/ sábado 4 de abril de 2020

REMEMBRANZAS TAURINAS

Corría la segunda mitad de la década de los ochentas… los novilleros de aquel entonces buscaban abrirse paso en las lides taurinas… así estaban Pablo “Curro” Cruz, Paco Villalba, Ramón González "Zapaterito", Manolo Sánchez, José de Jesús "El Glison", (éste último comenzaba a hacer mucho ruido dado que por su carencia de técnica para torear su actuación se convertía verdaderamente en un espectáculo verdaderamente temerario y poco ortodoxo); y así muchos otros futuros toreros tocaban las puertas de las plazas.

Llegado el tiempo, la temporada 86-87 de novilladas en la Monumental Plaza de toros México dio inicio. Los carteles se dieron a conocer y los jóvenes novilleros llenos de ilusión en sus alforjas habrían de salir a demostrar ante el coso capitalino de lo que estaban hechos.

De entre los varios espadas se encontraba un guanajuatense, originario de Celaya y precedido de triunfos por el interior de la república pues andaba sonando fuerte en provincia... Su nombre Alejandro del Olivar. Había expectación entre los aficionados del coso de Insurgentes por ver a este chaval… sí; a de Alejandro del Olivar, hijo del matador de toros en retiro don Antonio del Olivar.

Se llegó la fecha, y -decíamos- arrancó la temporada novilleril 86-87 en la Plaza México; el cartel anunciaba para esa ocasión a Alejandro del Olivar alternando con Paco Villalba y Ramón González “Zapaterito” con toros de Sergio Hernández.

La Monumental ansiosa de ver si estaba ahí entre todos los novilleros que partirían plaza aquel que podría ser la figura del toreo en el futuro. Abrió el coso sus puertas con gran expectación. Llegado el momento hizo el paseíllo el joven celayense, y una vez que recorrió el ruedo saludó a la autoridad, se despojó del capote de paseo para tomar el de brega. Lo colocó en su brazo izquierdo a la vez que se enfilaba con paso firme desde el burladero de matadores hasta quedar frente a la puerta de toriles. Abrió el percal y extendió en la arena, se puso de hinojos, se acomodó moviendo los hombros, se persignó y en seguida asintió con la cabeza dando con ese gesto la orden al torilero de que abriera la puerta de toriles. La plaza entera, expectante de ver cómo recibiría Alejando del Olivar a “portagayola”, a su primer novillo.

Segundos después de abierta la puerta de toriles se veía a Alejandro del Olivar llamando… citando… con potente voz al burel que para ese momento solo el torero lo veía, pues aún no saltaba el burel al ruedo; Del olivar insistía… retaba… y finalmente sale el toro a gran velocidad, decidido a acometer hacia todo lo que se moviera; ya nada lo detiene; como locomotora se llevará a su paso cuanto se le atraviese … sale con todo el brío de que es capaz un astado de lidia que saltando a la arena, por vez primera toro y torero, frente a frente, no hay tiempo de componendas, el valor del hombre frente a la acometividad de la fiera, no hay margen de error, no lo puede haber; la técnica, el valor y un capote son las únicas armas del torero frente a las que lleva el toro, que son un par de pitones y una embestida aún no estudiada por el coleta. Un percal oportuno y quizá arriesgado es lo que a esas alturas puede hacerle frente al cornúpeta… sí el percal de… del Olivar. Como así fue, el cornúpeta acometió al capote del torero, y pasó cual locomotora imparable. En la Monumental retumbó al unísono un estremecedor Óléee…!!!

Una vez pegada la “portagayola” el toro ha pasado, pero vuelve a embestir; el torero ésta vez le hace frente con una tanda de verónicas por ambos lados con el compás abierto para rematar –si no mal recuerdo- con un recorte torerísimo a una sola mano digno de un óleo ejecutado por un torero que va decidido a dos cosas: triunfar o… triunfar, no hay de otra. Así fue la carta de presentación de un novillero con hambre de triunfo, de un novillero que daba paso seguro de sí, de un novillero apodado “Del Olivar”.

De ese talante era el debutante que saludaba al coso más grande del mundo dejando constancia de su excelente labor toreril tras varias tardes en que pisó el coso de insurgentes. Alejandro del Olivar devolvía nuevas esperanzas a la afición de México para tener una verdadera figura del toreo. Así el torero celayense a pesar de su juventud mostraba conocer el oficio y se vislumbraba que podía llegar lejos en estos menesteres de la fiesta de los toros. Salió dos veces por la puerta grande de la México; de igual manera participó en el estoque de plata y tuvo una carrera novilleril exitosa con alrededor de 145 novilladas.

Torero decidido que le valió haber ido a las plazas más importantes de la República Mexicana para demostrar que era el torero que la afición de México necesitaba.

TOMA LA BORLA DE MATADOR DE TOROS

Así Alejandro del Olivar toma el 12 de diciembre de 1987 la alternativa como Matador de Toros de manos de Manolo Martínez en la Plaza La Luz de León, Gto, atestiguando la ceremonia César Pastor con el toro “Cuatro Siglos” de Begoña, y cabe destacar que a su segundo toro le cortó las orejas y el rabo.

Para del Olivar el camino como matador de toros comenzaba, el panorama era alentador; habrían toros para él y plazas que le permitirían pisar los ruedos también. Así comenzó incluso a alternar con lo mejor de la baraja taurina de aquel entonces. Partiría plaza al lado de las figuras del momento, a saber: Manolo Martínez, David Silvetti, Curro Rivera, Eloy Cavazos, Miguel Espinosa “Armillita”, Jorge Gutierrez, Mariano Ramos, Guillermo Capetillo, Manolo Arruza entre otros, así como con los españoles José Mari Manzanares, Pedro Gutierrez Moya “El niño de la Capea” etc.

Tras varias temporadas de torear por el interior de la república el Matador del Olivar confirma su alternativa en la Plaza México el 27 de septiembre de 1992 teniendo como padrino a José Luis Herros y alternando con Oscar San Román quien también confirmaba su alternativa con toros de Campo Grande.

EL PERCANCE

El dolor y el sufrimiento son realidades que desafortunadamente acompañan la vida activa de todo torero; circunstancias de las cuales no estaba exento del Olivar.

Así llegó marzo de 1993, y con ello la corrida de feria de la ciudad de las fresas, Irapuato, Gto; el cartel anunciaba a Cesar Pastor, Alejandro del Olivar y Jorge de Jesús “El Glison” con toros de Mariano Jimenez.

En el patio de cuadrillas de la plaza Revolución, se preparaban los que habrían de intervenir en el ruedo, peones, subalternos, banderilleros. Un picador desde su montura se saludó efusivamente con del Olivar pero sin desmontar de su cabalgadura. “Ora sí, vamos a armar un follón…” le dijo el matador; venga…!!! contestó el de la pica. Y así, se llegó la hora, las cuatro en punto de la tarde, hora de hacer el paseo, y que Dios reparta suerte.

Una vez que se ha abierto la puerta para entrar al ruedo, y de que han tomado sus respectivos sitios, toreros y cuadrillas se disponen a hacer el paseíllo. Del Olivar hace lo propio; correspondió al saludo de sus alternantes y recorrió el redondel con esa personalidad, con esa seguridad en sí mismo que lo caracteriza, hasta llegar al burladero de matadores; saluda a la montera en mano.

Por un lado la presión de querer salir triunfante en esta corrida costara lo que costara, y por el otro el temperamento de del Olivar se conjugaron en esa tarde de toros, pero en esta ocasión debemos decirlo, para un infortunio. El torero sabía que salir con las orejas de sus enemigos se traduciría en la llave de las puertas de las mejores plazas de la república. Así, una vez que saltó a la arena su segundo toro, el diestro comenzó a lancearlo con verónicas suaves, pausadas y de buena factura… Con sobrada torería del Olivar estructuraba su faena. Llegado el momento del último tercio, el de muleta, el matador ejecutó algunos pases de buena factura por un lado y por el otro; pero quizá el toro no embestía con la continuidad ni rapidez deseada por del Olivar, por lo que el torero se arrimaba más y más a los pitones de su enemigo; arriesgando de sobra, para muchos incluso de forma temeraria, lo cierto es que el astado en un primer momento dio muestra de peligrosidad al recostarse por el lado derecho y metiendo peligrosamente el pitón por entre la casaca del torero que casi le toca el corazón; afortunadamente no pasó a mayores. Sin embargo en las subsecuentes tandas de muleta del Olivar “encelaba” al astado con su propia pierna para provocar la embestida del burel y así “arrancarle” los muletazos, exponiendo demasiado, hasta que finalmente llegó lo que no se deseaba, pero sí se temía… el toro hizo por él… cogiendo al torero por la pierna derecha y propinándole tremenda cornada en el muslo. Visiblemente el torero se dolía, no pudo esquivar la embestida del ejemplar de Mariano Jiménez que a la sazón levantaba al torero con el pitón derecho a la vez que introducía el cuerno destrozándole la pierna. El propio peso de del Olivar hizo que su cuerpo girara y cayera tiñendo de rojo la arena del coso Revolución.

Inmediatamente cuadrilla y diversas personas que se convierten en esos difíciles momentos en verdaderos compañeros de oficio saltaron al ruedo en auxilio del torero, pues en ese momento no se sabía cuál era la dimensión de la cornada que llevaba el Matador Alejandro del Olivar. Fue trasladado inmediatamente en ambulancia a un hospital particular que con todo, no llegó primero que éste escribiente, el cuál cámara en ristre me adelanté para solidarizarme con del Olivar y con su familia. Ahí tuve el honor de conocer personalmente y estrechar la mano del matador en retiro Antonio del Olivar padre de nuestro personaje de hoy.

Alguien de la administración del nosocomio me interpeló: “Aunque seas de El Sol de Irapuato, no están permitidas las fotos aquí en este hospital…” Sin embargo, estuve pacientemente en el reducido pasillo que conduce al quirófano, elevando una oración al creador por la salud de del Olivar. Aguardé hasta que de pronto se abrió la puerta del quirófano donde salía anestesiado del Olivar en una camilla que era trasladada por auxiliares médicos y enfermeras a las que me les sumé cual camillero de hospital al lado del paciente del Olivar que iba –como ya se dijo- anestesiado. Recuerdo que del Olivar, inconciente mojaba sus labios con su lengua, con insistencia, por lo que intuí que tendría sed, a la vez que yo sacaba discretamente mi cámara fotográfica Leica alemana y aseguré una serie de fotos hasta que llegó el momento en que ya no era posible seguir avanzando pues era ya el momento en que lo ingresaban al cuarto donde habría de quedar convaleciente y obviamente para no ser más imprudente me separé del grupo de enfermeros; y un poco nervioso les grité a las enfermeras: “Por favor, denle agua al matador, tiene mucha sed, o si me permiten yo le puedo traer una botellita de la tienda” Sentí con la mirada que me echaron que me decían: “Pobre ignorante”.

Recuperado medianamente del percance, del Olivar continuó tenaz y persistente en las lides taurinas arrebatándole las palmas a sus alternantes una tarde sí, y otra también.

Pasados unos años volvió a la México, pero he ahí el factor suerte… no la hubo… un toro al que no había nada que hacerle.

Siguieron años de lucha, de insistencia, tardes buenas, otras no… lo cierto es que del Olivar siempre echó la “pata*palante”, y es un eslabón en la historia del toreo en Guanajuato y de México mismo que ha dejado constancia de pundonor, de torerísmo, de hombría, de valentía, de todo un señor de los ruedos, que le pudo a todo cuando salió por toriles y del cual es un orgullo para toda la afición taurina.

Es así como se cierra una página más de la tauromaquia de un torero del que los aficionados a la fiesta brava de Guanajuato se enorgullecen por esas tardes torerísimas que Alejandro del Olivar nos regaló y que han quedado para la historia. oem-elsol-de-irapuato@hotmail.com

Corría la segunda mitad de la década de los ochentas… los novilleros de aquel entonces buscaban abrirse paso en las lides taurinas… así estaban Pablo “Curro” Cruz, Paco Villalba, Ramón González "Zapaterito", Manolo Sánchez, José de Jesús "El Glison", (éste último comenzaba a hacer mucho ruido dado que por su carencia de técnica para torear su actuación se convertía verdaderamente en un espectáculo verdaderamente temerario y poco ortodoxo); y así muchos otros futuros toreros tocaban las puertas de las plazas.

Llegado el tiempo, la temporada 86-87 de novilladas en la Monumental Plaza de toros México dio inicio. Los carteles se dieron a conocer y los jóvenes novilleros llenos de ilusión en sus alforjas habrían de salir a demostrar ante el coso capitalino de lo que estaban hechos.

De entre los varios espadas se encontraba un guanajuatense, originario de Celaya y precedido de triunfos por el interior de la república pues andaba sonando fuerte en provincia... Su nombre Alejandro del Olivar. Había expectación entre los aficionados del coso de Insurgentes por ver a este chaval… sí; a de Alejandro del Olivar, hijo del matador de toros en retiro don Antonio del Olivar.

Se llegó la fecha, y -decíamos- arrancó la temporada novilleril 86-87 en la Plaza México; el cartel anunciaba para esa ocasión a Alejandro del Olivar alternando con Paco Villalba y Ramón González “Zapaterito” con toros de Sergio Hernández.

La Monumental ansiosa de ver si estaba ahí entre todos los novilleros que partirían plaza aquel que podría ser la figura del toreo en el futuro. Abrió el coso sus puertas con gran expectación. Llegado el momento hizo el paseíllo el joven celayense, y una vez que recorrió el ruedo saludó a la autoridad, se despojó del capote de paseo para tomar el de brega. Lo colocó en su brazo izquierdo a la vez que se enfilaba con paso firme desde el burladero de matadores hasta quedar frente a la puerta de toriles. Abrió el percal y extendió en la arena, se puso de hinojos, se acomodó moviendo los hombros, se persignó y en seguida asintió con la cabeza dando con ese gesto la orden al torilero de que abriera la puerta de toriles. La plaza entera, expectante de ver cómo recibiría Alejando del Olivar a “portagayola”, a su primer novillo.

Segundos después de abierta la puerta de toriles se veía a Alejandro del Olivar llamando… citando… con potente voz al burel que para ese momento solo el torero lo veía, pues aún no saltaba el burel al ruedo; Del olivar insistía… retaba… y finalmente sale el toro a gran velocidad, decidido a acometer hacia todo lo que se moviera; ya nada lo detiene; como locomotora se llevará a su paso cuanto se le atraviese … sale con todo el brío de que es capaz un astado de lidia que saltando a la arena, por vez primera toro y torero, frente a frente, no hay tiempo de componendas, el valor del hombre frente a la acometividad de la fiera, no hay margen de error, no lo puede haber; la técnica, el valor y un capote son las únicas armas del torero frente a las que lleva el toro, que son un par de pitones y una embestida aún no estudiada por el coleta. Un percal oportuno y quizá arriesgado es lo que a esas alturas puede hacerle frente al cornúpeta… sí el percal de… del Olivar. Como así fue, el cornúpeta acometió al capote del torero, y pasó cual locomotora imparable. En la Monumental retumbó al unísono un estremecedor Óléee…!!!

Una vez pegada la “portagayola” el toro ha pasado, pero vuelve a embestir; el torero ésta vez le hace frente con una tanda de verónicas por ambos lados con el compás abierto para rematar –si no mal recuerdo- con un recorte torerísimo a una sola mano digno de un óleo ejecutado por un torero que va decidido a dos cosas: triunfar o… triunfar, no hay de otra. Así fue la carta de presentación de un novillero con hambre de triunfo, de un novillero que daba paso seguro de sí, de un novillero apodado “Del Olivar”.

De ese talante era el debutante que saludaba al coso más grande del mundo dejando constancia de su excelente labor toreril tras varias tardes en que pisó el coso de insurgentes. Alejandro del Olivar devolvía nuevas esperanzas a la afición de México para tener una verdadera figura del toreo. Así el torero celayense a pesar de su juventud mostraba conocer el oficio y se vislumbraba que podía llegar lejos en estos menesteres de la fiesta de los toros. Salió dos veces por la puerta grande de la México; de igual manera participó en el estoque de plata y tuvo una carrera novilleril exitosa con alrededor de 145 novilladas.

Torero decidido que le valió haber ido a las plazas más importantes de la República Mexicana para demostrar que era el torero que la afición de México necesitaba.

TOMA LA BORLA DE MATADOR DE TOROS

Así Alejandro del Olivar toma el 12 de diciembre de 1987 la alternativa como Matador de Toros de manos de Manolo Martínez en la Plaza La Luz de León, Gto, atestiguando la ceremonia César Pastor con el toro “Cuatro Siglos” de Begoña, y cabe destacar que a su segundo toro le cortó las orejas y el rabo.

Para del Olivar el camino como matador de toros comenzaba, el panorama era alentador; habrían toros para él y plazas que le permitirían pisar los ruedos también. Así comenzó incluso a alternar con lo mejor de la baraja taurina de aquel entonces. Partiría plaza al lado de las figuras del momento, a saber: Manolo Martínez, David Silvetti, Curro Rivera, Eloy Cavazos, Miguel Espinosa “Armillita”, Jorge Gutierrez, Mariano Ramos, Guillermo Capetillo, Manolo Arruza entre otros, así como con los españoles José Mari Manzanares, Pedro Gutierrez Moya “El niño de la Capea” etc.

Tras varias temporadas de torear por el interior de la república el Matador del Olivar confirma su alternativa en la Plaza México el 27 de septiembre de 1992 teniendo como padrino a José Luis Herros y alternando con Oscar San Román quien también confirmaba su alternativa con toros de Campo Grande.

EL PERCANCE

El dolor y el sufrimiento son realidades que desafortunadamente acompañan la vida activa de todo torero; circunstancias de las cuales no estaba exento del Olivar.

Así llegó marzo de 1993, y con ello la corrida de feria de la ciudad de las fresas, Irapuato, Gto; el cartel anunciaba a Cesar Pastor, Alejandro del Olivar y Jorge de Jesús “El Glison” con toros de Mariano Jimenez.

En el patio de cuadrillas de la plaza Revolución, se preparaban los que habrían de intervenir en el ruedo, peones, subalternos, banderilleros. Un picador desde su montura se saludó efusivamente con del Olivar pero sin desmontar de su cabalgadura. “Ora sí, vamos a armar un follón…” le dijo el matador; venga…!!! contestó el de la pica. Y así, se llegó la hora, las cuatro en punto de la tarde, hora de hacer el paseo, y que Dios reparta suerte.

Una vez que se ha abierto la puerta para entrar al ruedo, y de que han tomado sus respectivos sitios, toreros y cuadrillas se disponen a hacer el paseíllo. Del Olivar hace lo propio; correspondió al saludo de sus alternantes y recorrió el redondel con esa personalidad, con esa seguridad en sí mismo que lo caracteriza, hasta llegar al burladero de matadores; saluda a la montera en mano.

Por un lado la presión de querer salir triunfante en esta corrida costara lo que costara, y por el otro el temperamento de del Olivar se conjugaron en esa tarde de toros, pero en esta ocasión debemos decirlo, para un infortunio. El torero sabía que salir con las orejas de sus enemigos se traduciría en la llave de las puertas de las mejores plazas de la república. Así, una vez que saltó a la arena su segundo toro, el diestro comenzó a lancearlo con verónicas suaves, pausadas y de buena factura… Con sobrada torería del Olivar estructuraba su faena. Llegado el momento del último tercio, el de muleta, el matador ejecutó algunos pases de buena factura por un lado y por el otro; pero quizá el toro no embestía con la continuidad ni rapidez deseada por del Olivar, por lo que el torero se arrimaba más y más a los pitones de su enemigo; arriesgando de sobra, para muchos incluso de forma temeraria, lo cierto es que el astado en un primer momento dio muestra de peligrosidad al recostarse por el lado derecho y metiendo peligrosamente el pitón por entre la casaca del torero que casi le toca el corazón; afortunadamente no pasó a mayores. Sin embargo en las subsecuentes tandas de muleta del Olivar “encelaba” al astado con su propia pierna para provocar la embestida del burel y así “arrancarle” los muletazos, exponiendo demasiado, hasta que finalmente llegó lo que no se deseaba, pero sí se temía… el toro hizo por él… cogiendo al torero por la pierna derecha y propinándole tremenda cornada en el muslo. Visiblemente el torero se dolía, no pudo esquivar la embestida del ejemplar de Mariano Jiménez que a la sazón levantaba al torero con el pitón derecho a la vez que introducía el cuerno destrozándole la pierna. El propio peso de del Olivar hizo que su cuerpo girara y cayera tiñendo de rojo la arena del coso Revolución.

Inmediatamente cuadrilla y diversas personas que se convierten en esos difíciles momentos en verdaderos compañeros de oficio saltaron al ruedo en auxilio del torero, pues en ese momento no se sabía cuál era la dimensión de la cornada que llevaba el Matador Alejandro del Olivar. Fue trasladado inmediatamente en ambulancia a un hospital particular que con todo, no llegó primero que éste escribiente, el cuál cámara en ristre me adelanté para solidarizarme con del Olivar y con su familia. Ahí tuve el honor de conocer personalmente y estrechar la mano del matador en retiro Antonio del Olivar padre de nuestro personaje de hoy.

Alguien de la administración del nosocomio me interpeló: “Aunque seas de El Sol de Irapuato, no están permitidas las fotos aquí en este hospital…” Sin embargo, estuve pacientemente en el reducido pasillo que conduce al quirófano, elevando una oración al creador por la salud de del Olivar. Aguardé hasta que de pronto se abrió la puerta del quirófano donde salía anestesiado del Olivar en una camilla que era trasladada por auxiliares médicos y enfermeras a las que me les sumé cual camillero de hospital al lado del paciente del Olivar que iba –como ya se dijo- anestesiado. Recuerdo que del Olivar, inconciente mojaba sus labios con su lengua, con insistencia, por lo que intuí que tendría sed, a la vez que yo sacaba discretamente mi cámara fotográfica Leica alemana y aseguré una serie de fotos hasta que llegó el momento en que ya no era posible seguir avanzando pues era ya el momento en que lo ingresaban al cuarto donde habría de quedar convaleciente y obviamente para no ser más imprudente me separé del grupo de enfermeros; y un poco nervioso les grité a las enfermeras: “Por favor, denle agua al matador, tiene mucha sed, o si me permiten yo le puedo traer una botellita de la tienda” Sentí con la mirada que me echaron que me decían: “Pobre ignorante”.

Recuperado medianamente del percance, del Olivar continuó tenaz y persistente en las lides taurinas arrebatándole las palmas a sus alternantes una tarde sí, y otra también.

Pasados unos años volvió a la México, pero he ahí el factor suerte… no la hubo… un toro al que no había nada que hacerle.

Siguieron años de lucha, de insistencia, tardes buenas, otras no… lo cierto es que del Olivar siempre echó la “pata*palante”, y es un eslabón en la historia del toreo en Guanajuato y de México mismo que ha dejado constancia de pundonor, de torerísmo, de hombría, de valentía, de todo un señor de los ruedos, que le pudo a todo cuando salió por toriles y del cual es un orgullo para toda la afición taurina.

Es así como se cierra una página más de la tauromaquia de un torero del que los aficionados a la fiesta brava de Guanajuato se enorgullecen por esas tardes torerísimas que Alejandro del Olivar nos regaló y que han quedado para la historia. oem-elsol-de-irapuato@hotmail.com