a Bodino para definirla como “el poder absoluto y perpetuo de una República” y que haría de él el primer intelectual en establecer el principio de la unidad del poder político y fuente exclusiva de todas las facultades de acción del poder del Estado en cuyo actuar éste no reconoce más límite que el impuesto voluntariamente por sí mismo.

Sin embargo, aún faltaba camino por recorrer a la soberanía. En los siglos XVI y XVII autores como Grocio, Gentili, Vatel, Vitoria, Loyseay y Le Bret bordarán en torno suyo. El primero declarando soberana a toda nación capaz de autogobernarse; Gentili, calificándola como poder superior; Vatel, definiéndola como la perfección de la totalidad en plenitud; Vitoria definiendo que un Estado sería soberano en la medida que su poder tuviera supremacía (“summa potestas”) y fuera capaz de definir su competencia (“plenitudo potestatis“); Loyseau identificándola como el “ápice de potencia” que todo rey emplea; Le Bret sosteniendo su indivisibilidad, ya fuera en una sola persona o en una asamblea.

En el siglo XVIII, Althussius reorienta la perspectiva bodiniana, señalando que la soberanía pertenecía a la comunidad, no al rey, el cual estaba obligado con ella mediante un pacto; Hobbes encontrará en ella una dualidad biunívoca: los hombres otorgan la soberanía a quien les representa y si lo deponen, simplemente toman de él lo que es suyo propio; Rousseau abundará al expresar que el verdadero soberano es la comunidad, el pueblo, y que todo ciudadano es soberano y súbdito a la vez, por lo que la soberanía reside en el pueblo. En pocas palabras, nadie podría obedecer o ser mandado por un individuo sino por la voluntad general, al ser la soberanía popular absoluta, perpetua, indivisible, inalienable, imprescriptible y un poder originario que no depende de otros.

Es el momento en que los recién constituidos Estados Unidos de América, como más tarde la República Federal de Alemania en el siglo XIX con sus “Länder”-“Bund”, harían residir su soberanía en la confederación de estados así como en la unión federal, en tanto que hacia 1917 en Rusia, poder y soberanía pasarán al proletariado, pero su ejercicio quedará reservado al partido comunista. Y apenas comenzaba el siglo XX y con él el cambio de paradigma que traería en su segunda mitad la globalización.

Sí, alcanzar la soberanía ha sido una de las más grandes conquistas del pueblo que busca ser independiente, pues su pérdida implica perder el poder sobre sí mismo. Por eso debemos volver nuestros ojos más allá de los discursos políticos efímeros, enajenantes, alienantes, impregnados de distorsiones teóricas, históricas, jurídicas y políticas, de odio y rencor. Nos esperan décadas, centurias, milenios rebosantes de las reflexiones de hombres de múltiples procedencias culturales y, sobre todo, impregnados de una visión universal, orientada a la construcción de un mundo mejor en el que la comunidad humana en pleno pueda tomar las riendas de su destino y soberanía. Su mayor preocupación era, como la de nosotros es ahora, que éstas queden secuestradas por la voluntad omnímoda de un solo hombre.


bettyzanolli@gmail.com

@BettyZanolli