/ sábado 1 de agosto de 2020

Réquiem por Hiroshima y Nagasaki a 75 años (I)

Desde hace meses, el orbe está asediado por un flagelo invisible que lo tiene amagado. Se está en espera sólo de poder contenerlo. Lo grave es que hay otros enemigos, también invisibles, que no dejan de acechar a la humanidad, cuya lista es infinita, pero recojo el nombre de uno: el peligro nuclear.

A 75 años de la Hiroshima y Nagasaki, el mundo poco ha aprendido de tan dolorosas lecciones. Y es que a diferencia del Covid-19 (según todo apunta), en el caso de una hecatombe nuclear, sería el propio hombre el causante de ella, y ello con mucho sobrepasaría a la propia tragedia humanitaria, al ser el planeta mismo el que terminaría siendo devastado en todos los sentidos y por un tiempo indefinido: Chernobyl es la evidencia más dolorosa y reciente de ello.

Estamos pues, frente a una cuestión que trasciende al mundo de las ciencias exactas y naturales. Todos estamos involucrados en el tema. Ésta es la historia.

Fue Anaxágoras el primero en acuñar el concepto de “átomo”, para aludir a la partícula elemental, universal e indivisible. Luego Demócrito, para quien solo existían el átomo y el vacío. A principios del siglo XIX, Dalton dotó a cada átomo de un peso atómico propio a partir del hidrógeno. A él continuaron Gay Lussac, Avogadro, Laplace, Young, Faraday y Mendeleiev, para quien todas las propiedades atómicas eran “función periódica de su peso atómico”. En 1895, Roentgen descubre los rayos X.

Dos años después, J. J. Thompson encuentra que los átomos emiten energía y que ésta se encarna en pequeñas partículas de carga negativa: los electrones y con ellos la divisibilidad atómica. Más tarde, Becquerel y los esposos Curie advierten que elementos como el uranio y el radio emiten radiación espontánea. Rutherford los avala pero concluye que el átomo posee un núcleo de carga positiva al que rodean electrones de carga negativa en movimiento. En 1913, Bohr elabora la teoría cuántica: “los electrones sólo pueden girar en ciertas trayectorias ‘permitidas’, completamente determinadas a ciertas distancias del núcleo y sin emisión de radiaciones, con lo que garantizaba la estabilidad del átomo”.

Plank argumentará que la energía solo pude emitirse y absorberse en cantidades discontínuas, proporcionales a la frecuencia de la luz: los quanta. Sin embargo, aparece en escena Albert Einstein y, con él, la teoría de la relatividad: al aumentar la velocidad un cuerpo aumenta el peso de su masa y cuando ésta alcanza su mayor velocidad, la de la luz: masa y energía se vuelve equivalentes y una puede transformarse en la otra: E=mc2. Había nacido la energía nuclear.

Comenzaron los “bombardeos” contra los átomos mediante partículas más pequeñas. Cuando el núcleo se partía, se producía la fisión nuclear. La liberación de partículas producía radiactividad y, en caso de unirse un núcleo a otro, surgía la fusión. En 1923, Enrico Fermi señala que, derivado de la equivalencia planteada por Einstein, se producía una cantidad inmensa de energía nuclear potencial por explotar. No tardaría en plantear la primera teoría sobre la creación y destrucción de partículas de materia y en inducir radioactividad por neutrones en múltiples elementos.

La conclusión: cuanto menor es el número atómico de un núcleo contra el que se choca, mayor es la energía que pierde un neutrón al colisionar. En 1938, Otto Hahn y Fritz Strassmann eligen al uranio como elemento para bombardear. Su resultado, el isótopo de bario, el elemento kriptón, dos neutrones y energía. En 1942, Estados Unidos arranca el Proyecto Manhattan bajo la conducción del general Leslie Groves, en el que participan, además de Fermi, Robert Oppenheimer, Edward Teller, Hans Bethe, Richard Feynman y John von Neumann. En Los Álamos, Nuevo México, se monta un laboratorio cuyo objetivo es elaborar la primera bomba atómica.

Derivado de sus investigaciones y experimentos, logran desarrollarse dos tipos de bombas. Una de fisión tipo balístico y una nuclear de implosión. El 16 de julio de 1945, en el Campo de tiro y bombardeo de Alamogordo, se realiza la prueba Trinity. En ella es detonada la primera bomba de implosión. En lista de espera para ser detonadas quedan, a partir del éxito obtenido, dos bombas más. El argumento para su uso, pese a que muchos de los científicos se oponían, será “la salvación” de muchas vidas humanas al obtenerse el fin de la guerra.

El 6 de agosto, desde el bombardero B-29 Enola Gay, es lanzada “Little Boy”. Una bomba de uranio, de color verde oliva con un peso de 4,400 kilogramos. Ojiva de tres metros de longitud, 71 centímetros de diámetro y potencia explosiva de 16 kilotones (16 mil toneladas de TNT). Su objetivo: Hiroshima. La tercera (y última hasta ahora lanzada contra la población civil) será la “Fat Man”, lanzada el 9 de agosto desde el bombardero B-29 Bockscar. Ojiva implosiva esferoidal de plutonio, de 3.3 metros de longitud, diámetro de 1.5 metros, con un peso de 4,670 kilogramos y potencia explosiva de 21 kilotones. Su objetivo: Nagasaki.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli


Desde hace meses, el orbe está asediado por un flagelo invisible que lo tiene amagado. Se está en espera sólo de poder contenerlo. Lo grave es que hay otros enemigos, también invisibles, que no dejan de acechar a la humanidad, cuya lista es infinita, pero recojo el nombre de uno: el peligro nuclear.

A 75 años de la Hiroshima y Nagasaki, el mundo poco ha aprendido de tan dolorosas lecciones. Y es que a diferencia del Covid-19 (según todo apunta), en el caso de una hecatombe nuclear, sería el propio hombre el causante de ella, y ello con mucho sobrepasaría a la propia tragedia humanitaria, al ser el planeta mismo el que terminaría siendo devastado en todos los sentidos y por un tiempo indefinido: Chernobyl es la evidencia más dolorosa y reciente de ello.

Estamos pues, frente a una cuestión que trasciende al mundo de las ciencias exactas y naturales. Todos estamos involucrados en el tema. Ésta es la historia.

Fue Anaxágoras el primero en acuñar el concepto de “átomo”, para aludir a la partícula elemental, universal e indivisible. Luego Demócrito, para quien solo existían el átomo y el vacío. A principios del siglo XIX, Dalton dotó a cada átomo de un peso atómico propio a partir del hidrógeno. A él continuaron Gay Lussac, Avogadro, Laplace, Young, Faraday y Mendeleiev, para quien todas las propiedades atómicas eran “función periódica de su peso atómico”. En 1895, Roentgen descubre los rayos X.

Dos años después, J. J. Thompson encuentra que los átomos emiten energía y que ésta se encarna en pequeñas partículas de carga negativa: los electrones y con ellos la divisibilidad atómica. Más tarde, Becquerel y los esposos Curie advierten que elementos como el uranio y el radio emiten radiación espontánea. Rutherford los avala pero concluye que el átomo posee un núcleo de carga positiva al que rodean electrones de carga negativa en movimiento. En 1913, Bohr elabora la teoría cuántica: “los electrones sólo pueden girar en ciertas trayectorias ‘permitidas’, completamente determinadas a ciertas distancias del núcleo y sin emisión de radiaciones, con lo que garantizaba la estabilidad del átomo”.

Plank argumentará que la energía solo pude emitirse y absorberse en cantidades discontínuas, proporcionales a la frecuencia de la luz: los quanta. Sin embargo, aparece en escena Albert Einstein y, con él, la teoría de la relatividad: al aumentar la velocidad un cuerpo aumenta el peso de su masa y cuando ésta alcanza su mayor velocidad, la de la luz: masa y energía se vuelve equivalentes y una puede transformarse en la otra: E=mc2. Había nacido la energía nuclear.

Comenzaron los “bombardeos” contra los átomos mediante partículas más pequeñas. Cuando el núcleo se partía, se producía la fisión nuclear. La liberación de partículas producía radiactividad y, en caso de unirse un núcleo a otro, surgía la fusión. En 1923, Enrico Fermi señala que, derivado de la equivalencia planteada por Einstein, se producía una cantidad inmensa de energía nuclear potencial por explotar. No tardaría en plantear la primera teoría sobre la creación y destrucción de partículas de materia y en inducir radioactividad por neutrones en múltiples elementos.

La conclusión: cuanto menor es el número atómico de un núcleo contra el que se choca, mayor es la energía que pierde un neutrón al colisionar. En 1938, Otto Hahn y Fritz Strassmann eligen al uranio como elemento para bombardear. Su resultado, el isótopo de bario, el elemento kriptón, dos neutrones y energía. En 1942, Estados Unidos arranca el Proyecto Manhattan bajo la conducción del general Leslie Groves, en el que participan, además de Fermi, Robert Oppenheimer, Edward Teller, Hans Bethe, Richard Feynman y John von Neumann. En Los Álamos, Nuevo México, se monta un laboratorio cuyo objetivo es elaborar la primera bomba atómica.

Derivado de sus investigaciones y experimentos, logran desarrollarse dos tipos de bombas. Una de fisión tipo balístico y una nuclear de implosión. El 16 de julio de 1945, en el Campo de tiro y bombardeo de Alamogordo, se realiza la prueba Trinity. En ella es detonada la primera bomba de implosión. En lista de espera para ser detonadas quedan, a partir del éxito obtenido, dos bombas más. El argumento para su uso, pese a que muchos de los científicos se oponían, será “la salvación” de muchas vidas humanas al obtenerse el fin de la guerra.

El 6 de agosto, desde el bombardero B-29 Enola Gay, es lanzada “Little Boy”. Una bomba de uranio, de color verde oliva con un peso de 4,400 kilogramos. Ojiva de tres metros de longitud, 71 centímetros de diámetro y potencia explosiva de 16 kilotones (16 mil toneladas de TNT). Su objetivo: Hiroshima. La tercera (y última hasta ahora lanzada contra la población civil) será la “Fat Man”, lanzada el 9 de agosto desde el bombardero B-29 Bockscar. Ojiva implosiva esferoidal de plutonio, de 3.3 metros de longitud, diámetro de 1.5 metros, con un peso de 4,670 kilogramos y potencia explosiva de 21 kilotones. Su objetivo: Nagasaki.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli