La semana pasada, en nuestra reunión de obispos, se tocaron muchos temas: las elecciones, la violencia, la agenda por la paz, las vocaciones, los jóvenes, pero un tema que aparece siempre en al fondo como base de toda la estructura social y eclesial es la familia.
Fueron desfilando ante nuestros ojos las estadísticas impresionantes de familias deshechas, de familias incompletas o en situación especial. Los mapas de la pobreza y la marginación, las rutas de migrantes, los niños de la calle, la violencia que ha destruido infinidad de hogares, nos hablan de una situación de emergencia en este nuestro querido México. Cada rostro trae en su corazón una dura realidad familiar. Y más ante las palabras de la Carta de San Juan: “Queridos hijos: Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos”. ¿Cómo puede alguien víctima de la violencia o del abandono, sentirse amado por Dios? ¿Cómo experimentar el amor, si no es en la familia?
Dos imágenes se nos ofrecen en este día, las dos muy queridas y con un profundo significado, pero me temo que también las dos puedan quedar fuera de sitio en nuestra moderna sociedad. La Carta nos presenta a Dios como el Padre que ama entrañablemente a sus hijos y que hace despertar en nosotros el anhelo de parecernos a Él. El Evangelio, la imagen tierna del buen pastor que da la vida por sus ovejas, que las conoce, que es reconocido por ellas, que escuchan su voz y que sueña con tenerlas todas reunidas en un solo redil. Extraña combinación de elementos, porque aparecen también en esta parábola, el amor eterno del Padre, la unión con su Hijo y la urgencia de una vida de comunión y fraternidad para realizar la misión confiada al Hijo.
Pero más allá de las imágenes, está la realidad que a través de ellas se nos quiere presentar: un Dios amoroso que no duda en llamarnos hijos, que nos mira con gran ternura, pues no hay mayor experiencia que la del padre o la madre que ve brotar retoños de su vida, de su sangre y de su persona. Igualmente, no se puede experimentar un amor más hermoso que el sentirse hijo amado, recibiendo vida y fuerza y todo de manera gratuita. Es la gran enseñanza que nos da Jesús al mostrarnos a Dios como su Padre y como nuestro Padre, unidos en amor. Es la experiencia que todos tenemos derecho a vivir en la familia: la gratuidad, el amor, la aceptación sin condiciones, la oportunidad de crecer, el regalo de la reciprocidad y la fraternidad. Tarea grande, difícil, pero de una riqueza que llena el corazón. Contemplando a Dios como padre/madre, volvamos nuestra mirada a nuestras familias y renovemos la ilusión por hacer de cada casa un encuentro de amor, compresión, aceptación y gratuidad. Cada familia debería ser la expresión concreta del amor de Dios.
Jesús nos da vida
Cuando Jesús se nos presenta como el Buen Pastor, no dice simplemente que es un pastor sino el Buen Pastor. Ya el profeta Ezequiel, cuando hablaba de los malos pastores de Israel, vaticinó un pastor único que, a diferencia de aquellos, se preocupe de apacentar a las ovejas, sea el fiel sucesor de su padre David que arriesgaba su vida por salvar el rebaño de las fieras del campo. Jesús llegará más allá todavía. Él no se limitará a arriesgar la vida por su grey, Él morirá por salvarla. Por eso nos dice en este pasaje: “Yo doy mi vida por las ovejas2. En realidad, desde que nació, fue entregando su vida por los hombres, día a día desgranando su existencia para ayudar a los demás, hasta gastarse del todo en la Cruz.
Pero aquel momento no fue el final. Por eso ahora nos vuelve a decir el Señor que da su vida por nosotros, que nos sigue buscando, que nos ama y nos protege de los lobos. Dejémonos amar, cuidar y proteger por Jesús, pero también cada uno de nosotros miremos nuestra misión de pastores y revisemos si estamos siendo fieles a esta tarea y vocación que el Señor nos ha confiado.
Hoy reviso mi actitud de pastor que debe dar vida y dar la vida, miro a cada uno de los que se me han encomendado en diferentes formas para ver si reciben cuidados, protección y cariño de mi parte. La familia, mi familia ¿Cómo responde a esta imagen de Dios? ¿Cómo se vive en ella en unidad, en amor? ¿Es fuente de vida y comprensión?
Obispo de la Diócesis de Irapuato
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