/ domingo 5 de febrero de 2023

Universidad: en pos del ideal y la moral (II)

Sí, Rodulfo Brito Foucher le hablaba al futuro desde el día en que tomó posesión como rector de la UNAM, como lo comprueba su apotegma: “La persecución a la Universidad por parte del Estado sólo se concibe en pueblos en decadencia”. Lapidario, sin duda, pero lamentable y visionariamente cierto.

En 1944 y por solo algunos meses asumirá la rectoría Alfonso Caso. La Universidad que recibe emana de una grave crisis interna. “Autonomía plena y plena libertad de cátedra” son para él los dos principios fundacionales de una institución que -advierte- no son el rector, directores ni academias, sino “lo que sean sus estudiantes y sus maestros”. Autonomía que no sólo es derecho sino deber, de ahí que deba demostrarse ante la opinión pública que “nosotros los universitarios somos capaces de gobernarnos a nosotros mismos, que somos capaces de construir una institución noble y fecunda que sea la Universidad”. Si alguien espera su participación en la lucha política, su apoyo a un partido político, la sugerencia de nombramientos inspirados en la amistad o que fuera “capaz de transigir con vicios y corruptelas”, se equivocaría rotundamente. Para ello no habría aceptado ser rector.

Genaro Fernández MacGregor y Salvador Zubirán invocarán a la fe, cifrándola Fernández en la “bondad íntima” de la masa estudiantil dirigida por maestros “probos y desinteresados”, esperanzado de consolidar la paz universitaria. Zubirán, por su parte, basándola en el anhelo de que los universitarios estén siempre unidos para defender a su institución y en “la nobleza de la causa de la Universidad” por ser ésta “la causa de la patria”, seguro de que su espíritu subsistirá pese a los hombres, circunstancias y desgracias, por ser inmortal.

Electo por los estudiantes, en 1948 durante nueve días es rector Antonio Díaz Soto y Gama: férreo crítico de la estructura universitaria, de su generación y de la causa revolucionaria, a las que acusó de haber fracasado por falta de espiritualidad la primera y por falta de moral la Revolución. Un eco que resonará en 1961 con Ignacio Chávez, para quien el “afianzamiento” académico será tan importante como el del “sentido ético”. No concibe “una educación verdadera sin una sólida vertebración moral”. De ahí su sentencia: “tanto como el amor a la sabiduría, la dignidad en la conducta y la rectitud en la acción deben inspirar la vida universitaria. Hay quienes piensan que no es posible gobernar la Universidad sin emplear prácticas viciosas. Rechazo categóricamente esa afirmación. Yo estoy seguro de que todos los universitarios auténticos me ayudarán a demostrarlo. Viviremos una vida limpia y decorosa, sin recurrir jamás a prácticas que sean ajenas a la dignidad”: vedado está al docente convertir su sitial en tribuna “al servicio de intereses extraños, ajenos al interés científico y sólo inspirados en el afán de proselitismo… Que el espíritu universitario esté alerta, para hacer oír su voz de condena”.

En 1966 Javier Barros Sierra asume la rectoría señalando que lo hará con humildad para servir, pero también con la firmeza y convicción necesarias para no convertirse en agente faccioso que haga de la comunidad “instrumento de vanidades, intereses egoístas o pasiones espurias”. Está convencido de que “los hombres somos transitorios y los valores institucionales están muy por encima de nosotros” y convoca a la autocrítica, comunicación y diálogo de buena voluntad. Sería traicionar los fines universitarios si la institución se volviera “foco de una acción sectaria” desde el exterior, y aunque promueve la revisión estructural y metodológica de la Universidad, asegura que no demolerá órganos sanos, buenos planes ni obras positivas de autoridades precedentes. Ignora que tiempos aciagos, los más negros de la historia universitaria, están por acaecer.

1968 será un año infausto. Previo a la marcha estudiantil del 1º de agosto en defensa de la autonomía universitaria, Barros Sierra proclama: “Hoy es un día de luto para la Universidad; la Autonomía está amenazada gravemente… no es una idea abstracta, es un ejercicio responsable que debe ser respetable y respetado por todos… ¡Viva la UNAM! ¡Viva la Autonomía Universitaria!”.

