/ domingo 17 de diciembre de 2023

Se vive más de apariencias que de realidad

Hay momentos de oscuridad en la humanidad y todo se llena de pesimismo. Sin embargo, siempre el Señor suscita testigos de la luz que llenan de esperanza a la humanidad. Hoy también se hace presente el Señor y nos regala testigos de la luz que iluminan las tinieblas y muestran caminos de salvación. Necesitamos estar atentos para descubrirlos y para ser nosotros mismos testigos de la luz. En la celebración de este domingo, se nos presenta a Juan Bautista como el “testigo de la luz” que recoge las palabras de esperanza y júbilo anunciadas por Isaías y después confirmadas como una realidad en el salmo que proclamamos.

Es muy importante la primera pregunta que le hacen a este testigo: “¿Quién eres tú?”, porque es fundamental saber quiénes somos en realidad y cuál es nuestra misión en este mundo. Aunque quizás rara vez nos planteamos esta cuestión en profundidad. Vivimos más preocupados por lo que tenemos o dejamos de tener que por lo que somos. Se vive más de apariencias que de realidad.

A Juan Bautista no le interesan las apariencias. Las primeras preguntas de los entrevistadores quieren encuadrarle y hasta ponerle etiquetas que a cualquier israelita hubieran llenado de sano orgullo. Pero él responde un rotundo no, no quiere honores ni atribuirse falsas identidades. No es el Mesías, no es Elías, no es el profeta. Su gozo y su figura no nacen de su posición eminente, sino porque viene el que va a llevar a plenitud el reino. Sus “no”, repetidos y rotundos, son proféticos en un mundo como el nuestro que valora tanto la realización personal, el proyecto propio y la autosuficiencia. Podría haber dicho de sí que era el mayor de los profetas, incluso el más grande de los nacidos de mujer. Podría haber dicho que era otro Elías, que tenía su espíritu. Podría haber dicho que su nombre era Juan… Pero él “solamente” era testigo.

“Yo soy la voz”

Juan es “la voz que grita en el desierto”, no es una voz cualquiera. Un testigo no es una voz que se adormece o que tiembla ante el mal. Es una voz que grita, que se hace oír, que llama la atención, incluso, a las autoridades de Jerusalén que tienen que enviar emisarios a indagar qué está diciendo esa voz y de quién es esa voz. Una voz que se rebela ante la injusticia y que grita en medio de la indiferencia para anunciar al que está por venir. Una voz que no le importa ahogarse en el desierto, porque está proclamando su verdad y no está al pendiente de quién la escucha o quién la critica para amoldarse a su auditorio. Es un grito desgarrador y realista que se enfrenta a un ambiente sordo, opaco e indiferente. Es una voz valiente y sincera que se convierte en portavoz de los que están perdiendo la esperanza, de los que no tienen ilusión. Una voz que nos señala a quien es el más importante y el único valioso y nos indica las condiciones necesarias para recibirlo. “Enderecen el camino, porque llega alguien más grande que yo”.

Hoy se necesitan testigos. Testigos de la verdad. Testigos de Cristo. Juan es testigo y nos enseña a ser testigos, coherentes, claros y valientes. Ante las incriminaciones sobre la razón de su bautismo, Juan añade nuevas aclaraciones sobre su persona y su misión: el bautismo de agua es un bautismo purificador, si se quiere externo, pero quien vendrá traerá un bautismo que purificará a todo el ser humano y ante el cual el bautismo de Juan es sólo anticipo.

Ante la figura de Juan en este tiempo de Adviento, me saltan mil preguntas sobre mi propia persona y sobre nuestra Iglesia: ¿Quién soy y qué digo de mí mismo? ¿En dónde pongo mis valores? ¿De quién soy testigo y qué estoy proclamando? Es Adviento tiempo de anunciar a Jesús. ¿Cómo lo estoy haciendo? ¿Dónde lo proclamo?


Obispo de la Diócesis de Irapuato

Facebook @ObispodeIrapuato

Hay momentos de oscuridad en la humanidad y todo se llena de pesimismo. Sin embargo, siempre el Señor suscita testigos de la luz que llenan de esperanza a la humanidad. Hoy también se hace presente el Señor y nos regala testigos de la luz que iluminan las tinieblas y muestran caminos de salvación. Necesitamos estar atentos para descubrirlos y para ser nosotros mismos testigos de la luz. En la celebración de este domingo, se nos presenta a Juan Bautista como el “testigo de la luz” que recoge las palabras de esperanza y júbilo anunciadas por Isaías y después confirmadas como una realidad en el salmo que proclamamos.

Es muy importante la primera pregunta que le hacen a este testigo: “¿Quién eres tú?”, porque es fundamental saber quiénes somos en realidad y cuál es nuestra misión en este mundo. Aunque quizás rara vez nos planteamos esta cuestión en profundidad. Vivimos más preocupados por lo que tenemos o dejamos de tener que por lo que somos. Se vive más de apariencias que de realidad.

A Juan Bautista no le interesan las apariencias. Las primeras preguntas de los entrevistadores quieren encuadrarle y hasta ponerle etiquetas que a cualquier israelita hubieran llenado de sano orgullo. Pero él responde un rotundo no, no quiere honores ni atribuirse falsas identidades. No es el Mesías, no es Elías, no es el profeta. Su gozo y su figura no nacen de su posición eminente, sino porque viene el que va a llevar a plenitud el reino. Sus “no”, repetidos y rotundos, son proféticos en un mundo como el nuestro que valora tanto la realización personal, el proyecto propio y la autosuficiencia. Podría haber dicho de sí que era el mayor de los profetas, incluso el más grande de los nacidos de mujer. Podría haber dicho que era otro Elías, que tenía su espíritu. Podría haber dicho que su nombre era Juan… Pero él “solamente” era testigo.

“Yo soy la voz”

Juan es “la voz que grita en el desierto”, no es una voz cualquiera. Un testigo no es una voz que se adormece o que tiembla ante el mal. Es una voz que grita, que se hace oír, que llama la atención, incluso, a las autoridades de Jerusalén que tienen que enviar emisarios a indagar qué está diciendo esa voz y de quién es esa voz. Una voz que se rebela ante la injusticia y que grita en medio de la indiferencia para anunciar al que está por venir. Una voz que no le importa ahogarse en el desierto, porque está proclamando su verdad y no está al pendiente de quién la escucha o quién la critica para amoldarse a su auditorio. Es un grito desgarrador y realista que se enfrenta a un ambiente sordo, opaco e indiferente. Es una voz valiente y sincera que se convierte en portavoz de los que están perdiendo la esperanza, de los que no tienen ilusión. Una voz que nos señala a quien es el más importante y el único valioso y nos indica las condiciones necesarias para recibirlo. “Enderecen el camino, porque llega alguien más grande que yo”.

Hoy se necesitan testigos. Testigos de la verdad. Testigos de Cristo. Juan es testigo y nos enseña a ser testigos, coherentes, claros y valientes. Ante las incriminaciones sobre la razón de su bautismo, Juan añade nuevas aclaraciones sobre su persona y su misión: el bautismo de agua es un bautismo purificador, si se quiere externo, pero quien vendrá traerá un bautismo que purificará a todo el ser humano y ante el cual el bautismo de Juan es sólo anticipo.

Ante la figura de Juan en este tiempo de Adviento, me saltan mil preguntas sobre mi propia persona y sobre nuestra Iglesia: ¿Quién soy y qué digo de mí mismo? ¿En dónde pongo mis valores? ¿De quién soy testigo y qué estoy proclamando? Es Adviento tiempo de anunciar a Jesús. ¿Cómo lo estoy haciendo? ¿Dónde lo proclamo?


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