/ domingo 10 de diciembre de 2023

“Consuelen, consuelen a mi pueblo”

No es difícil encontrar graves situaciones de angustias, desconsuelos y pobrezas en nuestra patria. El dolor se une al hambre y las injusticias y los engaños van de la mano con la escasez. En todo nuestro territorio mexicano, tan golpeado en estos tiempos por la pobreza y las violencias, se multiplican las situaciones graves que nos hacen gritar al cielo, buscando un verdadero consuelo. ¿Qué palabras le podemos dirigir a una madre que se desgarra y clama por la muerte de su pequeño inocente? ¿Cómo consolar a quien llora por su adolescente sumido en las drogas y cooptado por las bandas criminales?

Hoy se escuchan muy cercanas las palabras del profeta Isaías: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”. No son tan distintas las situaciones del pueblo de Israel que se encuentra en el destierro y que, con angustia, ve cómo se destruyen las familias, cómo se corrompen las costumbres, cómo se diluye la esperanza. Y a ellos pretende el Señor, con la palabra de Isaías, ofrecer una inyección de fe y reavivar la llama de la esperanza que ya se estaba extinguiendo. En este segundo domingo de Adviento, resuenan estas mismas palabras como un rayo de esperanza para todos aquellos que se encuentran en la oscuridad, para quien ha perdido la fe y para quien se siente abandonado: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”.

Atención, mucha atención, porque este domingo es para nosotros y trae buenas nuevas. Dios se asoma a la miseria de nuestras casas, Dios camina con el migrante, está con las víctimas de la violencia y la ambición. Dios se hace presencia en todas esas situaciones absurdas de desprecio a la dignidad de la persona y comparte con los pequeños su dolor. Por eso, Isaías, al mismo tiempo que proclama esperanza, exige: “Preparen el camino del Señor en el desierto”. Parecería absurdo hacer veredas y caminos en el desierto, pero es la única forma de cambiar las situaciones: en donde parece que no hay esperanza tenemos que darle su lugar y espacio a Dios, tendremos que abrirle camino y dejarlo actuar conforme a sus designios. Se requiere un verdadero cambio, una conversión interior, para abrir una brecha al Señor que ya llega.

Hacer lo que nos toca

San Pedro, en su carta, también nos anima a esa esperanza dinámica y activa de quien se sabe en manos de Dios, y despierta nuevas ilusiones en quien se siente perdido: “Confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia”. No habrá verdadera felicidad mientras nuestros consuelos pasen por las injusticias; no encontraremos la fraternidad mientras reine la mentira; y no tendremos paz en el corazón mientras lo llenemos de egoísmo. Y continúa San Pedro: “Por tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con Él, sin mancha ni reproche”. No se admiten ambigüedades, ni se pueden encontrar otras soluciones, la presencia de Dios está condicionada a una verdadera paz

San Marcos escribe: “Éste es el principio del Evangelio (Buena Nueva) de Jesucristo, Hijo de Dios”. La gran Buena Nueva, el gran comienzo de toda noticia, es Jesucristo que se hace presente en medio de nosotros. No hay noticia más grande ni más maravillosa. Sólo Él, que asume nuestros dolores y miserias, puede darle sentido a una vida llena de absurdos y contradicciones. Sólo Él es capaz de transformar nuestras vidas sin sentido en vidas plenas. Pero igualmente, San Marcos exige, con las mismas palabras de Isaías, preparar el camino. Así que manos a la obra: ¡abramos el camino al Señor! Y el camino del Señor pasa por el rostro concreto del hermano que sufre.

Segundo domingo de Adviento nos invita a convertirnos en pregoneros de buenas noticias, pero al estilo de Isaías y Juan Bautista. Escuchemos las palabras de consuelo, pero también las exigencias de verdadera conversión. Cierto es que estos días el ambiente se torna dulzón y delicado, pero no se solucionan los problemas. Jesús para llegar a nosotros nos pide que nuestra proclama vaya respaldada por un compromiso serio, por una esperanza grande y por una fe inquebrantable. ¡Ven, Señor Jesús!


