/ sábado 4 de junio de 2022

Si Eugenio Montale viviera …

Su ilusión era ser barítono, pero al morir su maestro de canto decide no seguir estudiando. Al poco tiempo, es arrastrado por la Primera Guerra Mundial y en 1925 se convierte en uno de los signatarios del Manifiesto Antifascista que redacta Benedetto Croce. Siete décadas más tarde será galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Sí, se trata de Eugenio Montale, uno de los más importantes escritores de prosa y poesía del siglo XX, el autor en cuya obra la religiosidad y la filosofía se funden bajo un signo, el del “mal de vivir”. El dolor lacerante que muchas veces, como lo plasma en su poesía homónima, a lo largo de su existencia se ha encontrado.

Dolor que no le era privativo. Muchos otros escritores lo compartían y plasmaban en sus obras, desde Thomas Mann hasta Pavese, Canetti y Pirandello, pero que a través de su pluma fluye desgarradoramente discreto. Es la incertidumbre del hombre contemporáneo que se siente atrapado por la absurdez de una vida en la que sólo en contados momentos puede encontrar alguna posibilidad de salvación, porque si de algo está convencido es que la vida es desilusión y su voz no puede sonar más que cansada, irónica y tristemente desencantada. En este estado crítico escribe su obra emblemática Ossi di seppia (Huesos de sepia) en 1925, que se convierte en el canto de la voz de un poeta excepcional, digno heredero de la tradición lírica de Carducci, Pascoli y D’Annunzio, al que la grave realidad engulló

Montale, el crítico poeta opositor, hermético, austero, el poeta físico y metafísico, como lo denominó Pancrazzi, no temerá ser lapidario y manifestarse contra el fascismo. Verdadero artista al fin. Pero su arte va más allá, atiende como él mismo lo reconoció a la condición humana considerada en sí misma. Aquí unos versos suyos extraídos de Ossi di sepia: “No nos pidas la palabra que escrute por cada lado / nuestro ánimo informe… / ¡Ah!, el hombre que se va seguro, / de los demás y de sí mismo amigo, / sin preocuparse de su sombre, / No nos pidas la fórmula que mundos pueda abrirte… / Sólo eso podemos decirte, / lo que no somos, / y lo que no queremos”.

Es arte en el que su autor en vez de hablar con un “yo” poético, apela a un “nosotros”, y con esto se identifica como una voz generacional, social, que lo trasciende. Esto contribuirá a hacer de su poesía una especie de poderoso y diáfano símbolo colectivo y anuncio de la poesía que vendrá. Es tejido a través del cual el poeta habla y dialoga con el tiempo del que él es intérprete, aunque no siempre le guste. Por algo refiere: “Demasiado el dolor de vivir he encontrado… quemado, estaba el caballo derrumbado”. Sin duda su poesía es desoladora, como desoladores son los tiempos que presiente habrán de venir. No olvidemos que es 1925 cuando lo escribe. Y para anunciarlos recurre a múltiples alegorías y símbolos, como en el caso de su poema “Primavera hitleriana”, de la que transcribo un dramático fragmento en la traducción de Rodolfo Alonso: “Hace poco surcó la avenida volando un enviado infernal / entre un ulular de sicarios, un golfo místico encendido / y empavesado de cruces gamadas lo unció y lo tragó, / se cerraron vidrieras, pobres / e inofensivas aunque también armadas / de cañones y juguetes de guerra, / atrancó el carnicero que adorna / con bayas el hocico de los cabritos muertos, / … y el agua roe aún / las orillas y nadie ya más es inocente”.

Para 1940, en medio de una locura que terminará con el exterminio de los hebreos, Montale comienza a escribir los primeros textos de su revisión crítica en la obra La Bufera, que publicará en 1945, en la que expone su concepto de la “conciencia de la abyección”. Texto que busca confrontar al mal histórico manteniendo un espacio de resistencia frente a la miseria y la crueldad humanas, porque el milagro de la salvación que en algún momento espera, termina sin realizarse. En los años subsecuentes llegará a escribir para el periódico “Il Corriere della Sera” textos de corte político, además de crítica literaria y musical, en los que se percibe su soledad. No concibe cómo alguien pudo creer en el fascismo, y esto lo abate y aleja de la sociedad.

Sin duda le era inconcebible, como lo es para muchos de nosotros hoy que alguien pueda creer y defender a un régimen de gobierno que pulveriza derechos humanos, garantías constitucionales, el Estado de Derecho en pleno, que socava la armonía y la paz sociales, a cambio de justificar, fomentar y exaltar al rencor, el odio, la división, la discriminación, la violencia, la inseguridad, la criminalidad en todas sus gamas y manifestaciones, pero trágicamente los hubo y los hay.

Si Montale viviera, el poeta que cantó contra la tiranía en nombre de la libertad, con renovado dolor escribiría. Un siglo transcurrió desde Ossi di sepia y la humanidad no sólo no cambió: se ha degradado, insensibilizado y encrudelecido aún más.

Si Montale viviera, después de constatar la crisis humanitaria que hoy enfrenta nuestro México, estoy segura que guardaría silencio y preferiría volver a morir.


bettyzanolli@gmail.com@BettyZanolli

Su ilusión era ser barítono, pero al morir su maestro de canto decide no seguir estudiando. Al poco tiempo, es arrastrado por la Primera Guerra Mundial y en 1925 se convierte en uno de los signatarios del Manifiesto Antifascista que redacta Benedetto Croce. Siete décadas más tarde será galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Sí, se trata de Eugenio Montale, uno de los más importantes escritores de prosa y poesía del siglo XX, el autor en cuya obra la religiosidad y la filosofía se funden bajo un signo, el del “mal de vivir”. El dolor lacerante que muchas veces, como lo plasma en su poesía homónima, a lo largo de su existencia se ha encontrado.

Dolor que no le era privativo. Muchos otros escritores lo compartían y plasmaban en sus obras, desde Thomas Mann hasta Pavese, Canetti y Pirandello, pero que a través de su pluma fluye desgarradoramente discreto. Es la incertidumbre del hombre contemporáneo que se siente atrapado por la absurdez de una vida en la que sólo en contados momentos puede encontrar alguna posibilidad de salvación, porque si de algo está convencido es que la vida es desilusión y su voz no puede sonar más que cansada, irónica y tristemente desencantada. En este estado crítico escribe su obra emblemática Ossi di seppia (Huesos de sepia) en 1925, que se convierte en el canto de la voz de un poeta excepcional, digno heredero de la tradición lírica de Carducci, Pascoli y D’Annunzio, al que la grave realidad engulló

Montale, el crítico poeta opositor, hermético, austero, el poeta físico y metafísico, como lo denominó Pancrazzi, no temerá ser lapidario y manifestarse contra el fascismo. Verdadero artista al fin. Pero su arte va más allá, atiende como él mismo lo reconoció a la condición humana considerada en sí misma. Aquí unos versos suyos extraídos de Ossi di sepia: “No nos pidas la palabra que escrute por cada lado / nuestro ánimo informe… / ¡Ah!, el hombre que se va seguro, / de los demás y de sí mismo amigo, / sin preocuparse de su sombre, / No nos pidas la fórmula que mundos pueda abrirte… / Sólo eso podemos decirte, / lo que no somos, / y lo que no queremos”.

Es arte en el que su autor en vez de hablar con un “yo” poético, apela a un “nosotros”, y con esto se identifica como una voz generacional, social, que lo trasciende. Esto contribuirá a hacer de su poesía una especie de poderoso y diáfano símbolo colectivo y anuncio de la poesía que vendrá. Es tejido a través del cual el poeta habla y dialoga con el tiempo del que él es intérprete, aunque no siempre le guste. Por algo refiere: “Demasiado el dolor de vivir he encontrado… quemado, estaba el caballo derrumbado”. Sin duda su poesía es desoladora, como desoladores son los tiempos que presiente habrán de venir. No olvidemos que es 1925 cuando lo escribe. Y para anunciarlos recurre a múltiples alegorías y símbolos, como en el caso de su poema “Primavera hitleriana”, de la que transcribo un dramático fragmento en la traducción de Rodolfo Alonso: “Hace poco surcó la avenida volando un enviado infernal / entre un ulular de sicarios, un golfo místico encendido / y empavesado de cruces gamadas lo unció y lo tragó, / se cerraron vidrieras, pobres / e inofensivas aunque también armadas / de cañones y juguetes de guerra, / atrancó el carnicero que adorna / con bayas el hocico de los cabritos muertos, / … y el agua roe aún / las orillas y nadie ya más es inocente”.

Para 1940, en medio de una locura que terminará con el exterminio de los hebreos, Montale comienza a escribir los primeros textos de su revisión crítica en la obra La Bufera, que publicará en 1945, en la que expone su concepto de la “conciencia de la abyección”. Texto que busca confrontar al mal histórico manteniendo un espacio de resistencia frente a la miseria y la crueldad humanas, porque el milagro de la salvación que en algún momento espera, termina sin realizarse. En los años subsecuentes llegará a escribir para el periódico “Il Corriere della Sera” textos de corte político, además de crítica literaria y musical, en los que se percibe su soledad. No concibe cómo alguien pudo creer en el fascismo, y esto lo abate y aleja de la sociedad.

Sin duda le era inconcebible, como lo es para muchos de nosotros hoy que alguien pueda creer y defender a un régimen de gobierno que pulveriza derechos humanos, garantías constitucionales, el Estado de Derecho en pleno, que socava la armonía y la paz sociales, a cambio de justificar, fomentar y exaltar al rencor, el odio, la división, la discriminación, la violencia, la inseguridad, la criminalidad en todas sus gamas y manifestaciones, pero trágicamente los hubo y los hay.

Si Montale viviera, el poeta que cantó contra la tiranía en nombre de la libertad, con renovado dolor escribiría. Un siglo transcurrió desde Ossi di sepia y la humanidad no sólo no cambió: se ha degradado, insensibilizado y encrudelecido aún más.

Si Montale viviera, después de constatar la crisis humanitaria que hoy enfrenta nuestro México, estoy segura que guardaría silencio y preferiría volver a morir.


bettyzanolli@gmail.com@BettyZanolli