/ sábado 7 de mayo de 2022

Libertad de expresión y oclocracia

En las últimas décadas, nuevos autores se han dedicado a revisar el tema de la oclocracia. No sólo han profundizado en torno a las diferencias teórico-conceptuales entre “pueblo” y “muchedumbre”, han identificado también la importancia estratégica que para un oclócrata representan la posverdad, la poscensura y el control de los contenidos que se transmiten por los canales educativos e informativos. La razón de ello es que el oclócrata juega un papel determinante dentro del proceso de socavamiento de la democracia, desde el momento en que basa su poder y legitimidad en el grueso poblacional con menor formación intelectual, tal y como lo ha evidenciado Carlos Sarmiento al determinar que hay dos características fundamentales de la base social en la que se apoya el oclócrata: la primera, que está “sumida en la ignorancia”; la segunda, que su motivación nace de “sentimientos elementales y emociones irracionales”. De ahí que a esta muchedumbre el oclócrata dirija todos sus mensajes, campañas publicitarias y discursos de manipulación, apelando a despertar los “sentimientos más burdos” de sus adeptos, que no son sino una colectividad sumisa, fanática, de fe ciega, ante la que él se esmera en aparecer como un líder cuyo carisma finca además en el cultivo de símbolos previamente seleccionados y de acuerdo a lo que él sabe que espera escuchar su muchedumbre.

Ante ello, han sido los hispanos Juan Soto Ivars y Gabri Ródenas quienes han planteado la necesidad de revisar los análisis sobre la oclocracia con la luz de otros reflectores, particularmente los de la posverdad, poscensura y perversión, de los cuales se vale el oclócrata para reforzar su socavamiento democrático. De la posverdad, cuyo daño es mayor que el provocado por la mentira, desde el momento en que más allá de toda ideología ésta, deliberada e intencionalmente, distorsiona, ignora, niega, falsea y oculta la verdad a través del control de los medios para influir en la opinión pública y corromper -como ha destacado A.C. Grayling, quien sitúa su origen en la crisis de 2008- tanto a la integridad intelectual como al tejido de la democracia, al grado que la sociedad termina por descreer de los hechos y olvidar la verdad ante la sobreestimulación y saturación informativas que el mundo enfrenta a una velocidad que es, en términos de Zygmunt Bauman, directamente proporcional a la intensidad del olvido.

De la poscensura, porque hoy en día el Estado no necesita prácticamente ya censurar: la propia verdad está devaluada y la censura corre a cargo de las redes sociales. Esto es, como diría Soto Ivars, la censura no se ejerce ya de modo vertical sino horizontal a través de dichos espacios virtuales, lo que la convierte prácticamente en instantánea y esencialmente la vincula (y esto es lo más dañino) con la reactividad emocional de la sociedad. Basta publicar una opinión que no se comparta y las voces pululantes en las redes -más allá de la “memecracia”, como le ha llamado Delia Rodríguez-, se erigirán, fanática y autoritariamente en jueces, procediendo ipso facto al linchamiento y al exterminio digital -una de las principales armas oclocráticas- de todo aquél que no comparta su misma visión. Y es que la poscensura o neocensura se asume políticamente correcta y encarna un nuevo tipo de “moralismo indoloro” que se origina -desde la perspectiva de Ródenas- en el anonimato y que se cobija en la neocarretera del Internet, alcanzando su mayor éxito precisamente en hacer creer a la sociedad que no existe.

Consecuentemente, de este enrarecido caldo de cultivo posverídico y poscensúrico, es de donde se aprovecha, haciendo gala de perversidad, el oclócrata, al lograr que la población (tal y como lo anticipó Huxley -recurrentemente evocado por Ródenas-) ame, cual sierva, cual esclava, cobardemente, su propia sumisión como resultado de que su líder no necesariamente proporciona a la sociedad la verdad. Máxime cuando los tentáculos de esta posverdad y poscensura llegan como metástasis del cáncer oclocrático hasta los espacios más sensibles del sistema educativo de una Nación.

De esta forma, si hay una verdad ésta es la que arbitrariamente dicta, difunde, infunde, enseña e impone como tal el oclócrata. Un personaje al que actualmente los medios digitales y las redes sociales le han venido ad hoc, porque en aras de ostentarse como partidario de una presunta “libertad de expresión”, lo que en realidad sucede con él y con todos sus seguidores (“bots” en su mayoría) es que si algo enfrentan a la verdad es su imposición dogmática, su fundamentalismo y, finalmente, la castración de todo espacio libertario de expresión.

En ese momento, cuando languidece la libertad de expresión, mueren con ella las voces (muchas acalladas con sangre) y comienza para una sociedad la negra noche del autoritarismo, de la dictadura, de la tiranía. Pero Polibio nos da una esperanza: el “eterno retorno”. Tras el peor de los regímenes en el que la mentira, manipulación, violencia y anarquía imperan, termina siempre por sobrevenir el mejor de ellos. ¿Cuándo? Cuando la sociedad sea digna de ello.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli

En las últimas décadas, nuevos autores se han dedicado a revisar el tema de la oclocracia. No sólo han profundizado en torno a las diferencias teórico-conceptuales entre “pueblo” y “muchedumbre”, han identificado también la importancia estratégica que para un oclócrata representan la posverdad, la poscensura y el control de los contenidos que se transmiten por los canales educativos e informativos. La razón de ello es que el oclócrata juega un papel determinante dentro del proceso de socavamiento de la democracia, desde el momento en que basa su poder y legitimidad en el grueso poblacional con menor formación intelectual, tal y como lo ha evidenciado Carlos Sarmiento al determinar que hay dos características fundamentales de la base social en la que se apoya el oclócrata: la primera, que está “sumida en la ignorancia”; la segunda, que su motivación nace de “sentimientos elementales y emociones irracionales”. De ahí que a esta muchedumbre el oclócrata dirija todos sus mensajes, campañas publicitarias y discursos de manipulación, apelando a despertar los “sentimientos más burdos” de sus adeptos, que no son sino una colectividad sumisa, fanática, de fe ciega, ante la que él se esmera en aparecer como un líder cuyo carisma finca además en el cultivo de símbolos previamente seleccionados y de acuerdo a lo que él sabe que espera escuchar su muchedumbre.

Ante ello, han sido los hispanos Juan Soto Ivars y Gabri Ródenas quienes han planteado la necesidad de revisar los análisis sobre la oclocracia con la luz de otros reflectores, particularmente los de la posverdad, poscensura y perversión, de los cuales se vale el oclócrata para reforzar su socavamiento democrático. De la posverdad, cuyo daño es mayor que el provocado por la mentira, desde el momento en que más allá de toda ideología ésta, deliberada e intencionalmente, distorsiona, ignora, niega, falsea y oculta la verdad a través del control de los medios para influir en la opinión pública y corromper -como ha destacado A.C. Grayling, quien sitúa su origen en la crisis de 2008- tanto a la integridad intelectual como al tejido de la democracia, al grado que la sociedad termina por descreer de los hechos y olvidar la verdad ante la sobreestimulación y saturación informativas que el mundo enfrenta a una velocidad que es, en términos de Zygmunt Bauman, directamente proporcional a la intensidad del olvido.

De la poscensura, porque hoy en día el Estado no necesita prácticamente ya censurar: la propia verdad está devaluada y la censura corre a cargo de las redes sociales. Esto es, como diría Soto Ivars, la censura no se ejerce ya de modo vertical sino horizontal a través de dichos espacios virtuales, lo que la convierte prácticamente en instantánea y esencialmente la vincula (y esto es lo más dañino) con la reactividad emocional de la sociedad. Basta publicar una opinión que no se comparta y las voces pululantes en las redes -más allá de la “memecracia”, como le ha llamado Delia Rodríguez-, se erigirán, fanática y autoritariamente en jueces, procediendo ipso facto al linchamiento y al exterminio digital -una de las principales armas oclocráticas- de todo aquél que no comparta su misma visión. Y es que la poscensura o neocensura se asume políticamente correcta y encarna un nuevo tipo de “moralismo indoloro” que se origina -desde la perspectiva de Ródenas- en el anonimato y que se cobija en la neocarretera del Internet, alcanzando su mayor éxito precisamente en hacer creer a la sociedad que no existe.

Consecuentemente, de este enrarecido caldo de cultivo posverídico y poscensúrico, es de donde se aprovecha, haciendo gala de perversidad, el oclócrata, al lograr que la población (tal y como lo anticipó Huxley -recurrentemente evocado por Ródenas-) ame, cual sierva, cual esclava, cobardemente, su propia sumisión como resultado de que su líder no necesariamente proporciona a la sociedad la verdad. Máxime cuando los tentáculos de esta posverdad y poscensura llegan como metástasis del cáncer oclocrático hasta los espacios más sensibles del sistema educativo de una Nación.

De esta forma, si hay una verdad ésta es la que arbitrariamente dicta, difunde, infunde, enseña e impone como tal el oclócrata. Un personaje al que actualmente los medios digitales y las redes sociales le han venido ad hoc, porque en aras de ostentarse como partidario de una presunta “libertad de expresión”, lo que en realidad sucede con él y con todos sus seguidores (“bots” en su mayoría) es que si algo enfrentan a la verdad es su imposición dogmática, su fundamentalismo y, finalmente, la castración de todo espacio libertario de expresión.

En ese momento, cuando languidece la libertad de expresión, mueren con ella las voces (muchas acalladas con sangre) y comienza para una sociedad la negra noche del autoritarismo, de la dictadura, de la tiranía. Pero Polibio nos da una esperanza: el “eterno retorno”. Tras el peor de los regímenes en el que la mentira, manipulación, violencia y anarquía imperan, termina siempre por sobrevenir el mejor de ellos. ¿Cuándo? Cuando la sociedad sea digna de ello.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli