/ sábado 3 de julio de 2021

La calles y sus nombres

Provengo de una ciudad que usa números para llamar a sus calles. Vivía en la calle 103 y para desplazarme diariamente a la oficina debía transitar por la 30 o la 68. Los fines de semana, era común pasear por la Quince o darse un Septimazo. Esa intencional ausencia de nombres en una ciudad que había crecido de manera desproporcionada a partir de la ordenada cuadrícula que por lo general marcó el inicio de todas las ciudades hispanoamericanas, no era vista como una falta de identidad o imaginación.

Al contrario, las grandes avenidas tenían nombres interesantes, como la Boyacá, la Caracas, la Jiménez, la Quito (misma carrera 30) y muchas otras, pero eran pocas si se considera el total del entramado, y por su importancia los nombres eran muy fáciles de memorizar. Esta práctica combinación permitía a cualquier nativo o foráneo encontrar con facilidad una dirección sin necesidad de recurrir a un calendario como la antigua Guía Roji, o volverse esclavo del Waze o GoogleMaps. Algunas ciudades mexicanas, como Puebla, tienen un sistema similar en sus centros históricos.

Los nombres de las calles también hablan de las aspiraciones de sus habitantes, de su memoria, de los homenajes a sus personajes ilustres, próceres. En México, uno sabe que se acerca al centro histórico de cualquier población cuando los nombres de las calles son Juárez, Madero, Guerrero o Allende, por mencionar algunos. Recuerdo que a la muerte de Andrés Henestrosa, la calle donde vivía en la CDMX fue rebautizada con su nombre, y todavía lo conserva. Se dice que Pancho Villa en persona, cuando entró con sus tropas a la Ciudad de México, rebautizó la antigua calle Plateros del centro histórico como Francisco I. Madero, nombre que todavía conserva.

Leí esta semana una nota de prensa que anuncia el cambio de nombre de la recién remozada calle del centro histórico de Irapuato, Ramón Barreto de Tábora por el de Sor Juana Inés de la Cruz. Un cambio que me parece tan absurdo como su justificación. ¿Por qué?

Primero porque Ramón Barreto de Tábora fue uno de los más importantes benefactores de la ciudad durante el siglo XVIII, cuando Irapuato dejó de ser una ranchería. Murió en el año 1760; y en su testamento donó a la ciudad 80 mil pesos y su casa para que en ella se fundara una escuela para niñas, conocida como Colegio de la Enseñanza, donde actualmente se encuentra la Presidencia Municipal. Además, regaló de los terrenos donde se construyeron los conventos de San Buenaventura o la Tercera Orden y San Francisco de Asís.

En otra de sus casas, donada también y sobreviviente del periodo colonial, se alberga el Museo de la Ciudad. ¿Ingratitud? Pues me parece que por lo menos recordarlo con el nombre de una calle es un digno homenaje, más si se encuentra en el centro histórico cerca de los lugares emblemáticos de los que fue partícipe o gestor. Si el nombre se encuentra repetido en dos colonias más, alejadas del corazón de la ciudad, le pediría a quienes justifican el cambio que buscaran la calle Benito Juárez en la CDMX…

No tengo nada en contra de Sor Juana Inés de la Cruz, mucho menos en contra de la equidad de género. Pero, aunque ya esté de salida, no puedo dejar de quejarme del facilismo de nuestro alcalde. Quizás tiene ya mucha prisa por irse a disfrutar sus millones. Aún así, ¿no podía asesorarse mejor con el Archivo Histórico de la Ciudad para buscar el nombre de una irapuatense emérita o, por lo menos de una guanajuatense? ¿Por qué no rebautizar también avenidas con nombres de genocidas como el Bulevar Díaz Ordaz o la calle Luis Echeverría; o buscarle un nombre más decente a la calle Carlos Salinas de Gortari? ¿No hablaría eso mejor de nosotros como ciudad? Eso sin mencionar que en Salamanca aún existe una calle Clementina Deschamps Escudero, y que creo que el nombre se lo dieron sin ponerse a pensar en el asunto de género… ¿en realidad lo merece?

En fin, que las calles también hablan de nosotros, no sólo por su tráfico o su asfalto, los nombres importan, y qué bueno que se piensen cambios, pero que no se menosprecie la identidad de la ciudad y sus habitantes.


Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com


Provengo de una ciudad que usa números para llamar a sus calles. Vivía en la calle 103 y para desplazarme diariamente a la oficina debía transitar por la 30 o la 68. Los fines de semana, era común pasear por la Quince o darse un Septimazo. Esa intencional ausencia de nombres en una ciudad que había crecido de manera desproporcionada a partir de la ordenada cuadrícula que por lo general marcó el inicio de todas las ciudades hispanoamericanas, no era vista como una falta de identidad o imaginación.

Al contrario, las grandes avenidas tenían nombres interesantes, como la Boyacá, la Caracas, la Jiménez, la Quito (misma carrera 30) y muchas otras, pero eran pocas si se considera el total del entramado, y por su importancia los nombres eran muy fáciles de memorizar. Esta práctica combinación permitía a cualquier nativo o foráneo encontrar con facilidad una dirección sin necesidad de recurrir a un calendario como la antigua Guía Roji, o volverse esclavo del Waze o GoogleMaps. Algunas ciudades mexicanas, como Puebla, tienen un sistema similar en sus centros históricos.

Los nombres de las calles también hablan de las aspiraciones de sus habitantes, de su memoria, de los homenajes a sus personajes ilustres, próceres. En México, uno sabe que se acerca al centro histórico de cualquier población cuando los nombres de las calles son Juárez, Madero, Guerrero o Allende, por mencionar algunos. Recuerdo que a la muerte de Andrés Henestrosa, la calle donde vivía en la CDMX fue rebautizada con su nombre, y todavía lo conserva. Se dice que Pancho Villa en persona, cuando entró con sus tropas a la Ciudad de México, rebautizó la antigua calle Plateros del centro histórico como Francisco I. Madero, nombre que todavía conserva.

Leí esta semana una nota de prensa que anuncia el cambio de nombre de la recién remozada calle del centro histórico de Irapuato, Ramón Barreto de Tábora por el de Sor Juana Inés de la Cruz. Un cambio que me parece tan absurdo como su justificación. ¿Por qué?

Primero porque Ramón Barreto de Tábora fue uno de los más importantes benefactores de la ciudad durante el siglo XVIII, cuando Irapuato dejó de ser una ranchería. Murió en el año 1760; y en su testamento donó a la ciudad 80 mil pesos y su casa para que en ella se fundara una escuela para niñas, conocida como Colegio de la Enseñanza, donde actualmente se encuentra la Presidencia Municipal. Además, regaló de los terrenos donde se construyeron los conventos de San Buenaventura o la Tercera Orden y San Francisco de Asís.

En otra de sus casas, donada también y sobreviviente del periodo colonial, se alberga el Museo de la Ciudad. ¿Ingratitud? Pues me parece que por lo menos recordarlo con el nombre de una calle es un digno homenaje, más si se encuentra en el centro histórico cerca de los lugares emblemáticos de los que fue partícipe o gestor. Si el nombre se encuentra repetido en dos colonias más, alejadas del corazón de la ciudad, le pediría a quienes justifican el cambio que buscaran la calle Benito Juárez en la CDMX…

No tengo nada en contra de Sor Juana Inés de la Cruz, mucho menos en contra de la equidad de género. Pero, aunque ya esté de salida, no puedo dejar de quejarme del facilismo de nuestro alcalde. Quizás tiene ya mucha prisa por irse a disfrutar sus millones. Aún así, ¿no podía asesorarse mejor con el Archivo Histórico de la Ciudad para buscar el nombre de una irapuatense emérita o, por lo menos de una guanajuatense? ¿Por qué no rebautizar también avenidas con nombres de genocidas como el Bulevar Díaz Ordaz o la calle Luis Echeverría; o buscarle un nombre más decente a la calle Carlos Salinas de Gortari? ¿No hablaría eso mejor de nosotros como ciudad? Eso sin mencionar que en Salamanca aún existe una calle Clementina Deschamps Escudero, y que creo que el nombre se lo dieron sin ponerse a pensar en el asunto de género… ¿en realidad lo merece?

En fin, que las calles también hablan de nosotros, no sólo por su tráfico o su asfalto, los nombres importan, y qué bueno que se piensen cambios, pero que no se menosprecie la identidad de la ciudad y sus habitantes.


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