18 de septiembre. La autonomía es quebrantada. Ciudad Universitaria (CU) es ocupada por 10 mil efectivos del Ejército: alumnos, maestros, trabajadores, funcionarios, son detenidos y conducidos a la explanada de Rectoría donde entonan el Himno Nacional Mexicano. “Ha sido un acto excesivo de fuerza que nuestra casa de estudios no merecía”, condena el rector y exhorta a los universitarios a que asuman “la defensa moral de la UNAM” sin abandonar sus responsabilidades. Necesita de todos para su reconstrucción “porque es parte esencial de la Nación”.

30 de septiembre. CU es entregada a las autoridades. El Consejo Nacional de Huelga convoca a una marcha el 2 de octubre: fecha que será imborrable para la UNAM y para la Nación al haber sido en ella arteramente derramada la sangre universitaria en la atroz masacre de la Plaza de Tlatelolco.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli


Sí, Rodulfo Brito Foucher le hablaba al futuro desde el día en que tomó posesión como rector de la UNAM, como lo comprueba su apotegma: “La persecución a la Universidad por parte del Estado sólo se concibe en pueblos en decadencia”. Lapidario, sin duda, pero lamentable y visionariamente cierto.

En 1944 y por solo algunos meses asumirá la rectoría Alfonso Caso. La Universidad que recibe emana de una grave crisis interna. “Autonomía plena y plena libertad de cátedra” son para él los dos principios fundacionales de una institución que -advierte- no son el rector, directores ni academias, sino “lo que sean sus estudiantes y sus maestros”. Autonomía que no sólo es derecho sino deber, de ahí que deba demostrarse ante la opinión pública que “nosotros los universitarios somos capaces de gobernarnos a nosotros mismos, que somos capaces de construir una institución noble y fecunda que sea la Universidad”. Si alguien espera su participación en la lucha política, su apoyo a un partido político, la sugerencia de nombramientos inspirados en la amistad o que fuera “capaz de transigir con vicios y corruptelas”, se equivocaría rotundamente. Para ello no habría aceptado ser rector.

Genaro Fernández MacGregor y Salvador Zubirán invocarán a la fe, cifrándola Fernández en la “bondad íntima” de la masa estudiantil dirigida por maestros “probos y desinteresados”, esperanzado de consolidar la paz universitaria. Zubirán, por su parte, basándola en el anhelo de que los universitarios estén siempre unidos para defender a su institución y en “la nobleza de la causa de la Universidad” por ser ésta “la causa de la patria”, seguro de que su espíritu subsistirá pese a los hombres, circunstancias y desgracias, por ser inmortal.

Electo por los estudiantes, en 1948 durante nueve días es rector Antonio Díaz Soto y Gama: férreo crítico de la estructura universitaria, de su generación y de la causa revolucionaria, a las que acusó de haber fracasado por falta de espiritualidad la primera y por falta de moral la Revolución. Un eco que resonará en 1961 con Ignacio Chávez, para quien el “afianzamiento” académico será tan importante como el del “sentido ético”. No concibe “una educación verdadera sin una sólida vertebración moral”. De ahí su sentencia: “tanto como el amor a la sabiduría, la dignidad en la conducta y la rectitud en la acción deben inspirar la vida universitaria. Hay quienes piensan que no es posible gobernar la Universidad sin emplear prácticas viciosas. Rechazo categóricamente esa afirmación. Yo estoy seguro de que todos los universitarios auténticos me ayudarán a demostrarlo. Viviremos una vida limpia y decorosa, sin recurrir jamás a prácticas que sean ajenas a la dignidad”: vedado está al docente convertir su sitial en tribuna “al servicio de intereses extraños, ajenos al interés científico y sólo inspirados en el afán de proselitismo… Que el espíritu universitario esté alerta, para hacer oír su voz de condena”.

En 1966 Javier Barros Sierra asume la rectoría señalando que lo hará con humildad para servir, pero también con la firmeza y convicción necesarias para no convertirse en agente faccioso que haga de la comunidad “instrumento de vanidades, intereses egoístas o pasiones espurias”. Está convencido de que “los hombres somos transitorios y los valores institucionales están muy por encima de nosotros” y convoca a la autocrítica, comunicación y diálogo de buena voluntad. Sería traicionar los fines universitarios si la institución se volviera “foco de una acción sectaria” desde el exterior, y aunque promueve la revisión estructural y metodológica de la Universidad, asegura que no demolerá órganos sanos, buenos planes ni obras positivas de autoridades precedentes. Ignora que tiempos aciagos, los más negros de la historia universitaria, están por acaecer.

1968 será un año infausto. Previo a la marcha estudiantil del 1º de agosto en defensa de la autonomía universitaria, