/ miércoles 12 de enero de 2022

Necesitamos recuperar la autoridad moral

¿Alguna vez has considerado cómo las personas llegan a desaprobar los actos deshonestos de otros, pero difícilmente pueden reconocerlos en ellas mismas?

Esta falta de integridad moral nos cuesta muy caro, porque no solo nos afecta a nosotros mismos, sino que repercute en todo nuestro espectro social, más allá de lo que la mayoría de la gente esta consciente o quiere reconocer.

Se ha dicho que la autoridad moral es una cualidad indispensable para la persona que dirige una familia, una organización, una empresa, que lleva a cabo un cargo de servidor público, o que desempeña cualquier otra responsabilidad dentro de nuestra esfera social, es decir, es una cualidad vital para todo ser humano que desee tener éxito en lo que emprende.

Porque esta autoridad moral es la que permite ganarse el respeto de quienes están bajo su autoridad, se gana esa influencia positiva sobre los demás mediante un comportamiento virtuoso y congruente, es decir, si el líder es honesto y servicial, entonces crecerá su autoridad moral y su influencia para pedir honestidad y un servicio dedicado a sus subordinados.

En cambio, ¿qué sucede cuando percibimos incongruencia en quienes nos exigen algo que ellos mismos no hacen?, normalmente se siente un rechazo hacia esa clase de autoridad.

Irónicamente se sabe muy bien lo que esperamos de los demás, pero no sucede lo mismo para reconocer lo que los demás también esperan de nosotros.

Tristemente tenemos una cultura donde se enseña: “Tú has lo que yo digo, pero no hagas lo que hago”, y esta enseñanza nos ha robado el desarrollar esa autoridad moral tan necesaria en la vida, trayéndonos efectos terribles.

¿Pues qué persona en su sano juicio desea como autoridad a un individuo que carece de autoridad moral?, por supuesto que va a manifestarse tarde o temprano un rechazo hacia esa clase de autoridad inmoral que solo destaca por su hipocresía.

Desgraciadamente esta clase de autoridad que resalta por su hipocresía es la que abunda en cantidad de hogares, de escuelas, de empresas, de iglesias, de servidores del gobierno, etc., ocasionando que las figuras de autoridad tan necesarias e importantes para nuestro orden social vayan deteriorándose más y más, a tal grado que llegan a ser objeto de burla e incluso son pisoteadas por la gente.

Por mencionar un ejemplo, lo podemos notar con padres y madres de familia que son un cero a la izquierda para sus hijos en cuestión de autoridad, lo cual es sumamente peligroso, porque todo ser humano necesita tener figuras de autoridad en su vida, ya que es indispensable para poder mantener un orden en nuestra sociedad, y el hogar es el centro natural por excelencia para que los nuevos ciudadanos aprendan a respetar la autoridad.

Si una sociedad pierde sus figuras de autoridad, ¿qué futuro le espera a dicha sociedad?, la historia revela que ninguno bueno, solo el desorden y su autodestrucción.

Por esta razón, nuestra nación necesita con urgencia personas comprometidas en desarrollar en ellas mismas y enseñar a otros esta autoridad moral, la que da como fruto en el carácter: el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la humildad y el dominio propio.

Esta clase de fruto en el carácter, no puede ser producido por la persona en su propia capacidad y fortaleza, ya que si fuera posible, desde cuando en el mundo abundarían personas con esta clase de carácter, más bien, para poder producirlo se necesita una capacidad y fortaleza superior que nos enseñe y ayude a desarrollarlo, esta ayuda es Jesucristo, que al aceptar su salvación Él nos provee todo lo necesario para poder desarrollar esa misma autoridad moral que Él demostró durante su vida en esta tierra.

“Jesús respondió, y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada.” (Juan 14:23)

“En cambio, el Espíritu produce amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No existe ninguna ley en contra de esas cosas. Todos los que pertenecen a Cristo han crucificado su naturaleza carnal con sus pasiones y sentimientos egoístas. Ya que el Espíritu nos da vida, debemos dejarlo que nos guíe.” (Gálatas 5:22-25)

Favor de enviar todo comentario a los siguientes sitios sociales, blog: metamorfosiscultural.wordpress.com; Facebook, Twitter y YouTube: Metamorfosis Cultural ó si deseas comentar más ampliamente puedes hacerlo al correo: metamorfosiscultural2016@gmail.com Gracias.

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Artículo escrito por: Alejandra Pimentel Sánchez. Licenciada en Ciencias de la Familia.


¿Alguna vez has considerado cómo las personas llegan a desaprobar los actos deshonestos de otros, pero difícilmente pueden reconocerlos en ellas mismas?

Esta falta de integridad moral nos cuesta muy caro, porque no solo nos afecta a nosotros mismos, sino que repercute en todo nuestro espectro social, más allá de lo que la mayoría de la gente esta consciente o quiere reconocer.

Se ha dicho que la autoridad moral es una cualidad indispensable para la persona que dirige una familia, una organización, una empresa, que lleva a cabo un cargo de servidor público, o que desempeña cualquier otra responsabilidad dentro de nuestra esfera social, es decir, es una cualidad vital para todo ser humano que desee tener éxito en lo que emprende.

Porque esta autoridad moral es la que permite ganarse el respeto de quienes están bajo su autoridad, se gana esa influencia positiva sobre los demás mediante un comportamiento virtuoso y congruente, es decir, si el líder es honesto y servicial, entonces crecerá su autoridad moral y su influencia para pedir honestidad y un servicio dedicado a sus subordinados.

En cambio, ¿qué sucede cuando percibimos incongruencia en quienes nos exigen algo que ellos mismos no hacen?, normalmente se siente un rechazo hacia esa clase de autoridad.

Irónicamente se sabe muy bien lo que esperamos de los demás, pero no sucede lo mismo para reconocer lo que los demás también esperan de nosotros.

Tristemente tenemos una cultura donde se enseña: “Tú has lo que yo digo, pero no hagas lo que hago”, y esta enseñanza nos ha robado el desarrollar esa autoridad moral tan necesaria en la vida, trayéndonos efectos terribles.

¿Pues qué persona en su sano juicio desea como autoridad a un individuo que carece de autoridad moral?, por supuesto que va a manifestarse tarde o temprano un rechazo hacia esa clase de autoridad inmoral que solo destaca por su hipocresía.

Desgraciadamente esta clase de autoridad que resalta por su hipocresía es la que abunda en cantidad de hogares, de escuelas, de empresas, de iglesias, de servidores del gobierno, etc., ocasionando que las figuras de autoridad tan necesarias e importantes para nuestro orden social vayan deteriorándose más y más, a tal grado que llegan a ser objeto de burla e incluso son pisoteadas por la gente.

Por mencionar un ejemplo, lo podemos notar con padres y madres de familia que son un cero a la izquierda para sus hijos en cuestión de autoridad, lo cual es sumamente peligroso, porque todo ser humano necesita tener figuras de autoridad en su vida, ya que es indispensable para poder mantener un orden en nuestra sociedad, y el hogar es el centro natural por excelencia para que los nuevos ciudadanos aprendan a respetar la autoridad.

Si una sociedad pierde sus figuras de autoridad, ¿qué futuro le espera a dicha sociedad?, la historia revela que ninguno bueno, solo el desorden y su autodestrucción.

Por esta razón, nuestra nación necesita con urgencia personas comprometidas en desarrollar en ellas mismas y enseñar a otros esta autoridad moral, la que da como fruto en el carácter: el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la amabilidad, la bondad, la fidelidad, la humildad y el dominio propio.

Esta clase de fruto en el carácter, no puede ser producido por la persona en su propia capacidad y fortaleza, ya que si fuera posible, desde cuando en el mundo abundarían personas con esta clase de carácter, más bien, para poder producirlo se necesita una capacidad y fortaleza superior que nos enseñe y ayude a desarrollarlo, esta ayuda es Jesucristo, que al aceptar su salvación Él nos provee todo lo necesario para poder desarrollar esa misma autoridad moral que Él demostró durante su vida en esta tierra.

“Jesús respondió, y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada.” (Juan 14:23)

“En cambio, el Espíritu produce amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No existe ninguna ley en contra de esas cosas. Todos los que pertenecen a Cristo han crucificado su naturaleza carnal con sus pasiones y sentimientos egoístas. Ya que el Espíritu nos da vida, debemos dejarlo que nos guíe.” (Gálatas 5:22-25)

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Artículo escrito por: Alejandra Pimentel Sánchez. Licenciada en Ciencias de la Familia.