/ sábado 2 de enero de 2021

Hombre y clima: historia indisoluble (II)

Uno de los momentos más críticos de la “pequeña edad de hielo” fue a mediados del siglo XIV, cuando los descensos de temperatura e incremento de lluvias favorecieron el desarrollo de infecciones víricas, pérdida de cosechas, severas oleadas de hambre entre los más pobres, miseria y, finalmente, un brote entre 1348 y 1355 de peste bubónica, la famosa “Peste Negra” que, iniciada en el desierto de Gobi, pasó a China hacia 1331; de ahí a India y Rusia y luego, a través de las rutas comerciales, a los puertos del Mediterráneo como Messina hacia 1346, avanzando a una velocidad de 400 km/año. Devastadora pandemia que provocó la muerte de más de 25 millones de personas en Europa y de entre 40 y 60 millones en África y Asia, además de una de las más grandes crisis socioeconómicas de la historia, al haber persistido sus recurrencias por más de 400 años.

Nuevos mínimos térmicos ocurrieron entre los siglos XVII y XIX, coincidentes con el abandono de asentamientos a gran escala durante la Guerra de los Treinta Años y con las migraciones hacia América. De igual forma, tuvieron lugar provocando crisis agrícolas y hambrunas en fechas previas tanto a la Revolución Francesa (1789) como a la gesta de Independencia (1786-1788, 1808-1809 y 1810-1811) y Revolución Mexicanas (1875, 1884-1885, 1896, 1901 y 1908).

En la actualidad, conforme avanzan las investigaciones en torno a la historia del clima y su impacto en la vida terrestre, es posible darnos cuenta que el clima ha jugado un papel de especial importancia. De las cinco grandes extinciones de vida que han tenido lugar en el planeta, cuando menos dos han sido consecuencia de cambios climáticos asociados con el vulcanismo. Una, correspondiente al tránsito entre los periodos Pérmico y Triásico, la Gran Mortandad, que produjo hace 250 millones de años la mayor extinción de vida terrestre: 95% de especies marinas y 70% de vertebrados. La otra, a finales del periodo Triásico, hace más de 200 millones de años, que provocó la extinción marina del 22% de sus familias y el 52% de sus géneros.

Sin embargo, el cambio climático derivado de la intervención humana directa ha tenido altísimos costos. Desde que la agricultura comenzó a extenderse en la antigüedad, sus primeros efectos fueron la deforestación extensiva de grandes áreas de bosques que, al propiciar un sobreincremento del CO2, detonó los primeros desequilibrios de efecto invernadero en la historia humana. Así sucedió con las sociedades griega y romana -que deforestaron su hábitat-, con las mesoamericanas -que al utilizar como sistema de cultivo la tumba-roza y quema, agotaron velozmente sus suelos- y en la Europa moderna que, a raíz de la Revolución Industrial, comenzó a utilizar a gran escala combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), además de iniciar cultivos y crías animales de escala extensiva, enviando con ello grandes cantidades de gases a la atmósfera y agudizando el fenómeno invernadero.

Los anteriores, son sólo algunos de los primeros ejemplos de los que se tiene referencia, pero nunca la acción humana tuvo tanto impacto en el cambio climático como en los últimos dos siglos. No olvidemos tampoco la terrible contaminación producida al término de la Segunda Guerra Mundial por las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki que, a la par que dejaron hasta la fecha radioactivado el suelo, su onda de choque explosivo incrementó la presión atmosférica y desencadenó una poderosa lluvia ácida que alteró el clima local. Aunado a ello, el impacto toxicológico y ecológico catastrófico de la guerra de Vietnam en la que se lanzaron bombas y productos químicos sobre montes, bosques y campos de sembradío, cuyos efectos siguen latentes a medio siglo de distancia; los 1.5 millones de toneladas de petróleo que los iraníes descargaron en el Golfo Pérsico para prevenir el desembarco estadounidense (1991) y, en la actualidad, los incendios devastadores que han tenido lugar en México, California, el Amazonas y Australia así como los severos desajustes hidrometeorológicos mundiales, cuyos efectos aún estamos lejos de resentir en toda su magnitud pero que tendrán un impacto a nivel mundial.

El dominio humano que se agudizó a partir del descubrimiento del petróleo como fuente energética y, más tarde, la proliferación de la minería a cielo abierto, son puertas al ecocidio que debemos inmediatamente cerrar. La pérdida de bosques, el excesivo crecimiento poblacional urbano, el vaticinio de que los hielos, permafrost y glaciares desaparecerán antes de 2030 (lo que haría subir hasta 7 metros el nivel de los mares y fundiría el permafrost siberiano, liberando el metano encerrado en su subsuelo), pueden acelerar de modo inimaginable el calentamiento global. Sí, el deterioro ambiental es escalofriante y ante ello ¿quién nos puede asegurar si no el Covid-19 sea también un virus que despertó o mutó debido al cambio climático y como él podrían despertar otros más?

