/ sábado 8 de agosto de 2020

Réquiem por Hiroshima y Nagasaki a 75 años (II)

Sharpless:

Nagasaki, il mare, il porto…

Miss Butterfly. Bel nome, vi sta a meraviglia!

Siete di Nagasaki?


Butterfly:

Signor sì. Di famiglia assai prospera un tempo.


Madama Butterfly (Nagasaki, 1900)

Ópera con libreto de L. Illica y G. Giacosa.

Música de G. Puccini


Japón conocía bien lo que era el impacto atroz de un ataque aéreo. A las 22 horas del 9 de marzo de 1945, Tokio había sido escenario del mayor bombardeo no nuclear del que se tenga registro. Esa noche, Estados Unidos puso en marcha la “Operación Meetinghouse”: 334 aviones Boing-29, volando en fila tras un Pathfinder a baja altura, dejaron caer 1,700 toneladas de bombas incendiarias sobre la capital nipona.

La temperatura llegó a mil grados centígrados (ºC) en cuestión de minutos: más de 100 mil cuerpos y 41 kilómetros (km) cuadrados de su territorio -la cuarta parta parte de la ciudad- quedaron carbonizados. En la memoria de los japoneses, esa noche quedaría grabada como “la noche de la nieve negra”. Lo que nunca imaginaron era que sería solo el preludio de lo que vendría.

El lunes 6 de agosto, a las 7 horas, despega la misión especial 13 para lanzar una bomba “especial”. La integran 7 aeronaves, 3 de ellas de reconocimiento meteorológico: “Straight Flush” (Hiroshima), “Jabit III” (Kokura” y “Full House” (Nagasaki); “The Great Artiste” para medir la explosión; “Necessary Evil” para observación y fotografía, “Top Secret” de repuesto. Kokura está cubierta de nubes, la misión cambia de ruta y objetivo.

A las 8:15 horas, desde una altura de 10,450 metros el Coronel Paul W. Tibbets a cargo del “Enola Bay” -así llamado en honor a su madre- arroja la bomba “Little Boy” que explota a 600 metros antes de llegar al suelo sobre la Clínica de Shima. Casi instantáneamente la temperatura alcanza un millón de ºC, incendiando al aire y creando una bola de fuego que se eleva en forma de hongo rojo-violáceo con 3 km de ancho y casi uno de altura. Su impacto cimbra a 60 km de distancia. Media hora después, cae una lluvia radiactiva de color negro. El radio de destrucción total es de 1.6 km. El 70% de Hiroshima es destruida y volatilizados instantáneamente cerca de 100 mil cuerpos humanos.

Tres días después, despega una nueva misión especial: la 16, integrada por 6 aeronaves, dos de reconocimiento meteorológico: “Enola Gay” (Kokura) y “Laggin Dragon” (Nagasaki); “The Great Artiste” para medir la explosión; “Big Stink” para observación y fotografía; “Full House” de respuesto. Kokura nuevamente no presenta las condiciones. La misión se dirige al objetivo secundario. A las 11:01 horas, el Comandante Charles W. Sweeney desde el “Bockscar” lanza la bomba “Fat man” que explota en el valle de Urakami, sobre la fábrica de armas Mitsubishi, a 469 m antes de llegar al suelo. De inmediato, la temperatura alcanza los 3,900ºC con vientos de 1,005 km por hora. El radio de destrucción total es el mismo, 40% de Nagasaki es destruida y 70 mil de sus habitantes carbonizados.

El 31 de agosto de 1946, “The New Yorker” publicará uno de los relatos más impactantes de todos los tiempos: “Hiroshima”, de John Hersey, inspirado en seis de sus sobrevivientes (hibakusha). Ampliamente divulgado por Albert Einstein, fue considerado el mejor artículo del periodismo estadounidense del siglo XX pero sobre todo fue detonador de la toma de conciencia en la sociedad mundial en torno al horror de la destrucción material y de la incalculable pérdida de un cuarto de millón de personas.

Derivado de ello, surgió en Japón un nuevo género literario: la Genbaku Bungaku, plasmada en diarios, poemas, novelas, teatro, obras de ficción, elaborados por hibakushas que decidieron hablar y exponer su dolor. Literatura censurada entre 1945 y 1950 por el Código Especial de Prensa del Servicio de Información GHQ de las Fuerzas Aliadas, ello no impidió que varios de sus autores obtuvieran diversos premios, comprendido el Nobel. De ahí la obra de autores como Tamiki Hara: Natsu no Hana (Flores de Verano, 1946), Yōko Ota: Shikabane no machi (La ciudad de los cadáveres, 1948), Kenzaburo Oé: Cuadernos de Hiroshima (1965), Ibuse Masuji: Lluvia negra (1965) y, entre otros: La vida regalada (2006) de Tsutomu Yamaguchi, reconocido oficialmente por el Gobierno de Japón como el único testigo y sobreviviente de la explosión de las dos bombas, quien afirmaba: “he muerto dos veces y nací tres en esta vida, tengo que contar ese hecho de la historia antes de morirme”.

El capitán Roben Lewis, copiloto del Enola Gay, asentó en su bitácora de vuelo: “Dios mío, ¿qué hemos hecho?”. Abajo, en Hiroshima, Hatsuyo Nakamura estaba sepultada y un niño gritaba: “¡Mamá, ayúdame!, y vio a Myeko, la menor —tenía cinco años— enterrada hasta el pecho e incapaz de moverse. Al avanzar hacia ella, abriéndose paso a manotazos frenéticos, se dio cuenta de que no veía ni escuchaba a sus otros niños”, reseñará Hersey.

Sí, el mundo nunca dimensionó la magnitud y lo instantáneo de la capacidad genocida del ser humano, hasta que los campos de concentración nazi y los bombardeos atómicos de la Segunda Guerra Mundial se lo develaron en toda su perversidad y crudeza, sólo que la mayor tragedia es olvidarlo.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli



Sharpless:

Nagasaki, il mare, il porto…

Miss Butterfly. Bel nome, vi sta a meraviglia!

Siete di Nagasaki?


Butterfly:

Signor sì. Di famiglia assai prospera un tempo.


Madama Butterfly (Nagasaki, 1900)

Ópera con libreto de L. Illica y G. Giacosa.

Música de G. Puccini


Japón conocía bien lo que era el impacto atroz de un ataque aéreo. A las 22 horas del 9 de marzo de 1945, Tokio había sido escenario del mayor bombardeo no nuclear del que se tenga registro. Esa noche, Estados Unidos puso en marcha la “Operación Meetinghouse”: 334 aviones Boing-29, volando en fila tras un Pathfinder a baja altura, dejaron caer 1,700 toneladas de bombas incendiarias sobre la capital nipona.

La temperatura llegó a mil grados centígrados (ºC) en cuestión de minutos: más de 100 mil cuerpos y 41 kilómetros (km) cuadrados de su territorio -la cuarta parta parte de la ciudad- quedaron carbonizados. En la memoria de los japoneses, esa noche quedaría grabada como “la noche de la nieve negra”. Lo que nunca imaginaron era que sería solo el preludio de lo que vendría.

El lunes 6 de agosto, a las 7 horas, despega la misión especial 13 para lanzar una bomba “especial”. La integran 7 aeronaves, 3 de ellas de reconocimiento meteorológico: “Straight Flush” (Hiroshima), “Jabit III” (Kokura” y “Full House” (Nagasaki); “The Great Artiste” para medir la explosión; “Necessary Evil” para observación y fotografía, “Top Secret” de repuesto. Kokura está cubierta de nubes, la misión cambia de ruta y objetivo.

A las 8:15 horas, desde una altura de 10,450 metros el Coronel Paul W. Tibbets a cargo del “Enola Bay” -así llamado en honor a su madre- arroja la bomba “Little Boy” que explota a 600 metros antes de llegar al suelo sobre la Clínica de Shima. Casi instantáneamente la temperatura alcanza un millón de ºC, incendiando al aire y creando una bola de fuego que se eleva en forma de hongo rojo-violáceo con 3 km de ancho y casi uno de altura. Su impacto cimbra a 60 km de distancia. Media hora después, cae una lluvia radiactiva de color negro. El radio de destrucción total es de 1.6 km. El 70% de Hiroshima es destruida y volatilizados instantáneamente cerca de 100 mil cuerpos humanos.

Tres días después, despega una nueva misión especial: la 16, integrada por 6 aeronaves, dos de reconocimiento meteorológico: “Enola Gay” (Kokura) y “Laggin Dragon” (Nagasaki); “The Great Artiste” para medir la explosión; “Big Stink” para observación y fotografía; “Full House” de respuesto. Kokura nuevamente no presenta las condiciones. La misión se dirige al objetivo secundario. A las 11:01 horas, el Comandante Charles W. Sweeney desde el “Bockscar” lanza la bomba “Fat man” que explota en el valle de Urakami, sobre la fábrica de armas Mitsubishi, a 469 m antes de llegar al suelo. De inmediato, la temperatura alcanza los 3,900ºC con vientos de 1,005 km por hora. El radio de destrucción total es el mismo, 40% de Nagasaki es destruida y 70 mil de sus habitantes carbonizados.

El 31 de agosto de 1946, “The New Yorker” publicará uno de los relatos más impactantes de todos los tiempos: “Hiroshima”, de John Hersey, inspirado en seis de sus sobrevivientes (hibakusha). Ampliamente divulgado por Albert Einstein, fue considerado el mejor artículo del periodismo estadounidense del siglo XX pero sobre todo fue detonador de la toma de conciencia en la sociedad mundial en torno al horror de la destrucción material y de la incalculable pérdida de un cuarto de millón de personas.

Derivado de ello, surgió en Japón un nuevo género literario: la Genbaku Bungaku, plasmada en diarios, poemas, novelas, teatro, obras de ficción, elaborados por hibakushas que decidieron hablar y exponer su dolor. Literatura censurada entre 1945 y 1950 por el Código Especial de Prensa del Servicio de Información GHQ de las Fuerzas Aliadas, ello no impidió que varios de sus autores obtuvieran diversos premios, comprendido el Nobel. De ahí la obra de autores como Tamiki Hara: Natsu no Hana (Flores de Verano, 1946), Yōko Ota: Shikabane no machi (La ciudad de los cadáveres, 1948), Kenzaburo Oé: Cuadernos de Hiroshima (1965), Ibuse Masuji: Lluvia negra (1965) y, entre otros: La vida regalada (2006) de Tsutomu Yamaguchi, reconocido oficialmente por el Gobierno de Japón como el único testigo y sobreviviente de la explosión de las dos bombas, quien afirmaba: “he muerto dos veces y nací tres en esta vida, tengo que contar ese hecho de la historia antes de morirme”.

El capitán Roben Lewis, copiloto del Enola Gay, asentó en su bitácora de vuelo: “Dios mío, ¿qué hemos hecho?”. Abajo, en Hiroshima, Hatsuyo Nakamura estaba sepultada y un niño gritaba: “¡Mamá, ayúdame!, y vio a Myeko, la menor —tenía cinco años— enterrada hasta el pecho e incapaz de moverse. Al avanzar hacia ella, abriéndose paso a manotazos frenéticos, se dio cuenta de que no veía ni escuchaba a sus otros niños”, reseñará Hersey.

Sí, el mundo nunca dimensionó la magnitud y lo instantáneo de la capacidad genocida del ser humano, hasta que los campos de concentración nazi y los bombardeos atómicos de la Segunda Guerra Mundial se lo develaron en toda su perversidad y crudeza, sólo que la mayor tragedia es olvidarlo.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli