/ domingo 31 de marzo de 2024

Muerte y resurrección de las democracias. ¿Y la nuestra?

Las democracias, como los seres humanos, también mueren. Y no solo por golpes de estado, como en Chile, Argentina o Brasil. Se derrumban por vía electoral, si los votantes llevan al poder a autoritarios, como los alemanes a Hitler, venezolanos a Hugo Chávez y a Maduro; nicaragüenses a los Ortega; rusos a Putin, por citar.

Desde las polis griegas, donde inventaron la democracia, se conoce la fórmula de nacer y cuidar las democracias: ciudadanos con pensamiento crítico, dispuestos a ir al ágora, -al espacio público-, a deliberar con otros sobre amenazas, riesgos y oportunidades. Para decidir qué conviene al bien común. Quién liderea. Y votar. Se dice fácil. Es complicado lograrlo, entonces y ahora.

Luego de la dictadura porfirista, con la Constitución de 1917, el país siguió gobernado por autócratas. Los generales Obregón, Elías Calles, Rodríguez, Cárdenas se hicieron del poder, sin contrapesos. Las instituciones se usaron facciosamente. Reformaron el tercero constitucional para imponer la educación socialista; provocaron guerra civil interna. La segunda guerra mundial los alineó y la “guerra fría” frenó proyecto de “frente popular” marxista, que hoy intentan reeditar.

En 1940 se configuró “la dictadura casi perfecta”. Ávila Camacho, último presidente militar, sustituyó visión marxista. Inició industrialización y desarrollo. Pero cada cual imponía sucesor. El autoritarismo electoral fue regla que escaló con Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo: reprimieron estudiantes, presos políticos, controlaron prensa, radio y TV. Donde ganaba la oposición se imponía el fraude. Cúpulas económicas y masas apáticas. Vino el desastre económico de 1970-82: inflación, carestía, pérdida de empleos, devaluación del peso, fuga de capitales, deuda externa, nacionalización de la banca, migración. Ahogados en corrupción. La elección presidencial de 1988 desnudó elecciones organizadas por el PRI-gobierno. La reforma política de 1989, y sucesivas, crearon y fortalecieron instituciones democráticas y se lograron alternancias. La economía del país se abrió al mundo, se reconocieron a las iglesias, se trató a ejidatarios como mayores de edad, ciudadanos al fin. Cayó el muro de Berlín.

La democracia norteamericana y la nuestra tienen amenazas: “Los políticos estadounidenses actuales tratan a sus adversarios como enemigos, intimidan a la prensa libre y amenazan con impugnar los resultados electorales. Intentan debilitar las defensas institucionales de la democracia, incluidos los tribunales, los servicios de inteligencia y las oficinas de ética…”. Así describen en su libro, “Cómo mueren las democracias”, Levitsky y Ziblat (2018). Trump y López Obrador se parecen tanto, autócratas. Extrema derecha e izquierda se dan la mano: necesitan masas acríticas.

El autoritarismo es una actitud sobre el sentido y el uso del poder, que puede iniciar en casa. Quién no ha conocido autoritarios: “Porque lo digo yo”. “No me vengan con que la ley es la ley”. “Mi autoridad moral está por encima de la ley”. Puede ser un profesor, patrón, o el presidente. Quienes tienen poder dañan más cuando se mean desde el trampolín. Cuando en su tarea de conducir desconocen límites. Si rechazan las reglas democráticas del juego electoral; si se niegan a aceptar resultados electorales creíbles; si niegan legitimidad a los adversarios políticos; si tienen lazos con el crimen organizado; si adoptan medidas contra personas críticas, estamos ante un autoritario. Y si enfrente no hay instituciones y contención ciudadana, vendrá deslizamiento al autoritarismo y la democracia muere. Los partidos y sus líderes (de poca calidad) son corresponsables.

Nuestra democracia es frágil. Pero es único rumbo seguro para la justicia en libertad. López Obrador y la 4T buscan completar la media vuelta, ir al pasado; ceder al crimen organizado, militarizar, someter al Poder Judicial; eliminar críticos y contrapesos; corrupción descontrolada, mayor inseguridad, una presidencia imperial. No la dejemos morir. No a la apatía. A formar ciudadanos críticos. Resucitar democracias lleva generaciones. Veamos al sur del continente. ¡Felices Pascuas de Resurrección!


Analista político

  • @jalcants

Las democracias, como los seres humanos, también mueren. Y no solo por golpes de estado, como en Chile, Argentina o Brasil. Se derrumban por vía electoral, si los votantes llevan al poder a autoritarios, como los alemanes a Hitler, venezolanos a Hugo Chávez y a Maduro; nicaragüenses a los Ortega; rusos a Putin, por citar.

Desde las polis griegas, donde inventaron la democracia, se conoce la fórmula de nacer y cuidar las democracias: ciudadanos con pensamiento crítico, dispuestos a ir al ágora, -al espacio público-, a deliberar con otros sobre amenazas, riesgos y oportunidades. Para decidir qué conviene al bien común. Quién liderea. Y votar. Se dice fácil. Es complicado lograrlo, entonces y ahora.

Luego de la dictadura porfirista, con la Constitución de 1917, el país siguió gobernado por autócratas. Los generales Obregón, Elías Calles, Rodríguez, Cárdenas se hicieron del poder, sin contrapesos. Las instituciones se usaron facciosamente. Reformaron el tercero constitucional para imponer la educación socialista; provocaron guerra civil interna. La segunda guerra mundial los alineó y la “guerra fría” frenó proyecto de “frente popular” marxista, que hoy intentan reeditar.

En 1940 se configuró “la dictadura casi perfecta”. Ávila Camacho, último presidente militar, sustituyó visión marxista. Inició industrialización y desarrollo. Pero cada cual imponía sucesor. El autoritarismo electoral fue regla que escaló con Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo: reprimieron estudiantes, presos políticos, controlaron prensa, radio y TV. Donde ganaba la oposición se imponía el fraude. Cúpulas económicas y masas apáticas. Vino el desastre económico de 1970-82: inflación, carestía, pérdida de empleos, devaluación del peso, fuga de capitales, deuda externa, nacionalización de la banca, migración. Ahogados en corrupción. La elección presidencial de 1988 desnudó elecciones organizadas por el PRI-gobierno. La reforma política de 1989, y sucesivas, crearon y fortalecieron instituciones democráticas y se lograron alternancias. La economía del país se abrió al mundo, se reconocieron a las iglesias, se trató a ejidatarios como mayores de edad, ciudadanos al fin. Cayó el muro de Berlín.

La democracia norteamericana y la nuestra tienen amenazas: “Los políticos estadounidenses actuales tratan a sus adversarios como enemigos, intimidan a la prensa libre y amenazan con impugnar los resultados electorales. Intentan debilitar las defensas institucionales de la democracia, incluidos los tribunales, los servicios de inteligencia y las oficinas de ética…”. Así describen en su libro, “Cómo mueren las democracias”, Levitsky y Ziblat (2018). Trump y López Obrador se parecen tanto, autócratas. Extrema derecha e izquierda se dan la mano: necesitan masas acríticas.

El autoritarismo es una actitud sobre el sentido y el uso del poder, que puede iniciar en casa. Quién no ha conocido autoritarios: “Porque lo digo yo”. “No me vengan con que la ley es la ley”. “Mi autoridad moral está por encima de la ley”. Puede ser un profesor, patrón, o el presidente. Quienes tienen poder dañan más cuando se mean desde el trampolín. Cuando en su tarea de conducir desconocen límites. Si rechazan las reglas democráticas del juego electoral; si se niegan a aceptar resultados electorales creíbles; si niegan legitimidad a los adversarios políticos; si tienen lazos con el crimen organizado; si adoptan medidas contra personas críticas, estamos ante un autoritario. Y si enfrente no hay instituciones y contención ciudadana, vendrá deslizamiento al autoritarismo y la democracia muere. Los partidos y sus líderes (de poca calidad) son corresponsables.

Nuestra democracia es frágil. Pero es único rumbo seguro para la justicia en libertad. López Obrador y la 4T buscan completar la media vuelta, ir al pasado; ceder al crimen organizado, militarizar, someter al Poder Judicial; eliminar críticos y contrapesos; corrupción descontrolada, mayor inseguridad, una presidencia imperial. No la dejemos morir. No a la apatía. A formar ciudadanos críticos. Resucitar democracias lleva generaciones. Veamos al sur del continente. ¡Felices Pascuas de Resurrección!


Analista político

  • @jalcants