Debemos actuar, antes de que sea demasiado tarde.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli

Uno de los momentos más críticos de la “pequeña edad de hielo” fue a mediados del siglo XIV, cuando los descensos de temperatura e incremento de lluvias favorecieron el desarrollo de infecciones víricas, pérdida de cosechas, severas oleadas de hambre entre los más pobres, miseria y, finalmente, un brote entre 1348 y 1355 de peste bubónica, la famosa “Peste Negra” que, iniciada en el desierto de Gobi, pasó a China hacia 1331; de ahí a India y Rusia y luego, a través de las rutas comerciales, a los puertos del Mediterráneo como Messina hacia 1346, avanzando a una velocidad de 400 km/año. Devastadora pandemia que provocó la muerte de más de 25 millones de personas en Europa y de entre 40 y 60 millones en África y Asia, además de una de las más grandes crisis socioeconómicas de la historia, al haber persistido sus recurrencias por más de 400 años.

Nuevos mínimos térmicos ocurrieron entre los siglos XVII y XIX, coincidentes con el abandono de asentamientos a gran escala durante la Guerra de los Treinta Años y con las migraciones hacia América. De igual forma, tuvieron lugar provocando crisis agrícolas y hambrunas en fechas previas tanto a la Revolución Francesa (1789) como a la gesta de Independencia (1786-1788, 1808-1809 y 1810-1811) y Revolución Mexicanas (1875, 1884-1885, 1896, 1901 y 1908).

En la actualidad, conforme avanzan las investigaciones en torno a la historia del clima y su impacto en la vida terrestre, es posible darnos cuenta que el clima ha jugado un papel de especial importancia. De las cinco grandes extinciones de vida que han tenido lugar en el planeta, cuando menos dos han sido consecuencia de cambios climáticos asociados con el vulcanismo. Una, correspondiente al tránsito entre los periodos Pérmico y Triásico, la Gran Mortandad, que produjo hace 250 millones de años la mayor extinción de vida terrestre: 95% de especies marinas y 70% de vertebrados. La otra, a finales del periodo Triásico, hace más de 200 millones de años, que provocó la extinción marina del 22% de sus familias y el 52% de sus géneros.

Sin embargo, el cambio climático derivado de la intervención humana directa ha tenido altísimos costos. Desde que la agricultura comenzó a extenderse en la antigüedad, sus primeros efectos fueron la deforestación extensiva de grandes áreas de bosques que, al propiciar un sobreincremento del CO2, detonó los primeros desequilibrios de efecto invernadero en la historia humana. Así sucedió con las sociedades griega y romana -que deforestaron su hábitat-, con las mesoamericanas -que al utilizar como sistema de cultivo la tumba-roza y quema, agotaron velozmente sus suelos- y en la Europa moderna que, a raíz de la Revolución Industrial, comenzó a utilizar a gran escala combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural), además de iniciar cultivos y crías animales de escala extensiva, enviando con ello grandes cantidades de gases a la atmósfera y agudizando el fenómeno invernadero.

Los anteriores, son sólo algunos de los primeros ejemplos de los que se tiene referencia, pero nunca la acción humana tuvo tanto impacto en el cambio climático como en los últimos dos siglos. No olvidemos tampoco la terrible contaminación producida al término de la Segunda Guerra Mundial por las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki que, a la par que dejaron hasta la fecha radioactivado el suelo, su onda de choque explosivo incrementó la presión atmosférica y desencadenó una poderosa lluvia ácida que alteró el clima local. Aunado a ello, el impacto toxicológico y ecológico catastrófico de la guerra de Vietnam en la que se lanzaron bombas y productos químicos sobre montes, bosques y campos de sembradío, cuyos efectos siguen latentes a medio siglo de distancia; los 1.5 millones de toneladas de petróleo que los iraníes descargaron en el Golfo Pérsico para prevenir el desembarco estadounidense (1991) y, en la actualidad, los incendios devastadores que han tenido lugar en México, California, el Amazonas y Australia así como los severos desajustes hidrometeorológicos mundiales, cuyos efectos aún estamos lejos de resentir en toda su magnitud pero que tendrán un impacto a nivel mundial.

El dominio humano que se agudizó a partir del descubrimiento del petróleo como fuente energética y, más tarde, la proliferación de la minería a cielo abierto, son puertas al ecocidio que debemos inmediatamente cerrar. La pérdida de bosques, el excesivo crecimiento poblacional urbano, el vaticinio de que los hielos, permafrost y glaciares desaparecerán antes de 2030 (lo que haría subir hasta 7 metros el nivel de los mares y fundiría el permafrost siberiano, liberando el metano encerrado en su subsuelo), pueden acelerar de modo inimaginable el calentamiento global. Sí, el deterioro ambiental es escalofriante y ante ello ¿quién nos puede asegurar si no el Covid-19 sea también un virus que despertó o mutó debido al cambio climático y como él podrían despertar otros más?

Debemos actuar, antes de que sea demasiado tarde.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli