/ sábado 19 de junio de 2021

Good & bad influencers

La orina humana tenía un valor importante en la antigua Roma. Los curtidores de pieles la tenían en gran estima para su oficio, además de emplearse por los lavanderos para blanquear las togas de lana. Se dice también que a escala doméstica los romanos la empleaban para blanquear sus dientes, sin menoscabo de su efecto en el aliento de los usuarios, claro. Vespasiano, emperador de Roma entre el 69 y 79 después de Cristo, a sabiendas de su valor comercial, decidió cobrársela a los artesanos que la extraían de manera gratuita de la Cloaca Máxima. Tito, su hijo y sucesor en el trono, se indignó y reclamó por querer sacar dinero de algo tan pestilente. El emperador, que además de pragmático poseía un gran sentido del humor, tomó algunas monedas y le pidió a Tito que las oliera. De allí, según relata Suetonio en La vida de los Césares, se acuñó el término “pecunia non olet”, o el dinero no tiene olor.

Y la frase de Vespasiano sigue intacta a casi dos milenios de haberse acuñado; puesta a un lado la ética o los escrúpulos, para muchos el dinero vale lo que vale sin importar la vileza de su origen. Los mal llamados influencers mexicanos, que participaron en la campaña del partido Verde de México durante la veda electoral decretada por el INE en los días previos a la elección, son una prueba fehaciente de esta filosofía. ¡Qué importa la veda! ¡Qué olor puede tener el dinero por algo de publicidad para un partido equiparable a la Cloaca Máxima romana! Si el dinero malhabido campea en la política mexicana, ¿por qué no aprovechar la oferta?

Mil quinientos años después del reinado de Vespasiano, en el centro del poder religioso del mundo de entonces, el papa Sixto V se aprestaba para embellecer el Vaticano con el exótico obelisco egipcio que se ubicaba en el antiguo circo de Nerón, reubicándolo justo en el centro de la plaza de San Pedro. Para poder levantar verticalmente las 300 toneladas de granito, se requirieron 900 hombres y 140 caballos, además de un sistema de poleas, andamios, cuerdas y cabestrantes preparados para el momento crítico. Una nada despreciable multitud se reunió alrededor del montaje, y como muchos temían que sus gritos y aspavientos fueran a distraer a los hombres del arquitecto Domenico Fontana, el Papa no tuvo inconveniente en decretar pena de muerte a cualquier persona ajena a los trabajos que alzara la voz durante el operativo. En medio de un silencio absoluto, el obelisco fue izado hasta casi llegar a su posición vertical. Entonces, algunas cuerdas comenzaron a romperse en medio de pavorosos restallidos. No peligraba sólo la estructura, sino también los trabajadores que iban y venían silenciosos sin saber cómo evitar el inminente colapso. A pesar del riesgo, nadie se atrevía a contravenir la orden papal, hasta que la voz del capitán genovés Giovanni Bresca se alzó entre la multitud con el famoso “¡agua a las cuerdas!”, pues era la única solución posible para que éstas recuperaran su resistencia ante el enorme peso. Su orden desesperada fue acatada al instante por los arquitectos y el monolito pudo fijarse sobre el pedestal donde todavía funge como testigo mudo. Bresca, como era de esperarse, no fue ejecutado sino que recibió indulto del Papa mismo y fue premiado por su valor, por arriesgar la vida propia por el bien de los demás.

Unos cuatrocientos cincuenta años después, esta semana, para ser más precisos, uno de los mejores futbolistas de las últimas décadas, Cristiano Ronaldo, realizó un gesto similar al del marinero ligur: desairó ante las cámaras a una de las compañías más poderosas del mundo. Y no lo hizo en cualquier lugar, sino justo en el previo a una entrevista durante la Eurocopa. Sin pestañear retiró de la mesa donde respondería las preguntas dos botellas de Coca-Cola para luego rematar el gesto empuñando una botella de agua y las palabras, “Coca no, agua”. Su actitud, en el mundo hipercomercial regido por los seguidores de Vespasiano, me parece equivalente al de Bresca; a sabiendas de los terribles efectos de las bebidas azucaradas, muy pocos son capaces de alzar la voz de una forma decidida sin considerarlo como un suicidio publicitario o sin calcular el resultado que esto pueda tener en sus cuentas de redes sociales y/o su bolsillo.

Cambian los tiempos y cambian las sociedades, pero los dilemas éticos fundamentales siguen siendo los mismos, creo que eso lo comprendían a su manera Vespasiano y Bresca, a quienes no está de más recordar como contrapunto de esta vorágine infodémica, donde es posible aún encontrar destellos de esperanza.


Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

La orina humana tenía un valor importante en la antigua Roma. Los curtidores de pieles la tenían en gran estima para su oficio, además de emplearse por los lavanderos para blanquear las togas de lana. Se dice también que a escala doméstica los romanos la empleaban para blanquear sus dientes, sin menoscabo de su efecto en el aliento de los usuarios, claro. Vespasiano, emperador de Roma entre el 69 y 79 después de Cristo, a sabiendas de su valor comercial, decidió cobrársela a los artesanos que la extraían de manera gratuita de la Cloaca Máxima. Tito, su hijo y sucesor en el trono, se indignó y reclamó por querer sacar dinero de algo tan pestilente. El emperador, que además de pragmático poseía un gran sentido del humor, tomó algunas monedas y le pidió a Tito que las oliera. De allí, según relata Suetonio en La vida de los Césares, se acuñó el término “pecunia non olet”, o el dinero no tiene olor.

Y la frase de Vespasiano sigue intacta a casi dos milenios de haberse acuñado; puesta a un lado la ética o los escrúpulos, para muchos el dinero vale lo que vale sin importar la vileza de su origen. Los mal llamados influencers mexicanos, que participaron en la campaña del partido Verde de México durante la veda electoral decretada por el INE en los días previos a la elección, son una prueba fehaciente de esta filosofía. ¡Qué importa la veda! ¡Qué olor puede tener el dinero por algo de publicidad para un partido equiparable a la Cloaca Máxima romana! Si el dinero malhabido campea en la política mexicana, ¿por qué no aprovechar la oferta?

Mil quinientos años después del reinado de Vespasiano, en el centro del poder religioso del mundo de entonces, el papa Sixto V se aprestaba para embellecer el Vaticano con el exótico obelisco egipcio que se ubicaba en el antiguo circo de Nerón, reubicándolo justo en el centro de la plaza de San Pedro. Para poder levantar verticalmente las 300 toneladas de granito, se requirieron 900 hombres y 140 caballos, además de un sistema de poleas, andamios, cuerdas y cabestrantes preparados para el momento crítico. Una nada despreciable multitud se reunió alrededor del montaje, y como muchos temían que sus gritos y aspavientos fueran a distraer a los hombres del arquitecto Domenico Fontana, el Papa no tuvo inconveniente en decretar pena de muerte a cualquier persona ajena a los trabajos que alzara la voz durante el operativo. En medio de un silencio absoluto, el obelisco fue izado hasta casi llegar a su posición vertical. Entonces, algunas cuerdas comenzaron a romperse en medio de pavorosos restallidos. No peligraba sólo la estructura, sino también los trabajadores que iban y venían silenciosos sin saber cómo evitar el inminente colapso. A pesar del riesgo, nadie se atrevía a contravenir la orden papal, hasta que la voz del capitán genovés Giovanni Bresca se alzó entre la multitud con el famoso “¡agua a las cuerdas!”, pues era la única solución posible para que éstas recuperaran su resistencia ante el enorme peso. Su orden desesperada fue acatada al instante por los arquitectos y el monolito pudo fijarse sobre el pedestal donde todavía funge como testigo mudo. Bresca, como era de esperarse, no fue ejecutado sino que recibió indulto del Papa mismo y fue premiado por su valor, por arriesgar la vida propia por el bien de los demás.

Unos cuatrocientos cincuenta años después, esta semana, para ser más precisos, uno de los mejores futbolistas de las últimas décadas, Cristiano Ronaldo, realizó un gesto similar al del marinero ligur: desairó ante las cámaras a una de las compañías más poderosas del mundo. Y no lo hizo en cualquier lugar, sino justo en el previo a una entrevista durante la Eurocopa. Sin pestañear retiró de la mesa donde respondería las preguntas dos botellas de Coca-Cola para luego rematar el gesto empuñando una botella de agua y las palabras, “Coca no, agua”. Su actitud, en el mundo hipercomercial regido por los seguidores de Vespasiano, me parece equivalente al de Bresca; a sabiendas de los terribles efectos de las bebidas azucaradas, muy pocos son capaces de alzar la voz de una forma decidida sin considerarlo como un suicidio publicitario o sin calcular el resultado que esto pueda tener en sus cuentas de redes sociales y/o su bolsillo.

Cambian los tiempos y cambian las sociedades, pero los dilemas éticos fundamentales siguen siendo los mismos, creo que eso lo comprendían a su manera Vespasiano y Bresca, a quienes no está de más recordar como contrapunto de esta vorágine infodémica, donde es posible aún encontrar destellos de esperanza.


Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

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