/ domingo 19 de febrero de 2023

Martín Lawers, el cura que fue asesinado hace 90 años mientras oficiaba misa

Luis García, su atacante, fue golpeado por la feligresía, hasta que perdió la vida, tras horas de agonía

Dicen los testigos que aquella madrugada del domingo 19 de febrero de 1933 era diferente. Había estado lloviznando toda la noche y el amanecer se vislumbraba fresco. Unos 200 fieles se habían dispuesto a asistir a la ya tan de costumbre misa de seis de la mañana, pero no imaginaban lo que iban a presenciar: el asesinato a puñaladas de un párroco en plena celebración litúrgica. La víctima: el padre Martín Lawers.

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Este hecho ha conmocionado a varias generaciones de irapuatenses cada que escuchan sobre la historia. Jamás se imaginaron, ni los de antes ni los de ahora, que en Irapuato, ese pueblito o esa ciudad tranquila y que se había caracterizado por conocer de los hechos nacionales a la distancia, que todo le parecía ajeno, hubiera sido escenario de tan escabroso suceso, que incluso fue noticia en periódicos de diferentes países. De acuerdo con crónicas periodísticas de la época, el cura Martín Lawers recibió dos puñaladas mortales de parte de su asesino, Luís García.


Martín Lawers y el obispo Emeterio Valverde, foto publicada por el periódico El Centro en 1933.


Los hechos sucedieron el domingo 19 de febrero de 1933. El párroco Martín Lawers se había caracterizado por oficiar su misa a las seis de la mañana, que contrariamente a lo que se pensara, era la más concurrida, seguida de la misa de mediodía.


A sangre fría


Todo transcurría en aparente tranquilidad, cuando de pronto un hombre, que de acuerdo con algunas crónicas periodísticas de la época, era “de aspecto sucio” y que cuando entró al templo que hoy es conocido como la Catedral, portaba entre sus manos una gorra, en la cual llevaba escondida el arma con la que atacaría al sacerdote: un puñal que tuvo como objetivo el pecho y la espalda de Martín Lawers.

De los relatos orales que sobreviven aún de generación en generación hay la versión de que fueron más de dos puñaladas, pero la autopsia de la época dio cuenta que el sacerdote había muerto de dos perforaciones, una de ellas en uno de los pulmones de religioso y la otra cerca de su corazón.


Busto de Martín Lawers fotografiado por Peter Smithers.


Según la crónica publicada en el Extra del extinto periódico El Centro, el lunes 20 de febrero de 1933, luego de ese ataque en contra de Martín Lawers, “se armó desde luego la justa indignación de los fieles, quienes se echaron encima del asesino, que después, en estado agónico, fue levantado”.

El asesino dijo llamarse Luís García y ser originario de la ciudad de Guadalajara, Jalisco, y según se supo entonces era pintor por profesión. Sin embargo, los datos del asesino nunca fueron del todo claros, tanto por la escasa información de las autoridades que en un hecho que para muchos fue calificado como “de Poncio Pilatos”, pues algunos consideran que se lavaron las manos, argumentando que era un “agitador comunista” de la secta “El Socorro Rojo” y muy cercano a Diego Rivera, como por las supuestas falsas personalidades que el individuo hacía de sí mismo.

De acuerdo con el periódico El Centro, después del suceso, “las autoridades policíacas descuidaron el asegurar una declaración precisa sobre el hecho que culminó con el proditorio asesinato del Sr. Cura Lawers, pues García, al ser conducido de la Parroquia al Hospital, lo fue por gendarmes, que de todo se ocupaban menos de procurar una confesión de sus antecedentes y causa de su reprochable acción” (sic). Es por ello que, a la distancia, para muchos el asegurar que era un “agitador comunista” fue algo infalible, que, no obstante, no esclarece del todo las razones por las que Luís García asesinó a Martín Lawers.


Extra del periódico El Centro, en donde es narrado el asesinado.


Incluso, una acusación de un hombre llamado Enrique Gottdiener, quien era un artista que supuestamente fue quien lo invitó a trabajar en su taller de tallado y pintura que tenía en los altos de Palacio Municipal, aseguró que luego de haberles ofrecido trabajo a él y su hermano Antonio, a los ocho días ambos le robaron herramienta y huyeron con rumbo a Guadalajara, sucesos ocurridos entre agosto y septiembre de 1932. Gottdiener había ido a buscar a Luis hasta Guadalajara para que fuera aprehendido por el robo de sus materiales, pero sus viajes habían sido infructuosos. Fue hasta aquel 19 de febrero de 1933 cuando supo nuevamente de él, al encontrarlo muerto en la plancha del Hospital Civil, según publicó el periódico El Centro.

“Horriblemente desfigurado por las manos de la multitud que presenció su nefando crimen. El Sr. Gottdiener lo reconoció como el ladrón que lo despojara de sus herramientas y procedió a tomar una mascarilla en yeso del tristemente célebre García” (sic). Nunca se supo el paradero de aquella mascarilla. Varias versiones dicen que fue vendida a Europa a un museo del horror y asesinatos, bajo la leyenda “el sacrílego y hereje; asesino y muerto comunista”.

De Luis y Antonio García, se dijo en la crónica del periódico El Centro, bajo la leyenda “lo que supimos más tarde”, fue que ambos “eran degenerados, dedicados al cultivo de la perniciosa marihuana y cuando estuvieron últimamente en esta ciudad, en agosto, fueron despedidos del taller donde trabajaban por dedicarse a fumar la hierba” (sic).


Esta placa estuvo por años en el templo de La Soledad.


Otro perfil del asesino fue el que dijo el entonces inspector de la policía de Irapuato, el capitán Salvador Villalobos, quien dijo que Luis García había llegado de Estados Unidos sólo par asesinar a Martín Lawers. Y es que esa era otra faceta del sujeto, también era conocido como aventurero y viajero.

“Que no se culpe a nadie más de dicho asesinato, que él es el único responsable de los hechos que se registraron el domingo 19 y que de una manera exclusiva había venido desde los E.U. consumar su crimen” (sic), publicó el periódico El Centro el 26 de febrero de 1933.

Ambas muertes, la de Martín Lawers y la de Luís García, conmocionaron a la población, que para entonces no sobrepasaba los 30 mil habitantes y por ello fue casi imposible que nadie supiera sobre ambos hechos.



El peregrinar del cadáver del asesino


La muerte de Luis García fue más agónica, según la crónica del periódico El Centro, pues “del hospital en donde apenas se iniciaba la atención médica con el seriamente lesionado, fue sacado nuevamente, de muy mala manera y traído al centro de la población y después de larga media hora, conducido nuevamente al hospital, en donde falleció” (sic); es decir, falleció sin haber dado testimonio preciso sobre sus acciones ni sus datos exactos, puesto que había veces en que Luís García decía que era originario de Guadalajara, otras de León y en ocasiones decía que era de la Ciudad de México. Sin embargo, su carácter “tímido y extrovertido”, como fue descrito por quienes lo vieron alguna vez por las calles del centro del pueblo, lo llevaron a “nunca establecer confianza con nadie, más que su hermano Antonio”, que, a la muerte de Luis, jamás se supo de él.


Las últimas horas de Martín Lawers


Sobre las últimas horas de Martín Lawers hay varias versiones, una de ellas es una semblanza biográfica aparecida en el periódico “Alborada” del 27 de febrero de 1944, en donde decía que los últimos momentos de Martin Lawers fueron de intenso dramatismo.

“Aquello fue algo nunca antes visto en nuestra ciudad, el sicario fue agredido por la multitud enfurecida, mientras tanto nuestro estimado Párroco daba preciosos ejemplos de conformidad y resignación con la voluntad de Dios” (sic).



