/ lunes 18 de abril de 2022

“SI TIENES UNA MADRE TODAVÍA”

La fuente de aguas danzarinas de mi ciudad, me mojan sin quererlo, así son los días de asueto, me salpican de recuerdos. En efecto, la semana pasada vino a mi memoria el 22 de febrero de 1960, fecha en que se llevó a cabo la elección de la mesa directiva de la sociedad de alumnos de la entonces llamada: Escuela Normal Primaria de Irapuato, quedando como secretario general el compañero Juan Yépez Ramos. La novedad, se creó un cargo más: secretario de Asuntos Culturales, mismo que lo ocupó el que esto escribe.

Como actividad inicial, convoqué a los estudiantes a participar en la edición de una revista estudiantil. Una compañera que quiero mucho y recuerdo tanto sugirió publicar la poesía de N. Neumamn titulada “Si tienes una madre todavía”. La rechacé, porque consideré que había muchos escritos mejores que ese.

Pasadas varias décadas y con la ausencia de mi madre a cuestas, descubrí la belleza del contenido del poema. Hoy dedico este artículo, para su reflexión, a las personas que aún tienen a su madre. El texto mencionado empieza así: “Si tienes una madre todavía/ da gracias al Señor que te ama tanto, / que no todo mortal cantar podría/ dicha tan grande, ni placer tan santo!” La quinta cuarteta, de las seis que lo integran dice: “Ella puso en tu boca la dulzura/ de la oración primera balbucida, / y plegando sus labios con ternura, / te enseñaba la ciencia de la vida”.

El más valioso tesoro que el mortal puede tener en este planeta desgastado es el amor de una madre. Es el amor más desinteresado. Cuenta una vieja leyenda, -Jacinto Verdaguer convirtió en poema- que una mujer tan bella como inhumana y perversa, había pedido a su enamorado muchas cosas cada vez más difíciles de lograr como prueba de amor, gozándose en ver los desesperados esfuerzos que el pobre necio hacía para satisfacer el precio de su amor, hasta que después de haber obtenido de aquel loco todo lo que quiso acabó por decirle que lo amaría siempre cuando le llevara el corazón de su madre.

Aquel monstruo de hijo enloquecido por aquella pasión infernal, fue y arrancó el corazón de su madre y con él sangrante y palpitante entre sus manos, corrió a llevárselo a la infame mujer que se lo había exigido; pero en el camino tropezó, cayó y soltó el corazón que chocó contra las piedras del suelo, entonces sucedió algo inesperado: de aquel corazón brotó una dulce voz que decía “¿Te has hecho daño, hijo mío?” He ahí, de lo que es capaz el amor de una madre.

Concluyo este artículo, con el bellísimo poema de Carmen G. Basurto que aprendí y recitaba a mi madre, siendo niño: “Mamita Mía”. “Mamita mía, / dulce y hermosa, / te me figuras/ botón de rosa. / Gotita de agua/ que hay en la fuente;/ como diamante/ muy transparente, / Aunque a tu lado/ me ves travieso; me vuelvo bueno/ cuando te beso. / Mamita amada, / mi gran tesoro, / yo soy el niño/ que más te adoro”.

ezequielsotomar@outlook.com

La fuente de aguas danzarinas de mi ciudad, me mojan sin quererlo, así son los días de asueto, me salpican de recuerdos. En efecto, la semana pasada vino a mi memoria el 22 de febrero de 1960, fecha en que se llevó a cabo la elección de la mesa directiva de la sociedad de alumnos de la entonces llamada: Escuela Normal Primaria de Irapuato, quedando como secretario general el compañero Juan Yépez Ramos. La novedad, se creó un cargo más: secretario de Asuntos Culturales, mismo que lo ocupó el que esto escribe.

Como actividad inicial, convoqué a los estudiantes a participar en la edición de una revista estudiantil. Una compañera que quiero mucho y recuerdo tanto sugirió publicar la poesía de N. Neumamn titulada “Si tienes una madre todavía”. La rechacé, porque consideré que había muchos escritos mejores que ese.

Pasadas varias décadas y con la ausencia de mi madre a cuestas, descubrí la belleza del contenido del poema. Hoy dedico este artículo, para su reflexión, a las personas que aún tienen a su madre. El texto mencionado empieza así: “Si tienes una madre todavía/ da gracias al Señor que te ama tanto, / que no todo mortal cantar podría/ dicha tan grande, ni placer tan santo!” La quinta cuarteta, de las seis que lo integran dice: “Ella puso en tu boca la dulzura/ de la oración primera balbucida, / y plegando sus labios con ternura, / te enseñaba la ciencia de la vida”.

El más valioso tesoro que el mortal puede tener en este planeta desgastado es el amor de una madre. Es el amor más desinteresado. Cuenta una vieja leyenda, -Jacinto Verdaguer convirtió en poema- que una mujer tan bella como inhumana y perversa, había pedido a su enamorado muchas cosas cada vez más difíciles de lograr como prueba de amor, gozándose en ver los desesperados esfuerzos que el pobre necio hacía para satisfacer el precio de su amor, hasta que después de haber obtenido de aquel loco todo lo que quiso acabó por decirle que lo amaría siempre cuando le llevara el corazón de su madre.

Aquel monstruo de hijo enloquecido por aquella pasión infernal, fue y arrancó el corazón de su madre y con él sangrante y palpitante entre sus manos, corrió a llevárselo a la infame mujer que se lo había exigido; pero en el camino tropezó, cayó y soltó el corazón que chocó contra las piedras del suelo, entonces sucedió algo inesperado: de aquel corazón brotó una dulce voz que decía “¿Te has hecho daño, hijo mío?” He ahí, de lo que es capaz el amor de una madre.

Concluyo este artículo, con el bellísimo poema de Carmen G. Basurto que aprendí y recitaba a mi madre, siendo niño: “Mamita Mía”. “Mamita mía, / dulce y hermosa, / te me figuras/ botón de rosa. / Gotita de agua/ que hay en la fuente;/ como diamante/ muy transparente, / Aunque a tu lado/ me ves travieso; me vuelvo bueno/ cuando te beso. / Mamita amada, / mi gran tesoro, / yo soy el niño/ que más te adoro”.

ezequielsotomar@outlook.com