/ sábado 23 de enero de 2021

Libertad y orden

El miércoles pasado fui al módulo de pago que el gobierno de Irapuato instaló dentro de la Comercial Mexicana en las Reynas. Llegué cuando hacian el arqueo de la caja, así que uno de los policías municipales me mandó a formar fuera del establecimiento bajo una carpa que habían improvisado a pocos metros de la entrada del supermercado. Bajo ésta se hallaban varias sillas separadas entre sí con sana distancia, algunas personas sentadas y otras de pie. No percibí ningún orden particular, así que procedí como se debe: pregunté quién era el último en la fila y me preparé para memorizar su cara e indumentaria. El último es aquel que va allá, me dijo una señora mientras señalaba a un cuate vestido con un saco de lana de líneas horizontales que se alejaba por el estacionamiento. ¿Qué hago, le contesté, voy tras él o lo espero aquí? Por fortuna, a pesar de la pandemia la gente conserva intacto el sentido del humor y tras esa broma me acogió con cariño en ese grupo esperanzado que oteaba a través del vidrio del supermercado la consumación de su turno. Pronto llegaron varios más que de forma igual de casual preguntaron por el último de la fila: así me vi secundado por otras personas practicando, como diría el maestro Jesús Aragón, el oficio de esperar. En lo que se reanudaba el cobro y una vez regresado el amigo del del saco de lana, me pasé por el kiosko de Silvia para comprar la Proceso, que ahora no llega los domingos sino los martes.

Poco a poco, mientras digería las nuevas del panorama nacional, la fila avanzó. Aunque sería un piropo llamarla fila porque la formación continuaba igual de caprichosa, algunos de pie respetaban las distancias y varios que a veces nos sentábamos o cedíamos el asiento a quien viéramos con necesidad de él. Todos, sin excepción, usábamos el cubrebocas de rigor.

Faltaban unas cuatro o cinco personas para mi turno, cuando una más llegó a preguntar dónde debía formarse. La mujer que yo había interrogado primero le dio indicaciones para luego quejarse por el desorden en que todo discurría. ¿Desorden?, le increpé, pero si cada uno de nosotros sabe después de quién va y desde que reiniciaron el cobro, todo avanza sin retrasos ni reclamos. Todos respetan. Sí, respondió ella, pero en otras partes están las sillas alineadas y la gente se mueve al mismo tiempo y le dicen a uno dónde debe pararse o sentarse. Le dije que yo prefería este orden donde teníamos más libertad, donde cada uno era responsable y sabía en qué momento debía pasar a pagar, mientras manteníamos las normas de higiene y distancia en un lugar bien ventilado donde había muy poco riesgo de contagio.

Pensé, eso no me atreví a decírselo, que muchos confunden el orden con el autoritarismo. Es un orden más civilizado, terminé diciendo, estamos entre gente honesta que viene a pagar a tiempo su predial. Sí, verdad, aceptó ella para dar por terminada la conversación. Tras un par de páginas, me moví hacia una silla desocupada que estaba más cerca de la entrada. Poco tiempo después había finalizado mi trámite y me quedé pensando por qué hay todavía muchos que exigen más multas, toques de queda y sanciones, y menos que valoren la libertad y la responsabilidad como deberíamos. Será la educación o el cristal a través del cual miramos, será el miedo a asumir la responsabilidad de la vida propia, no lo sé, pero pensé que quizás sería bueno escribir algo al respecto.


Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

El miércoles pasado fui al módulo de pago que el gobierno de Irapuato instaló dentro de la Comercial Mexicana en las Reynas. Llegué cuando hacian el arqueo de la caja, así que uno de los policías municipales me mandó a formar fuera del establecimiento bajo una carpa que habían improvisado a pocos metros de la entrada del supermercado. Bajo ésta se hallaban varias sillas separadas entre sí con sana distancia, algunas personas sentadas y otras de pie. No percibí ningún orden particular, así que procedí como se debe: pregunté quién era el último en la fila y me preparé para memorizar su cara e indumentaria. El último es aquel que va allá, me dijo una señora mientras señalaba a un cuate vestido con un saco de lana de líneas horizontales que se alejaba por el estacionamiento. ¿Qué hago, le contesté, voy tras él o lo espero aquí? Por fortuna, a pesar de la pandemia la gente conserva intacto el sentido del humor y tras esa broma me acogió con cariño en ese grupo esperanzado que oteaba a través del vidrio del supermercado la consumación de su turno. Pronto llegaron varios más que de forma igual de casual preguntaron por el último de la fila: así me vi secundado por otras personas practicando, como diría el maestro Jesús Aragón, el oficio de esperar. En lo que se reanudaba el cobro y una vez regresado el amigo del del saco de lana, me pasé por el kiosko de Silvia para comprar la Proceso, que ahora no llega los domingos sino los martes.

Poco a poco, mientras digería las nuevas del panorama nacional, la fila avanzó. Aunque sería un piropo llamarla fila porque la formación continuaba igual de caprichosa, algunos de pie respetaban las distancias y varios que a veces nos sentábamos o cedíamos el asiento a quien viéramos con necesidad de él. Todos, sin excepción, usábamos el cubrebocas de rigor.

Faltaban unas cuatro o cinco personas para mi turno, cuando una más llegó a preguntar dónde debía formarse. La mujer que yo había interrogado primero le dio indicaciones para luego quejarse por el desorden en que todo discurría. ¿Desorden?, le increpé, pero si cada uno de nosotros sabe después de quién va y desde que reiniciaron el cobro, todo avanza sin retrasos ni reclamos. Todos respetan. Sí, respondió ella, pero en otras partes están las sillas alineadas y la gente se mueve al mismo tiempo y le dicen a uno dónde debe pararse o sentarse. Le dije que yo prefería este orden donde teníamos más libertad, donde cada uno era responsable y sabía en qué momento debía pasar a pagar, mientras manteníamos las normas de higiene y distancia en un lugar bien ventilado donde había muy poco riesgo de contagio.

Pensé, eso no me atreví a decírselo, que muchos confunden el orden con el autoritarismo. Es un orden más civilizado, terminé diciendo, estamos entre gente honesta que viene a pagar a tiempo su predial. Sí, verdad, aceptó ella para dar por terminada la conversación. Tras un par de páginas, me moví hacia una silla desocupada que estaba más cerca de la entrada. Poco tiempo después había finalizado mi trámite y me quedé pensando por qué hay todavía muchos que exigen más multas, toques de queda y sanciones, y menos que valoren la libertad y la responsabilidad como deberíamos. Será la educación o el cristal a través del cual miramos, será el miedo a asumir la responsabilidad de la vida propia, no lo sé, pero pensé que quizás sería bueno escribir algo al respecto.


Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

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