La misma semblanza del periódico Alborada indicaba que el cura Martín Lawers, después del atentado, fue sentado por varias personas en una de las sillas laterales del presbiterio, donde “contempló escenas verdaderamente tristes: ‘Perdónenle’, decía, ‘como yo lo he perdonado ya’. Fue conducido a la sacristía para ser atendido. Su lecho fue rodeado por sus familiares, sacerdotes, amigos y doctores. En medio de dolores indecibles, se le oía que musitaba fervientes plegarias: ‘les dejo por herencia la Eucaristía’, ‘Madre Santísima de la Soledad, te encomiendo a mis feligreses’” (sic). Horas después, el cura Martín Lawers falleció.

“Fue indescriptible la consternación que se apoderó de todos los habitantes de la ciudad y feligresía, pues siendo domingo, había mucha gente. Su capilla ardiente se instaló en la sacristía de la parroquia y una compacta multitud desfiló ante el cadáver, besando reverentes la mano de su difunto Párroco”, según publicó el periódico Alborada.


Cierran el templo para consagrarlo


El sepelio del cura Martín Lawers tuvo verificativo el 20 de febrero de 1933, un día después de su muerte. Según el periódico El Centro, el sepelio fue “verdaderamente imponente, a grado tal que podemos afirmar, sin pecar de exagerados, que nunca habíamos visto en esta ciudad una reunión de vecinos tan intensa como la que acompañó ese día el cuerpo de su párroco a su última morada” (sic).

La crónica del mismo periódico dio cuenta de que sus restos fueron llevado al Panteón Municipal, aunque tiempo después fueron llevados y depositados en el piso de la Parroquia del Templo de la Soledad, en donde por años hubo un placa de mármol que decía “el pueblo irapuatense dedica este recuerdo a su digno párroco Pbro. Martín Lawers, asesinado el 19 de febrero de 1933. Recuerdo de su madre y sus hermanos” y que duró hasta los trabajos de remodelación que sufrió el templo y donde fue colocada una placa de menor tamaño en ese mismo sitio.



En tanto, el templo en donde ocurrió el atentado, y que hoy se conoce como la Catedral, estuvo cerrado por cinco días después del asesinato del cura Lawers. Fue hasta el sábado 25 de febrero, a las seis de la mañana, cuando fue abierto nuevamente, después de haber sido consagrado por el obispo de León, Emeterio Valverde y Tellez.


Dicen los testigos que aquella madrugada del domingo 19 de febrero de 1933 era diferente. Había estado lloviznando toda la noche y el amanecer se vislumbraba fresco. Unos 200 fieles se habían dispuesto a asistir a la ya tan de costumbre misa de seis de la mañana, pero no imaginaban lo que iban a presenciar: el asesinato a puñaladas de un párroco en plena celebración litúrgica. La víctima: el padre Martín Lawers.

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Este hecho ha conmocionado a varias generaciones de irapuatenses cada que escuchan sobre la historia. Jamás se imaginaron, ni los de antes ni los de ahora, que en Irapuato, ese pueblito o esa ciudad tranquila y que se había caracterizado por conocer de los hechos nacionales a la distancia, que todo le parecía ajeno, hubiera sido escenario de tan escabroso suceso, que incluso fue noticia en periódicos de diferentes países. De acuerdo con crónicas periodísticas de la época, el cura Martín Lawers recibió dos puñaladas mortales de parte de su asesino, Luís García.


Martín Lawers y el obispo Emeterio Valverde, foto publicada por el periódico El Centro en 1933.


Los hechos sucedieron el domingo 19 de febrero de 1933. El párroco Martín Lawers se había caracterizado por oficiar su misa a las seis de la mañana, que contrariamente a lo que se pensara, era la más concurrida, seguida de la misa de mediodía.


A sangre fría


Todo transcurría en aparente tranquilidad, cuando de pronto un hombre, que de acuerdo con algunas crónicas periodísticas de la época, era “de aspecto sucio” y que cuando entró al templo que hoy es conocido como la Catedral, portaba entre sus manos una gorra, en la cual llevaba escondida el arma con la que atacaría al sacerdote: un puñal que tuvo como objetivo el pecho y la espalda de Martín Lawers.

De los relatos orales que sobreviven aún de generación en generación hay la versión de que fueron más de dos puñaladas, pero la autopsia de la época dio cuenta que el sacerdote había muerto de dos perforaciones, una de ellas en uno de los pulmones de religioso y la otra cerca de su corazón.


Busto de Martín Lawers fotografiado por Peter Smithers.


Según la crónica publicada en el Extra del extinto periódico El Centro, el lunes 20 de febrero de 1933, luego de ese ataque en contra de Martín Lawers, “se armó desde luego la justa indignación de los fieles, quienes se echaron encima del asesino, que después, en estado agónico, fue levantado”.

El asesino dijo llamarse Luís García y ser originario de la ciudad de Guadalajara, Jalisco, y según se supo entonces era pintor por profesión. Sin embargo, los datos del asesino nunca fueron del todo claros, tanto por la escasa información de las autoridades que en un hecho que para muchos fue calificado como “de Poncio Pilatos”, pues algunos consideran que se lavaron las manos, argumentando que era un “agitador comunista” de la secta “El Socorro Rojo” y muy cercano a Diego Rivera, como por las supuestas falsas personalidades que el individuo hacía de sí mismo.

De acuerdo con el periódico El Centro, después del suceso, “las autoridades policíacas descuidaron el asegurar una declaración precisa sobre el hecho que culminó con el proditorio asesinato del Sr. Cura Lawers, pues García, al ser conducido de la Parroquia al Hospital, lo fue por gendarmes, que de todo se ocupaban menos de procurar una confesión de sus antecedentes y causa de su reprochable acción” (sic). Es por ello que, a la distancia, para muchos el asegurar que era un “agitador comunista” fue algo infalible, que, no obstante, no esclarece del todo las razones por las que Luís García asesinó a Martín Lawers.


Extra del periódico El Centro, en donde es narrado el asesinado.


Incluso, una acusación de un hombre llamado Enrique Gottdiener, quien era un artista que supuestamente fue quien lo invitó a trabajar en su taller de tallado y pintura que tenía en los altos de Palacio Municipal, aseguró que luego de haberles ofrecido trabajo a él y su hermano Antonio, a los ocho días ambos le robaron herramienta y huyeron con rumbo a Guadalajara, sucesos ocurridos entre agosto y septiembre de 1932. Gottdiener había ido a buscar a Luis hasta Guadalajara para que fuera aprehendido por el robo de sus materiales, pero sus viajes habían sido infructuosos. Fue hasta aquel 19 de febrero de 1933 cuando supo nuevamente de él, al encontrarlo muerto en la plancha del Hospital Civil, según publicó el periódico El Centro.

“Horriblemente desfigurado por las manos de la multitud que presenció su nefando crimen. El Sr. Gottdiener lo reconoció como el ladrón que lo despojara de sus herramientas y procedió a tomar una mascarilla en yeso del tristemente célebre García” (sic). Nunca se supo el paradero de aquella mascarilla. Varias versiones dicen que fue vendida a Europa a un museo del horror y asesinatos, bajo la leyenda “el sacrílego y hereje; asesino y muerto comunista”.

De Luis y Antonio García, se dijo en la crónica del periódico El Centro, bajo la leyenda “lo que supimos más tarde”, fue que ambos “eran degenerados, dedicados al cultivo de la perniciosa marihuana y cuando estuvieron últimamente en esta ciudad, en agosto, fueron despedidos del taller donde trabajaban por dedicarse a fumar la hierba” (sic).


Esta placa estuvo por años en el templo de La Soledad.


Otro perfil del asesino fue el que dijo el entonces inspector de la policía de Irapuato, el capitán Salvador Villalobos, quien dijo que Luis García había llegado de Estados Unidos sólo par asesinar a Martín Lawers. Y es que esa era otra faceta del sujeto, también era conocido como aventurero y viajero.

“Que no se culpe a nadie más de dicho asesinato, que él es el único responsable de los hechos que se registraron el domingo 19 y que de una manera exclusiva había venido desde los E.U. consumar su crimen” (sic), publicó el periódico El Centro el 26 de febrero de 1933.

Ambas muertes, la de Martín Lawers y la de Luís García, conmocionaron a la población, que para entonces no sobrepasaba los 30 mil habitantes y por ello fue casi imposible que nadie supiera sobre ambos hechos.



El peregrinar del cadáver del asesino


La muerte de Luis García fue más agónica, según la crónica del periódico El Centro, pues “del hospital en donde apenas se iniciaba la atención médica con el seriamente lesionado, fue sacado nuevamente, de muy mala manera y traído al centro de la población y después de larga media hora, conducido nuevamente al hospital, en donde falleció” (sic); es decir, falleció sin haber dado testimonio preciso sobre sus acciones ni sus datos exactos, puesto que había veces en que Luís García decía que era originario de Guadalajara, otras de León y en ocasiones decía que era de la Ciudad de México. Sin embargo, su carácter “tímido y extrovertido”, como fue descrito por quienes lo vieron alguna vez por las calles del centro del pueblo, lo llevaron a “nunca establecer confianza con nadie, más que su hermano Antonio”, que, a la muerte de Luis, jamás se supo de él.


Las últimas horas de Martín Lawers


Sobre las últimas horas de Martín Lawers hay varias versiones, una de ellas es una semblanza biográfica aparecida en el periódico “Alborada” del 27 de febrero de 1944, en donde decía que los últimos momentos de Martin Lawers fueron de intenso dramatismo.

“Aquello fue algo nunca antes visto en nuestra ciudad, el sicario fue agredido por la multitud enfurecida, mientras tanto nuestro estimado Párroco daba preciosos ejemplos de conformidad y resignación con la voluntad de Dios” (sic).



La misma semblanza del periódico Alborada indicaba que el cura Martín Lawers, después del atentado, fue sentado por varias personas en una de las sillas laterales del presbiterio, donde “contempló escenas verdaderamente tristes: ‘Perdónenle’, decía, ‘como yo lo he perdonado ya’. Fue conducido a la sacristía para ser atendido. Su lecho fue rodeado por sus familiares, sacerdotes, amigos y doctores. En medio de dolores indecibles, se le oía que musitaba fervientes plegarias: ‘les dejo por herencia la Eucaristía’, ‘Madre Santísima de la Soledad, te encomiendo a mis feligreses’” (sic). Horas después, el cura Martín Lawers falleció.

“Fue indescriptible la consternación que se apoderó de todos los habitantes de la ciudad y feligresía, pues siendo domingo, había mucha gente. Su capilla ardiente se instaló en la sacristía de la parroquia y una compacta multitud desfiló ante el cadáver, besando reverentes la mano de su difunto Párroco”, según publicó el periódico Alborada.


Cierran el templo para consagrarlo


El sepelio del cura Martín Lawers tuvo verificativo el 20 de febrero de 1933, un día después de su muerte. Según el periódico El Centro, el sepelio fue “verdaderamente imponente, a grado tal que podemos afirmar, sin pecar de exagerados, que nunca habíamos visto en esta ciudad una reunión de vecinos tan intensa como la que acompañó ese día el cuerpo de su párroco a su última morada” (sic).

La crónica del mismo periódico dio cuenta de que sus restos fueron llevado al Panteón Municipal, aunque tiempo después fueron llevados y depositados en el piso de la Parroquia del Templo de la Soledad, en donde por años hubo un placa de mármol que decía “el pueblo irapuatense dedica este recuerdo a su digno párroco Pbro. Martín Lawers, asesinado el 19 de febrero de 1933. Recuerdo de su madre y sus hermanos” y que duró hasta los trabajos de remodelación que sufrió el templo y donde fue colocada una placa de menor tamaño en ese mismo sitio.



En tanto, el templo en donde ocurrió el atentado, y que hoy se conoce como la Catedral, estuvo cerrado por cinco días después del asesinato del cura Lawers. Fue hasta el sábado 25 de febrero, a las seis de la mañana, cuando fue abierto nuevamente, después de haber sido consagrado por el obispo de León, Emeterio Valverde y Tellez.


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