/ domingo 7 de agosto de 2022

¿Por qué cantan las aves?

Desde los primeros tiempos, la humanidad sintió poderosa fascinación por las aves canoras entre cuyos trinos y gorjeos un día despertó y, al escucharlos, se sintió tentada de imitar, dando con ello origen, aún antes que al propio lenguaje, al canto musical.

Seducción ancestral de la que son evidencia palpable las cuevas de Lascaux en la Dordoña francesa y de L’Hort en Barcelona, correspondientes al Paleolítico Superior, en las que encontramos representaciones de aves asociadas a figuras humanas en actitud de querer volar. Sí, antiguo anhelo del que el mítico Ícaro, milenios de años después, dará cuenta en la Grecia homérica. Ahora bien ¿qué función cumple el canto para las aves? Sin duda se trata de un lenguaje, único para cada especie, cuya finalidad es la intercomunicación con los suyos -ya sea por cuestiones de territorialidad, de alerta ante un peligro, o como en el caso de las crías para llamar a su madre-, pero también la de servir como un maravilloso mecanismo de atracción generalmente a cargo de los machos para cautivar a las hembras durante el cortejo.

\u0009Al respecto, Roy May revisando los estudios del ornitólogo Alexander Skutch (1904-2004) y del filósofo Charles Hartshorne (1897-2000) ha considerado que al confluir en el estudio del canto de las aves aspectos ornitológicos y filosóficos, bien podría ser necesario el surgimiento de una nueva interdisciplina, la ornitología filosófica. Hartshorne refería haber encontrado el principio del “umbral de la monotonía” (1973): el ave que repite una misma melodía hace pausas entre una secuencia y otra, en tanto que el ave con cadencias múltiples no las hace. Concluía por tanto que en las aves existe un principio estético innato basado en la sensibilidad al valor del contraste y la improvisación frente al de la monotonía y la repetición.

Por su parte, Skutch luego de analizar múltiples secuencias de diversas especies, no dudaba en afirmar que en las aves se advierte un amplio rango de emociones no distantes de las humanas (1977, 1992) y confirmaba, como su colega, la conciencia en las aves de un patrón sonoro imitativo que podría ir más allá de sus necesidades elementales. Tema por demás sugerente que les llevó a formularse nuevas interrogantes. La principal de ellas ¿existe un sentido estético en sus cantos? Para ellos lo había -como también lo creyó el ornitólogo Donald Kroodsman (2007) al declararse convencido de que cantan por algo muy próximo al placer, dese el momento en que un ave se “deleita a sí misma” al cantar-, pero sabían también que en el mundo científico sostener esto no sería tarea fácil, aún y cuando el propio Charles Darwin hubiera dicho que los pájaros son los animales más estéticos de todo el reino animal.

Sí, la filosofía y las aves, como la música y su canto han caminado juntos desde tiempos inmemoriales, pensemos en Antonio Vivaldi, gran impulsor de la música descriptiva, que buscó recrear el canto del jilguero en su famoso concierto para flauta conocido como “Il Cardellino”; en Ottorino Respighi, que inspirado en el estilo de compositores de los siglos XVII y XVIII como Pasquini, Gallot y Rameau dio vida a su suite orquestal “Gli Uccelli” (Los pájaros), entrañable muestrario tímbrico de diversas aves (paloma, gallina, ruiseñor y cucú); en Igor Stravinsky y su ballet “El pájaro de fuego”, así como en Olivier Messiaen, quien consideraba a los pájaros los mejores músicos, y en cuya obra plasmó gran parte de su enorme colección de transcripciones de cantos de pájaros de todo el mundo, siendo su obra más notable el “Catalogue d’oiseaux”, en la que utiliza hasta 77 vocalizaciones de pájaros diversos.

Sin embargo, queda por responder la pregunta fundamental “¿Por qué cantan las aves?”.

Existe una razón científica y ésta procede de la morfología antómica de estos sublimes seres. Quien lo descubrió -tal y como reconoció el principal ornitólogo de su tiempo y estudioso del canto de las aves, el británico William H. Thorpe (1902-1986)- fue la soprano mexicoitaliana Betty Fabila Herrerías (1929-2012) al realizar su investigación de tesis como bióloga en la UNAM y estudiar los aparatos de fonación de diez aves mexicanas. Al comparar la siringe de cinco aves canoras con la de cinco no canoras (gallo, guajolote, cotorra, centzontle, cuitlacoche, clarín, jilguero, primavera, cardenal y gorrión), pudo identificar que el tejido de la siringe de las no canoras era óseo, en tanto que el de las canoras era cartilaginoso, razón por la cual aquélla vibra y permite al ave emitir, musicalmente hablando, todo tipo de notas, trinos y cadencias de inigualable belleza o sonidos simultáneos (cuatro en el caso del cuitlacoche). Y algo más: gracias a los sacos aéreos que les permiten a las aves ascender, éstas obtienen el aire que les permite emitir largas notas, modulaciones y frases. Sí: “la clave del misterioso ‘fiato’ de los pájaros tan envidiado por muchos cantantes” (Fabila, 1964).

