/ domingo 10 de abril de 2022

Pueblo en sombras

“El tirano subió las escalerillas del avión; una orquesta militar interpretaba el himno nacional: generales, ministros y banqueros, con lágrimas en los ojos y enseñas patrias en las manos, lo cantaban.

El tirano se detuvo a contemplar el patriótico espectáculo, también él lloraba. A lo lejos se escuchaban disparos y exclamaciones libertarias. Cuando la música hubo concluido el tirano quiso dirigirse por última vez a los suyos y con voz de Júpiter tonante y acentos oratorios de plazuela, en pose heroica, dijo:

¡Sálvese el que pueda! – antes de abordar apresuradamente el avión”.

Concluye así “Sobre tiranos”, cuento de René Avilés Fabila que forma parte de su antología de sátira política “Pueblo en sombras” (1978) -originalmente “De secuestros y uno que otro sabotaje”-. Sí, obra de ficción, pero que invita poderosamente a la reflexión, al ser develación visionaria -como todas las de su autor- de la realidad humana, que no es sino una tragicomedia. Por algo el epígrafe que eligió del húngaro George Mikes, para quien el chiste era un arte de gran trascendencia, literaria y política, no sólo porque podía enseñar más que “muchas largas lecturas”, sino por su gran importancia frente a las tiranías, al ser “algo que no puede soportar durante mucho tiempo la reputación de un tirano”.

Y es que en la naturaleza humana habita la tragicomedia, como desde la antigüedad evidenciaron Aristófanes, Terencio, Plauto, Marcial, Quintiliano, Horacio, Maquiavelo, Quevedo, Swift, Voltaire, Franklin y Orwell, entre otros. Qué decir de México, que en los años 40 del siglo XIX vio nacer a un medio sui géneris: “Don Simplicio. Periódico burlesco, crítico y filosófico, por unos simples”, que atacaba las posturas “nacionalistas” y “patrioteras” de políticos y generales, haciendo escarnio de todas las facciones. Fundado por Guillermo Prieto (Zancadilla), Ignacio Ramírez (El Nigromante) y Vicente Segura Argüelles (Cantártida), el proyecto editorial enfrentaba un problema: nuestro país ya era entonces “Patria del carnaval continuo” y se preguntaba: “Y México, lo que es México, ¿dónde está?”.

Ésta era su interrogante toral, la misma que subyacía en el manifiesto que le había dado origen en diciembre de 1845: “el plan que he proclamado [-referirá Don Simplicio-] no es la expresión de la voluntad nacional, por la sencilla razón de que no la conozco, y lo confieso, me atrevo a dudar que exista… es imposible que pueda haber voluntad nacional donde la mayoría no piensa, y los pocos que piensan lo hacen con tan poco acuerdo”. Lugar de expedición: Asnópolis. “El Nigromante”, en cambio, optará por la poesía y el ensayo, como en el dialógico “Explicaciones”, donde responde a La Voz de México: “¡No nos cansemos los hombres, con todos sus defectos, son más respetables reunidos que aislados; las farsas electorales son preferibles a los errores y caprichos de un solo individuo; al fin y al cabo la opinión general y la ley se sobreponen cuando todos pretenden el triunfo de sus derechos!”.

Conceptos palpitantes a los que hemos de acudir en momentos como los que actualmente agitan a nuestra Nación, que hoy vive una intensa e inédita jornada electoral. Por primera vez se somete a votación la posibilidad de revocar el mandato al titular del Ejecutivo Federal en una convocatoria por él mismo solicitada y promovida, mientras en el ánimo opositor late una consigna doble: los hay que demostrarán su repudio votando por la revocación y los hay que lo harán a través de su abstención. Pero no, no nos agobiemos, despejemos las sombras que se ciernen sobre nuestro pueblo y volvamos a la literatura de nuestros grandes escritores.

Inicié con el final de un cuento afilesfabiliano, concluyo evocando ahora un fragmento de su “Fiat Lux!”:

El presidente de la República inauguró “la planta hidroeléctrica que suministraría luz y energía a parte de la ciudad capital”. El ministro Zeta se rezagó de la comitiva “y entró de lleno en el punto de confluencia magnética de tres elevadores de potencia… se felicitó por no haberse desvanecido: en los tiempos que corrían quizás podrían acusarlo de subversivo o, al menos, de traición a la política presidencial de fortaleza física, un sabotaje a la titánica obra que el primer mandatario realizaba… [Una mañana, desde su despacho escuchó:] ¿Zeta, metro, pato! No, la frase completa era ¡Zeta, nuestro candidato!”. De pronto, el presidente entró y se arrojó a sus brazos: “el único fundido fue el presidente de la República quien murió carbonizado sin darse cuenta de lo sucedido y sin concluir su periodo constitucional… De esta forma, Zeta sigue siendo útil al país (su mayor ambición): siempre sentado sosteniendo dos gruesos cables que lo conectan a la red de distribución de luz y fuerza motriz de la ciudad… Las cenizas del presidente electrocutado, fallecido en aras del deber, reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres y su nombre está inscrito con letras de oro en la puerta de la Cámara de Diputados. Más el Estado no podía hacer”.

Yevtushenko lo dijo: la literatura debe ser un control moral de la política.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli

“El tirano subió las escalerillas del avión; una orquesta militar interpretaba el himno nacional: generales, ministros y banqueros, con lágrimas en los ojos y enseñas patrias en las manos, lo cantaban.

El tirano se detuvo a contemplar el patriótico espectáculo, también él lloraba. A lo lejos se escuchaban disparos y exclamaciones libertarias. Cuando la música hubo concluido el tirano quiso dirigirse por última vez a los suyos y con voz de Júpiter tonante y acentos oratorios de plazuela, en pose heroica, dijo:

¡Sálvese el que pueda! – antes de abordar apresuradamente el avión”.

Concluye así “Sobre tiranos”, cuento de René Avilés Fabila que forma parte de su antología de sátira política “Pueblo en sombras” (1978) -originalmente “De secuestros y uno que otro sabotaje”-. Sí, obra de ficción, pero que invita poderosamente a la reflexión, al ser develación visionaria -como todas las de su autor- de la realidad humana, que no es sino una tragicomedia. Por algo el epígrafe que eligió del húngaro George Mikes, para quien el chiste era un arte de gran trascendencia, literaria y política, no sólo porque podía enseñar más que “muchas largas lecturas”, sino por su gran importancia frente a las tiranías, al ser “algo que no puede soportar durante mucho tiempo la reputación de un tirano”.

Y es que en la naturaleza humana habita la tragicomedia, como desde la antigüedad evidenciaron Aristófanes, Terencio, Plauto, Marcial, Quintiliano, Horacio, Maquiavelo, Quevedo, Swift, Voltaire, Franklin y Orwell, entre otros. Qué decir de México, que en los años 40 del siglo XIX vio nacer a un medio sui géneris: “Don Simplicio. Periódico burlesco, crítico y filosófico, por unos simples”, que atacaba las posturas “nacionalistas” y “patrioteras” de políticos y generales, haciendo escarnio de todas las facciones. Fundado por Guillermo Prieto (Zancadilla), Ignacio Ramírez (El Nigromante) y Vicente Segura Argüelles (Cantártida), el proyecto editorial enfrentaba un problema: nuestro país ya era entonces “Patria del carnaval continuo” y se preguntaba: “Y México, lo que es México, ¿dónde está?”.

Ésta era su interrogante toral, la misma que subyacía en el manifiesto que le había dado origen en diciembre de 1845: “el plan que he proclamado [-referirá Don Simplicio-] no es la expresión de la voluntad nacional, por la sencilla razón de que no la conozco, y lo confieso, me atrevo a dudar que exista… es imposible que pueda haber voluntad nacional donde la mayoría no piensa, y los pocos que piensan lo hacen con tan poco acuerdo”. Lugar de expedición: Asnópolis. “El Nigromante”, en cambio, optará por la poesía y el ensayo, como en el dialógico “Explicaciones”, donde responde a La Voz de México: “¡No nos cansemos los hombres, con todos sus defectos, son más respetables reunidos que aislados; las farsas electorales son preferibles a los errores y caprichos de un solo individuo; al fin y al cabo la opinión general y la ley se sobreponen cuando todos pretenden el triunfo de sus derechos!”.

Conceptos palpitantes a los que hemos de acudir en momentos como los que actualmente agitan a nuestra Nación, que hoy vive una intensa e inédita jornada electoral. Por primera vez se somete a votación la posibilidad de revocar el mandato al titular del Ejecutivo Federal en una convocatoria por él mismo solicitada y promovida, mientras en el ánimo opositor late una consigna doble: los hay que demostrarán su repudio votando por la revocación y los hay que lo harán a través de su abstención. Pero no, no nos agobiemos, despejemos las sombras que se ciernen sobre nuestro pueblo y volvamos a la literatura de nuestros grandes escritores.

Inicié con el final de un cuento afilesfabiliano, concluyo evocando ahora un fragmento de su “Fiat Lux!”:

El presidente de la República inauguró “la planta hidroeléctrica que suministraría luz y energía a parte de la ciudad capital”. El ministro Zeta se rezagó de la comitiva “y entró de lleno en el punto de confluencia magnética de tres elevadores de potencia… se felicitó por no haberse desvanecido: en los tiempos que corrían quizás podrían acusarlo de subversivo o, al menos, de traición a la política presidencial de fortaleza física, un sabotaje a la titánica obra que el primer mandatario realizaba… [Una mañana, desde su despacho escuchó:] ¿Zeta, metro, pato! No, la frase completa era ¡Zeta, nuestro candidato!”. De pronto, el presidente entró y se arrojó a sus brazos: “el único fundido fue el presidente de la República quien murió carbonizado sin darse cuenta de lo sucedido y sin concluir su periodo constitucional… De esta forma, Zeta sigue siendo útil al país (su mayor ambición): siempre sentado sosteniendo dos gruesos cables que lo conectan a la red de distribución de luz y fuerza motriz de la ciudad… Las cenizas del presidente electrocutado, fallecido en aras del deber, reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres y su nombre está inscrito con letras de oro en la puerta de la Cámara de Diputados. Más el Estado no podía hacer”.

Yevtushenko lo dijo: la literatura debe ser un control moral de la política.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli