/ miércoles 8 de julio de 2020

V I C I S I T U D E S

LA VIRTUD Y EL EJEMPLO VAN DE LA MANO

Hace tiempo me visitó a mi centro de trabajo un exalumno que trabajaba en el norte del país. Entró a mi oficina, nos saludamos efusivamente, porque teníamos tiempo de no vernos, y comenzamos a platicar sobre cómo nos había ido hasta en ese momento a los dos. Dentro de la charla, recordó que uno de sus grandes problemas que tuvo el estar en el Colegio, fue el que por más que se lo proponía para llegar temprano a la primera clase, siempre se le dificultaba, y, por supuesto, que le acarreaba problemas porque podía perder derecho a exámenes por faltas o llegadas tarde.

Trajo a su memoria cómo fue que comenzó a habitarse a llegar temprano, comentando que un servidor, le puse, según lo decía, un ultimátum, pues le había comentado que si volvía a llegar tarde, ya no le permitiría la entrada, ya no al salón de clases, sino a la institución.

Me mencionó que le costó mucho trabajo, pero que pudo poner en práctica el buen hábito de la puntualidad, recordándome que siempre le decía que “UN MAL HABITO SE CONVIERTE EN UN VICIO Y QUE UN BUEN HABITO SE CONVIERTE EN UNA VIRTUD”, y que además lo relacionaba con otra frase que siempre le decía: “UN BUEN HÁBITO ES UNA VIRTUD DE REYES.” Eso fue algo que lo marcó en su vida, a tal grado, según me contaba, que ahora en el trabajo, en el cual tenía un puesto directivo, era algo que no toleraba en sus subordinados, el que llegaran tarde, y que a aquellos que lo hacían siempre les daba la oportunidad de enmendar “esas pequeñas faltas”, porque yo en su momento lo había hecho con él.

Me dio mucho gusto el que este joven, exalumno de preparatoria del Colegio Pedro Martínez Vázquez, de la Primera Generación, estuviese contándome eso, pues era señal que la labor que nos tocaba hacer, no solamente con él, sino con todos, tarde que temprano rendía sus frutos.

Cuando tomé la palabra, le comenté que a él siempre lo ponía de ejemplo con otras generaciones de alumnos, y que no necesariamente eran del colegio, sino de donde yo impartía alguna clase. Le recordé que si le costaba en su momento llegar temprano, lo cual era un desacierto, también le tenía que reconocer que siempre que le llegaban sus boletas de calificaciones, iba a mi oficina a decirme cómo le había ido, y que si había sacado un ocho cinco, se comprometía que el siguiente período sacaría mínimo un ocho ocho o más, superando la anterior calificación, y que siempre lo hacía, queriendo decir con ello, que se comprometía conmigo, pero sobre todo con él mismo, y eso era un gran mérito para su persona.

Le dije que me sentía orgulloso de él y que por eso comentaba el acierto y compromiso que tuvo para ya no volver jamás a llegar a tarde y a su compromiso de incrementar su puntaje de sus promedios, haciéndolo de forma sistemática. Se sintió muy contento y halagado, diciéndome que él jamás se hubiera imaginado que su maestro lo pondría algún día de ejemplo, y mucho menos que él pudiera ser ejemplo para otros. Hubo algunas otras cosas que me comentó en relación con su trabajo, y de lo a gusto que se encontraba realizando el mismo, a pesar de estar sacrificando su tiempo de familia y no poder venir tan seguido a ver a sus papás y hermanos. Mis estimados lectores, dice un proverbio español: “Los hábitos primero son telarañas, después son cables”. El Señor les bendiga y les dé su paz.

LA VIRTUD Y EL EJEMPLO VAN DE LA MANO

Hace tiempo me visitó a mi centro de trabajo un exalumno que trabajaba en el norte del país. Entró a mi oficina, nos saludamos efusivamente, porque teníamos tiempo de no vernos, y comenzamos a platicar sobre cómo nos había ido hasta en ese momento a los dos. Dentro de la charla, recordó que uno de sus grandes problemas que tuvo el estar en el Colegio, fue el que por más que se lo proponía para llegar temprano a la primera clase, siempre se le dificultaba, y, por supuesto, que le acarreaba problemas porque podía perder derecho a exámenes por faltas o llegadas tarde.

Trajo a su memoria cómo fue que comenzó a habitarse a llegar temprano, comentando que un servidor, le puse, según lo decía, un ultimátum, pues le había comentado que si volvía a llegar tarde, ya no le permitiría la entrada, ya no al salón de clases, sino a la institución.

Me mencionó que le costó mucho trabajo, pero que pudo poner en práctica el buen hábito de la puntualidad, recordándome que siempre le decía que “UN MAL HABITO SE CONVIERTE EN UN VICIO Y QUE UN BUEN HABITO SE CONVIERTE EN UNA VIRTUD”, y que además lo relacionaba con otra frase que siempre le decía: “UN BUEN HÁBITO ES UNA VIRTUD DE REYES.” Eso fue algo que lo marcó en su vida, a tal grado, según me contaba, que ahora en el trabajo, en el cual tenía un puesto directivo, era algo que no toleraba en sus subordinados, el que llegaran tarde, y que a aquellos que lo hacían siempre les daba la oportunidad de enmendar “esas pequeñas faltas”, porque yo en su momento lo había hecho con él.

Me dio mucho gusto el que este joven, exalumno de preparatoria del Colegio Pedro Martínez Vázquez, de la Primera Generación, estuviese contándome eso, pues era señal que la labor que nos tocaba hacer, no solamente con él, sino con todos, tarde que temprano rendía sus frutos.

Cuando tomé la palabra, le comenté que a él siempre lo ponía de ejemplo con otras generaciones de alumnos, y que no necesariamente eran del colegio, sino de donde yo impartía alguna clase. Le recordé que si le costaba en su momento llegar temprano, lo cual era un desacierto, también le tenía que reconocer que siempre que le llegaban sus boletas de calificaciones, iba a mi oficina a decirme cómo le había ido, y que si había sacado un ocho cinco, se comprometía que el siguiente período sacaría mínimo un ocho ocho o más, superando la anterior calificación, y que siempre lo hacía, queriendo decir con ello, que se comprometía conmigo, pero sobre todo con él mismo, y eso era un gran mérito para su persona.

Le dije que me sentía orgulloso de él y que por eso comentaba el acierto y compromiso que tuvo para ya no volver jamás a llegar a tarde y a su compromiso de incrementar su puntaje de sus promedios, haciéndolo de forma sistemática. Se sintió muy contento y halagado, diciéndome que él jamás se hubiera imaginado que su maestro lo pondría algún día de ejemplo, y mucho menos que él pudiera ser ejemplo para otros. Hubo algunas otras cosas que me comentó en relación con su trabajo, y de lo a gusto que se encontraba realizando el mismo, a pesar de estar sacrificando su tiempo de familia y no poder venir tan seguido a ver a sus papás y hermanos. Mis estimados lectores, dice un proverbio español: “Los hábitos primero son telarañas, después son cables”. El Señor les bendiga y les dé su paz.