/ jueves 1 de julio de 2021

Perdió a 3 hijos en anexo de Arandas

Para Rosy, nada ha cambiado desde ese primero de julio. “Nada ha pasado, seguimos sin justicia”, señala, al tiempo de que cuenta que si ella pudiera cambiar la historia, no habría llevado a sus hijos a ese anexo

Cuando la señora Rosalba Santoyo supo que sus tres hijos habían sido asesinados en el ataque perpetrado en contra del anexo “Buscando el camino a mi recuperación”, cayó en shock; sin embargo, en su desesperación por no poder entrar al lugar en donde quedaron tendidos sus hijos, le quitó la pistola a uno de los policías que resguardaban la zona del multihomicidio y amagó con dispararse; sentía culpa, pues ella los había enviado a ese lugar para que se rehabilitaran y dejaran de consumir drogas.

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Rosy, como conocen a la mujer en la comunidad de Arandas, lugar en donde se ubicaba el anexo “Buscando el camino a mi recuperación”, relató que fue un golpe muy doloroso para ella y para la familia la muerte de Omar, Cristhian y Giovanni, sobre todo por la forma en que pasó todo.

“Si les hubiera tocado morir en la calle, que murieran defendiéndose, no como murieron mis hijos”, es una frase que constantemente repite la señora Rosalba.

Para Rosy, nada ha cambiado desde ese primero de julio. “Nada ha pasado, seguimos sin justicia”, señala, al tiempo de que cuenta que si ella pudiera cambiar la historia, no habría llevado a sus hijos a ese anexo, pero tampoco sabe si le habría gustado seguir viéndolos cómo se afectaban por las drogas que consumían.

Omar tenía 39 años, era el mayor de sus hijos. Él tenía un mes de haber sido anexado. Había seguido los pasos de sus hermanos Cristhian y Giovanni, quien también estuvieron en ese anexo; sin embargo, Cristhian tenía una semana de haber sido reingresado, pues apenas había salido de rehabilitación, volvió a caer en las drogas.


Rosy aún recuerda a sus hijos.


Los dos hermanos estaban en el anexo ese miércoles primero de julio de 2020. Giovanni hacía cinco meses que había salido y durante ese tiempo no recayó, pues seguía yendo a las pláticas que les daban a sus hermanos; ese día les fue a llevar un refresco cuando sobrevino el ataque y asesinaron a los tres, junto con 24 personas más.

En ocho años, Rosy perdió a cinco hijos; uno había sido atropellado por una tolva y el otro cayó de un árbol mientras estaba trabajando; su familia, dice la mujer, se fue desmoronando. Por eso en aquella ocasión se quiso dar un balazo, pues sintió que sus tres hijos habían muerto por su culpa.

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“Yo me siento mal, me siento culpable y yo siento que yo misma llevé a mis hijos al matadero”, relató Rosy en aquella ocasión en entrevista con Organización Editorial Mexicana.

Rosy no ha querido saber más del juicio. A un año siente que nada ha avanzado. A un año no quiere abrir más la herida que aún no le cierra; a un año sigue extrañando a sus hijos y a un año sigue considerando una injusticia la forma en que murieron. “Al menos los tres se fueron en sus cinco sentidos, sin drogas en su cuerpo”.


Cuando la señora Rosalba Santoyo supo que sus tres hijos habían sido asesinados en el ataque perpetrado en contra del anexo “Buscando el camino a mi recuperación”, cayó en shock; sin embargo, en su desesperación por no poder entrar al lugar en donde quedaron tendidos sus hijos, le quitó la pistola a uno de los policías que resguardaban la zona del multihomicidio y amagó con dispararse; sentía culpa, pues ella los había enviado a ese lugar para que se rehabilitaran y dejaran de consumir drogas.

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Rosy, como conocen a la mujer en la comunidad de Arandas, lugar en donde se ubicaba el anexo “Buscando el camino a mi recuperación”, relató que fue un golpe muy doloroso para ella y para la familia la muerte de Omar, Cristhian y Giovanni, sobre todo por la forma en que pasó todo.

“Si les hubiera tocado morir en la calle, que murieran defendiéndose, no como murieron mis hijos”, es una frase que constantemente repite la señora Rosalba.

Para Rosy, nada ha cambiado desde ese primero de julio. “Nada ha pasado, seguimos sin justicia”, señala, al tiempo de que cuenta que si ella pudiera cambiar la historia, no habría llevado a sus hijos a ese anexo, pero tampoco sabe si le habría gustado seguir viéndolos cómo se afectaban por las drogas que consumían.

Omar tenía 39 años, era el mayor de sus hijos. Él tenía un mes de haber sido anexado. Había seguido los pasos de sus hermanos Cristhian y Giovanni, quien también estuvieron en ese anexo; sin embargo, Cristhian tenía una semana de haber sido reingresado, pues apenas había salido de rehabilitación, volvió a caer en las drogas.


Rosy aún recuerda a sus hijos.


Los dos hermanos estaban en el anexo ese miércoles primero de julio de 2020. Giovanni hacía cinco meses que había salido y durante ese tiempo no recayó, pues seguía yendo a las pláticas que les daban a sus hermanos; ese día les fue a llevar un refresco cuando sobrevino el ataque y asesinaron a los tres, junto con 24 personas más.

En ocho años, Rosy perdió a cinco hijos; uno había sido atropellado por una tolva y el otro cayó de un árbol mientras estaba trabajando; su familia, dice la mujer, se fue desmoronando. Por eso en aquella ocasión se quiso dar un balazo, pues sintió que sus tres hijos habían muerto por su culpa.

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“Yo me siento mal, me siento culpable y yo siento que yo misma llevé a mis hijos al matadero”, relató Rosy en aquella ocasión en entrevista con Organización Editorial Mexicana.

Rosy no ha querido saber más del juicio. A un año siente que nada ha avanzado. A un año no quiere abrir más la herida que aún no le cierra; a un año sigue extrañando a sus hijos y a un año sigue considerando una injusticia la forma en que murieron. “Al menos los tres se fueron en sus cinco sentidos, sin drogas en su cuerpo”.


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