Obispo de la Diócesis de Irapuato

Facebook @ObispodeIrapuato

No es difícil encontrar graves situaciones de angustias, desconsuelos y pobrezas en nuestra patria. El dolor se une al hambre y las injusticias y los engaños van de la mano con la escasez. En todo nuestro territorio mexicano, tan golpeado en estos tiempos por la pobreza y las violencias, se multiplican las situaciones graves que nos hacen gritar al cielo, buscando un verdadero consuelo. ¿Qué palabras le podemos dirigir a una madre que se desgarra y clama por la muerte de su pequeño inocente? ¿Cómo consolar a quien llora por su adolescente sumido en las drogas y cooptado por las bandas criminales?

Hoy se escuchan muy cercanas las palabras del profeta Isaías: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”. No son tan distintas las situaciones del pueblo de Israel que se encuentra en el destierro y que, con angustia, ve cómo se destruyen las familias, cómo se corrompen las costumbres, cómo se diluye la esperanza. Y a ellos pretende el Señor, con la palabra de Isaías, ofrecer una inyección de fe y reavivar la llama de la esperanza que ya se estaba extinguiendo. En este segundo domingo de Adviento, resuenan estas mismas palabras como un rayo de esperanza para todos aquellos que se encuentran en la oscuridad, para quien ha perdido la fe y para quien se siente abandonado: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”.

Atención, mucha atención, porque este domingo es para nosotros y trae buenas nuevas. Dios se asoma a la miseria de nuestras casas, Dios camina con el migrante, está con las víctimas de la violencia y la ambición. Dios se hace presencia en todas esas situaciones absurdas de desprecio a la dignidad de la persona y comparte con los pequeños su dolor. Por eso, Isaías, al mismo tiempo que proclama esperanza, exige: “Preparen el camino del Señor en el desierto”. Parecería absurdo hacer veredas y caminos en el desierto, pero es la única forma de cambiar las situaciones: en donde parece que no hay esperanza tenemos que darle su lugar y espacio a Dios, tendremos que abrirle camino y dejarlo actuar conforme a sus designios. Se requiere un verdadero cambio, una conversión interior, para abrir una brecha al Señor que ya llega.

Hacer lo que nos toca

San Pedro, en su carta, también nos anima a esa esperanza dinámica y activa de quien se sabe en manos de Dios, y despierta nuevas ilusiones en quien se siente perdido: “Confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia”. No habrá verdadera felicidad mientras nuestros consuelos pasen por las injusticias; no encontraremos la fraternidad mientras reine la mentira; y no tendremos paz en el corazón mientras lo llenemos de egoísmo. Y continúa San Pedro: “Por tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con Él, sin mancha ni reproche”. No se admiten ambigüedades, ni se pueden encontrar otras soluciones, la presencia de Dios está condicionada a una verdadera paz

San Marcos escribe: “Éste es el principio del Evangelio (Buena Nueva) de Jesucristo, Hijo de Dios”. La gran Buena Nueva, el gran comienzo de toda noticia, es Jesucristo que se hace presente en medio de nosotros. No hay noticia más grande ni más maravillosa. Sólo Él, que asume nuestros dolores y miserias, puede darle sentido a una vida llena de absurdos y contradicciones. Sólo Él es capaz de transformar nuestras vidas sin sentido en vidas plenas. Pero igualmente, San Marcos exige, con las mismas palabras de Isaías, preparar el camino. Así que manos a la obra: ¡abramos el camino al Señor! Y el camino del Señor pasa por el rostro concreto del hermano que sufre.

Segundo domingo de Adviento nos invita a convertirnos en pregoneros de buenas noticias, pero al estilo de Isaías y Juan Bautista. Escuchemos las palabras de consuelo, pero también las exigencias de verdadera conversión. Cierto es que estos días el ambiente se torna dulzón y delicado, pero no se solucionan los problemas. Jesús para llegar a nosotros nos pide que nuestra proclama vaya respaldada por un compromiso serio, por una esperanza grande y por una fe inquebrantable. ¡Ven, Señor Jesús!


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