/ domingo 14 de enero de 2024

¿Puedo cambiar mis actividades y prioridades?

La voz de Dios siempre es diferente, siempre va a lo interior, siempre es cercana. Quizás nos pase como a Samuel que duerme en el templo, pero cuando Dios le habla no reconoce su voz y la confunde con la del sacerdote Elí. Dios sigue hablando, Dios sigue llamando. Ojalá que hoy nos atrevamos a decir: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”.

En el Evangelio de hoy, Juan nos relata el encuentro de los primeros discípulos con Jesús. Dos discípulos de Juan escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como el “Cordero de Dios” y sin preguntas o vacilaciones, siguen a Jesús. Al verlos Jesús, entabla un diálogo con ellos: “¿Qué buscan?”, como cuestionando hasta dónde están dispuestos a seguirlo. Cuando ellos responden: “¿Dónde vives, Rabí?”, realmente están preguntando: ¿dónde te manifiestas como eres?, ¿cuáles son los ámbitos propios donde te podemos encontrar? Jesús simplemente les dice: “Vengan y lo verán”.

Estos buscadores desean entrar en la vida del Maestro, estar con Él, formar parte de Él. Y Jesús no se protege, guardando las distancias, sino que los acoge y los invita a su morada. Este gesto simbólico se ha comentado siempre como una de las condiciones de la evangelización: no basta dar palabras sino hechos, no teorías sino vivencias, no hablar de la buena noticia, sino mostrar cómo la vive uno mismo. O sea: la evangelización no tiene que ser una lección teórica, sino un testimonio, el evangelizador no es un profesor que da una lección, sino un testigo que ofrece su propio testimonio personal.

“Vieron dónde vivía”

En días pasados, en la cárcel uno de los presos me comentaba: “hasta ahora que estoy preso y entre los presos he encontrado a Jesús y ¡mire dónde lo vine a encontrar! ¡Entre los despreciados del mundo!”. Hoy también a nosotros Jesús nos dice que para conocerlo se necesita experimentar donde Él vive: en su Palabra, en su Eucaristía, en la vida de los pobres y sencillos. La pobreza y sencillez siguen siendo el ámbito de Jesús, sólo quien quiere permanecer ciego no lo puede descubrir. Quizás tengamos miedo de encontrarnos con Jesús y prefiramos declarar su muerte o su extinción… pero ahí sigue Jesús, viviendo muy cerca de nosotros, compartiendo la vida, es más, amándonos, aunque nosotros no queramos reconocerlo. Nada puede sustituir la experiencia de fe personal, honda e íntima, de donde nacerá el deseo de seguir e imitar a Jesús. El culmen del proceso cristiano está en la experiencia de Jesús como aquellos discípulos que “Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día”.

El impacto de la vivencia, del testimonio, conmueve a los discípulos y ellos se convierten en mensajeros que atraerán a nuevos discípulos. A Pedro hasta el nombre le cambia para indicar la profundidad de este encuentro. Seguir a Jesús, caminar con Él, no puede hacerse sin haber tenido una experiencia de encuentro con Él. Pero también una vez encontrado a Jesús no podemos continuar con nuestra vida gris e indiferente. Encontraremos un verdadero impulso y una nueva fuerza para servir a los hermanos al estilo de Jesús, para dar a conocer, con obras más que con palabras, su persona y su vida. Será urgente convertirnos en misioneros de su Evangelio.

Ciertamente la vida actual está llena de ruidos, de prisas, de sonidos que se intercambian, que nos ensordecen, pero eso no nos da el derecho de decir que Dios no habla hoy. Cuando Samuel (primera lectura) escuchó el llamado de Dios, se dice que en aquel tiempo la palabra de Dios era escasa. Y uno se pregunta, si la palabra de Dios es escasa o nosotros estamos tan sordos que no queremos escucharla, perdemos la capacidad del silencio, la capacidad de escuchar en nuestra interioridad la voz de Dios que nos habita.

¿Estoy dispuesto a reconocer a Jesús en mi vida cotidiana y permitir que trastoque mis intereses más profundos? ¿Puedo, como Pedro, no sólo cambiar mi nombre, sino mis actividades y prioridades? ¿Estoy dispuesto a tener un encuentro profundo con Jesús? ¿Qué medios estoy poniendo para que pueda realizarse?

Obispo de la Diócesis de Irapuato

Facebook @ObispodeIrapuato

La voz de Dios siempre es diferente, siempre va a lo interior, siempre es cercana. Quizás nos pase como a Samuel que duerme en el templo, pero cuando Dios le habla no reconoce su voz y la confunde con la del sacerdote Elí. Dios sigue hablando, Dios sigue llamando. Ojalá que hoy nos atrevamos a decir: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”.

En el Evangelio de hoy, Juan nos relata el encuentro de los primeros discípulos con Jesús. Dos discípulos de Juan escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como el “Cordero de Dios” y sin preguntas o vacilaciones, siguen a Jesús. Al verlos Jesús, entabla un diálogo con ellos: “¿Qué buscan?”, como cuestionando hasta dónde están dispuestos a seguirlo. Cuando ellos responden: “¿Dónde vives, Rabí?”, realmente están preguntando: ¿dónde te manifiestas como eres?, ¿cuáles son los ámbitos propios donde te podemos encontrar? Jesús simplemente les dice: “Vengan y lo verán”.

Estos buscadores desean entrar en la vida del Maestro, estar con Él, formar parte de Él. Y Jesús no se protege, guardando las distancias, sino que los acoge y los invita a su morada. Este gesto simbólico se ha comentado siempre como una de las condiciones de la evangelización: no basta dar palabras sino hechos, no teorías sino vivencias, no hablar de la buena noticia, sino mostrar cómo la vive uno mismo. O sea: la evangelización no tiene que ser una lección teórica, sino un testimonio, el evangelizador no es un profesor que da una lección, sino un testigo que ofrece su propio testimonio personal.

“Vieron dónde vivía”

En días pasados, en la cárcel uno de los presos me comentaba: “hasta ahora que estoy preso y entre los presos he encontrado a Jesús y ¡mire dónde lo vine a encontrar! ¡Entre los despreciados del mundo!”. Hoy también a nosotros Jesús nos dice que para conocerlo se necesita experimentar donde Él vive: en su Palabra, en su Eucaristía, en la vida de los pobres y sencillos. La pobreza y sencillez siguen siendo el ámbito de Jesús, sólo quien quiere permanecer ciego no lo puede descubrir. Quizás tengamos miedo de encontrarnos con Jesús y prefiramos declarar su muerte o su extinción… pero ahí sigue Jesús, viviendo muy cerca de nosotros, compartiendo la vida, es más, amándonos, aunque nosotros no queramos reconocerlo. Nada puede sustituir la experiencia de fe personal, honda e íntima, de donde nacerá el deseo de seguir e imitar a Jesús. El culmen del proceso cristiano está en la experiencia de Jesús como aquellos discípulos que “Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día”.

El impacto de la vivencia, del testimonio, conmueve a los discípulos y ellos se convierten en mensajeros que atraerán a nuevos discípulos. A Pedro hasta el nombre le cambia para indicar la profundidad de este encuentro. Seguir a Jesús, caminar con Él, no puede hacerse sin haber tenido una experiencia de encuentro con Él. Pero también una vez encontrado a Jesús no podemos continuar con nuestra vida gris e indiferente. Encontraremos un verdadero impulso y una nueva fuerza para servir a los hermanos al estilo de Jesús, para dar a conocer, con obras más que con palabras, su persona y su vida. Será urgente convertirnos en misioneros de su Evangelio.

Ciertamente la vida actual está llena de ruidos, de prisas, de sonidos que se intercambian, que nos ensordecen, pero eso no nos da el derecho de decir que Dios no habla hoy. Cuando Samuel (primera lectura) escuchó el llamado de Dios, se dice que en aquel tiempo la palabra de Dios era escasa. Y uno se pregunta, si la palabra de Dios es escasa o nosotros estamos tan sordos que no queremos escucharla, perdemos la capacidad del silencio, la capacidad de escuchar en nuestra interioridad la voz de Dios que nos habita.

¿Estoy dispuesto a reconocer a Jesús en mi vida cotidiana y permitir que trastoque mis intereses más profundos? ¿Puedo, como Pedro, no sólo cambiar mi nombre, sino mis actividades y prioridades? ¿Estoy dispuesto a tener un encuentro profundo con Jesús? ¿Qué medios estoy poniendo para que pueda realizarse?

Obispo de la Diócesis de Irapuato

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