La primavera de 1973 fue calurosa. El termómetro en Irapuato llegó a marcar los 35 grados centígrados, cuando la temperatura promedio era de 20 grados normalmente; sin embargo, al terminar la primavera, por ahí del 22 de junio, el clima sufrió un cambio radical: de no llover, repentinamente llegaron los chubascos que azotaron la región. Los últimos diez días de junio y todo julio la lluvia no cesó en Irapuato.
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Llegó agosto y con ese mes llega una tormenta tropical llamada “Brenda”, que en toda la República Mexicana y, no solamente Guanajuato, causó intensas lluvias.
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Los primeros diez días había llovido lo que no en cinco años en la región. Para entonces algo no tan bueno ya se avizoraba. Personal de la extinta Secretaría de Recursos Hidráulicos y de la Secretaría de la Defensa Nacional realizaban monitoreos de las presas que había en la región.
Sus sospechas no fueron en vano: el 10 de agosto reventaba la presa de Santa Ana del Conde y de inmediato las autoridades comenzaron a verter el líquido hacia la presa de La Sandía, la cual era pequeña y tenía poca capacidad, por lo que ésta terminó por desbordarse.
El agua tuvo que ser canalizada hacia la presa de La Sardina. Pero lo previsible llegó: el 14 de agosto tampoco la presa de La Sardina aguantó la capacidad de millones de litros de agua y terminó por desbordarse también.
El agua de este embalse buscaba salida a su peregrinaje y encontró como cauce el río Guanajuato, al cual le aumentó su nivel en forma alarmante.
Era tanta el agua que llevaba el río, que terminó por desbordarse a la altura del cerro de La Garrida. La Secretaría de Recursos Hidráulicos y el Ejército Mexicano comenzaron a cerrar las compuertas del río Guanajuato para redireccionar el agua hacia el canal de Tepalcates y con ella el agua se fuera hacia la presa de El Conejo.
Inundación inminente
El 15 de agosto de 1973, el entonces comandante de la Zona Militar, Félix Galván López, recorría las zonas y advertía en una entrevista publicada por El Sol de Irapuato que si continuaba lloviendo, el municipio peligraba y podía inundarse.
El rumor era fuerte: Irapuato se iba a inundar. La expectación aumentó y en lugar de que las personas tomaran previsiones, decenas de curiosos iban a lo que entonces era la orilla de la ciudad, por la zona donde hoy está el Puente Siglo XXI, a ver si ya había llegado el agua, esa de la que tanto habían estado hablando.
Y llegó el 18 de agosto. Desde los primeros minutos de ese día, más de una centena de elementos del Ejército Mexicano ponían más de 22 mil costales en los límites de la presa de Alto Arandas, conocida popularmente como la presa de El Conejo, y tratar de aumentar su altura y con ello su capacidad para contener el agua acumulada de la lluvia y la de las otras presas reventadas.
No hubo de otra más que abrir la presa. La idea era ir sacando de poco en poco el agua, pero la naturaleza se les adelantó y les ayudó en sus labores: la cantidad de agua que seguía llegando a la presa de El Conejo fue a tal grado que el bordo que había terminó por reventar, pero otra versión indica que fue reventada a propósito.
No hay una cifra exacta, pero hubo decenas de muertos, entre ellos por lo menos cinco bebés, según los registros oficiales, y una adolescente; docenas de casas destrozadas y centenares de irapuatenses afectados. La peor catástrofe que vivió el municipio y de la cual aún queda la herida abierta para muchos que perdieron todo lo que tenían.
Casas, muchas de ellas de adobe todavía, cayeron en un santiamén. Llegaron a contabilizar en la pérdida más de dos mil 500 automóviles, dos mil casas, millonarias pérdidas materiales en muebles y algunos electrodomésticos. Animales de granja y domésticos también fueron arrasados. Irapuato estaba destrozado.
Hoy se cumplen 50 años de esa inundación que aún sigue en el imaginario colectivo de Irapuato y que ha hecho que toda una ciudad tenga el 18 de Agosto presente como el día en que Irapuato vivió una de sus peores tragedias, pero también el día que Irapuato cambió su cara para siempre.