/ domingo 24 de diciembre de 2023

Cristo con nosotros es la Navidad

El Anuncio del Bautista nos causaba ya cierto desconcierto porque el ángel es enviado a dos ancianos estériles, con todo lo que esto provoca entre las malas lenguas vecinas. Pero al menos teníamos la justificación de que Zacarías y su esposa eran personas rectas, irreprochables y que seguían, en todo, la ley del Señor y los dos considerados descendientes de tribus ilustres de Israel.

Pero para el Mesías, al presentarnos a María, no nos dice nada de sus antepasados y si algún mérito de buena familia tiene es ser la prometida de José, él sí que es descendiente de la estirpe de David. No se nos habla nada de observancia de leyes, pero ciertamente a José lo presenta como un hombre justo. ¡Pero José no estaba a la hora del anuncio! Así que, siguiendo nuestra comparación, mientras Isabel ya había perdido toda esperanza de tener un hijo, María no estaba preparada y ni por asomo esperaba en aquel momento tener un hijo. Así nos encontramos con una jovencita, sin blasones importantes de familia, sin títulos ni reconocimientos, como una clara representante de los “pobres de Israel”, que era muy fiel a Dios pero que no tenía ninguna relevancia social.

A la hora del anuncio, las reacciones son muy distintas. Mientras Zacarías se llena de temor, se muestra incrédulo, pide pruebas y nunca da su consentimiento, María es muy claro que se sobresalta y hasta se preocupa al sentirse alabada, pide explicaciones porque no sabe cómo puede ser eso, pero al final se pone como esclava y como fiel servidora de la palabra del Señor. Dos personajes contrastantes, dos actitudes contrastantes y dos resultados contrastantes: mientras Zacarías permanece mudo por su incredulidad, María engendra la palabra, con rapidez la lleva a las montañas y se transforma en anunciadora del Todopoderoso.

Abre la casa de tu corazón a Jesús

Los días ya se acercan y Jesús busca casa donde nacer. No son muchas sus exigencias en cuanto a comodidades y riquezas, solamente pide corazones sencillos, compartidos y desapegados de lujos, de riquezas, de honores y de ambiciones. Nosotros podemos ahora escuchar esa solicitud de Jesús: “Busco casita” y apresurarnos a responder con la generosidad de María, con un sí seguro y confiado, con un “fíat” que compromete y dispone, con un “yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, confiando en un amor mucho más grande que el nuestro.

No temamos, también para cada uno de nosotros son las palabras de Gabriel: “Alégrate. El Señor está contigo”. Claro que a nosotros no nos puede decir que estamos llenos de gracia, porque nuestros delitos nos abruman y nuestras miserias saltan a la vista. Pero el Señor es tan generoso que, a pesar de nuestras miserias, también nos escoge para pesebre, cueva o casita donde pueda nacer el Salvador. No podemos poner a la entrada el consabido: “Nos reservamos el derecho de admisión”, porque Jesús, como buen mexicano, llega acompañado de todos sus hermanos, sin hacer distinciones para todo el que acepte su invitación. Rompe esos abismos que se abren entre pobres y ricos. Destruye las barreras que separan. Ya sabemos su estilo: escoge a los pequeños, no le importa el ruido ni el llanto de los niños y para todos es como un pan, ¿cómo un pan? ¡Para todos se vuelve alimento, luz y vida! Así, que, si de verdad queremos ofrecer nuestro corazón como casa, preparémonos para las consecuencias porque tendremos que vivir al estilo de Jesús y pasar una Navidad bajo sus condiciones, pero si no estamos dispuestos a todos estos riesgos, ¿por qué, entonces, nos seguimos llamando cristianos?

Es último día de este Adviento y el contemplar tan cerca el nacimiento de Jesús nos obliga preguntarnos: ¿Cómo voy a acoger a Dios Niño que se hace presencia viva y concreta en medio de nosotros? ¿Cómo voy a vivir y cómo voy a expresar a este Dios ternura que se acerca hasta convertirse en uno de nosotros? ¿Cómo voy a dar calor y compañía al recién nacido en mi corazón y en mi casa?


Obispo de la Diócesis de Irapuato

Facebook @ObispodeIrapuato

El Anuncio del Bautista nos causaba ya cierto desconcierto porque el ángel es enviado a dos ancianos estériles, con todo lo que esto provoca entre las malas lenguas vecinas. Pero al menos teníamos la justificación de que Zacarías y su esposa eran personas rectas, irreprochables y que seguían, en todo, la ley del Señor y los dos considerados descendientes de tribus ilustres de Israel.

Pero para el Mesías, al presentarnos a María, no nos dice nada de sus antepasados y si algún mérito de buena familia tiene es ser la prometida de José, él sí que es descendiente de la estirpe de David. No se nos habla nada de observancia de leyes, pero ciertamente a José lo presenta como un hombre justo. ¡Pero José no estaba a la hora del anuncio! Así que, siguiendo nuestra comparación, mientras Isabel ya había perdido toda esperanza de tener un hijo, María no estaba preparada y ni por asomo esperaba en aquel momento tener un hijo. Así nos encontramos con una jovencita, sin blasones importantes de familia, sin títulos ni reconocimientos, como una clara representante de los “pobres de Israel”, que era muy fiel a Dios pero que no tenía ninguna relevancia social.

A la hora del anuncio, las reacciones son muy distintas. Mientras Zacarías se llena de temor, se muestra incrédulo, pide pruebas y nunca da su consentimiento, María es muy claro que se sobresalta y hasta se preocupa al sentirse alabada, pide explicaciones porque no sabe cómo puede ser eso, pero al final se pone como esclava y como fiel servidora de la palabra del Señor. Dos personajes contrastantes, dos actitudes contrastantes y dos resultados contrastantes: mientras Zacarías permanece mudo por su incredulidad, María engendra la palabra, con rapidez la lleva a las montañas y se transforma en anunciadora del Todopoderoso.

Abre la casa de tu corazón a Jesús

Los días ya se acercan y Jesús busca casa donde nacer. No son muchas sus exigencias en cuanto a comodidades y riquezas, solamente pide corazones sencillos, compartidos y desapegados de lujos, de riquezas, de honores y de ambiciones. Nosotros podemos ahora escuchar esa solicitud de Jesús: “Busco casita” y apresurarnos a responder con la generosidad de María, con un sí seguro y confiado, con un “fíat” que compromete y dispone, con un “yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, confiando en un amor mucho más grande que el nuestro.

No temamos, también para cada uno de nosotros son las palabras de Gabriel: “Alégrate. El Señor está contigo”. Claro que a nosotros no nos puede decir que estamos llenos de gracia, porque nuestros delitos nos abruman y nuestras miserias saltan a la vista. Pero el Señor es tan generoso que, a pesar de nuestras miserias, también nos escoge para pesebre, cueva o casita donde pueda nacer el Salvador. No podemos poner a la entrada el consabido: “Nos reservamos el derecho de admisión”, porque Jesús, como buen mexicano, llega acompañado de todos sus hermanos, sin hacer distinciones para todo el que acepte su invitación. Rompe esos abismos que se abren entre pobres y ricos. Destruye las barreras que separan. Ya sabemos su estilo: escoge a los pequeños, no le importa el ruido ni el llanto de los niños y para todos es como un pan, ¿cómo un pan? ¡Para todos se vuelve alimento, luz y vida! Así, que, si de verdad queremos ofrecer nuestro corazón como casa, preparémonos para las consecuencias porque tendremos que vivir al estilo de Jesús y pasar una Navidad bajo sus condiciones, pero si no estamos dispuestos a todos estos riesgos, ¿por qué, entonces, nos seguimos llamando cristianos?

Es último día de este Adviento y el contemplar tan cerca el nacimiento de Jesús nos obliga preguntarnos: ¿Cómo voy a acoger a Dios Niño que se hace presencia viva y concreta en medio de nosotros? ¿Cómo voy a vivir y cómo voy a expresar a este Dios ternura que se acerca hasta convertirse en uno de nosotros? ¿Cómo voy a dar calor y compañía al recién nacido en mi corazón y en mi casa?


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