\u0009Lo dijeron los chinos: un ave no canta porque tiene respuesta. Canta porque tiene una canción.


bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli

Desde los primeros tiempos, la humanidad sintió poderosa fascinación por las aves canoras entre cuyos trinos y gorjeos un día despertó y, al escucharlos, se sintió tentada de imitar, dando con ello origen, aún antes que al propio lenguaje, al canto musical.

Seducción ancestral de la que son evidencia palpable las cuevas de Lascaux en la Dordoña francesa y de L’Hort en Barcelona, correspondientes al Paleolítico Superior, en las que encontramos representaciones de aves asociadas a figuras humanas en actitud de querer volar. Sí, antiguo anhelo del que el mítico Ícaro, milenios de años después, dará cuenta en la Grecia homérica. Ahora bien ¿qué función cumple el canto para las aves? Sin duda se trata de un lenguaje, único para cada especie, cuya finalidad es la intercomunicación con los suyos -ya sea por cuestiones de territorialidad, de alerta ante un peligro, o como en el caso de las crías para llamar a su madre-, pero también la de servir como un maravilloso mecanismo de atracción generalmente a cargo de los machos para cautivar a las hembras durante el cortejo.

\u0009Al respecto, Roy May revisando los estudios del ornitólogo Alexander Skutch (1904-2004) y del filósofo Charles Hartshorne (1897-2000) ha considerado que al confluir en el estudio del canto de las aves aspectos ornitológicos y filosóficos, bien podría ser necesario el surgimiento de una nueva interdisciplina, la ornitología filosófica. Hartshorne refería haber encontrado el principio del “umbral de la monotonía” (1973): el ave que repite una misma melodía hace pausas entre una secuencia y otra, en tanto que el ave con cadencias múltiples no las hace. Concluía por tanto que en las aves existe un principio estético innato basado en la sensibilidad al valor del contraste y la improvisación frente al de la monotonía y la repetición.

Por su parte, Skutch luego de analizar múltiples secuencias de diversas especies, no dudaba en afirmar que en las aves se advierte un amplio rango de emociones no distantes de las humanas (1977, 1992) y confirmaba, como su colega, la conciencia en las aves de un patrón sonoro imitativo que podría ir más allá de sus necesidades elementales. Tema por demás sugerente que les llevó a formularse nuevas interrogantes. La principal de ellas ¿existe un sentido estético en sus cantos? Para ellos lo había -como también lo creyó el ornitólogo Donald Kroodsman (2007) al declararse convencido de que cantan por algo muy próximo al placer, dese el momento en que un ave se “deleita a sí misma” al cantar-, pero sabían también que en el mundo científico sostener esto no sería tarea fácil, aún y cuando el propio Charles Darwin hubiera dicho que los pájaros son los animales más estéticos de todo el reino animal.

Sí, la filosofía y las aves, como la música y su canto han caminado juntos desde tiempos inmemoriales, pensemos en Antonio Vivaldi, gran impulsor de la música descriptiva, que buscó recrear el canto del jilguero en su famoso concierto para flauta conocido como “Il Cardellino”; en Ottorino Respighi, que inspirado en el estilo de compositores de los siglos XVII y XVIII como Pasquini, Gallot y Rameau dio vida a su suite orquestal “Gli Uccelli” (Los pájaros), entrañable muestrario tímbrico de diversas aves (paloma, gallina, ruiseñor y cucú); en Igor Stravinsky y su ballet “El pájaro de fuego”, así como en Olivier Messiaen, quien consideraba a los pájaros los mejores músicos, y en cuya obra plasmó gran parte de su enorme colección de transcripciones de cantos de pájaros de todo el mundo, siendo su obra más notable el “Catalogue d’oiseaux”, en la que utiliza hasta 77 vocalizaciones de pájaros diversos.

Sin embargo, queda por responder la pregunta fundamental “¿Por qué cantan las aves?”.

Existe una razón científica y ésta procede de la morfología antómica de estos sublimes seres. Quien lo descubrió -tal y como reconoció el principal ornitólogo de su tiempo y estudioso del canto de las aves, el británico William H. Thorpe (1902-1986)- fue la soprano mexicoitaliana Betty Fabila Herrerías (1929-2012) al realizar su investigación de tesis como bióloga en la UNAM y estudiar los aparatos de fonación de diez aves mexicanas. Al comparar la siringe de cinco aves canoras con la de cinco no canoras (gallo, guajolote, cotorra, centzontle, cuitlacoche, clarín, jilguero, primavera, cardenal y gorrión), pudo identificar que el tejido de la siringe de las no canoras era óseo, en tanto que el de las canoras era cartilaginoso, razón por la cual aquélla vibra y permite al ave emitir, musicalmente hablando, todo tipo de notas, trinos y cadencias de inigualable belleza o sonidos simultáneos (cuatro en el caso del cuitlacoche). Y algo más: gracias a los sacos aéreos que les permiten a las aves ascender, éstas obtienen el aire que les permite emitir largas notas, modulaciones y frases. Sí: “la clave del misterioso ‘fiato’ de los pájaros tan envidiado por muchos cantantes” (Fabila, 1964).

\u0009Lo dijeron los chinos: un ave no canta porque tiene respuesta. Canta porque tiene una canción.


bettyzanolli@gmail.com\u0009\u0009\u0009@BettyZanolli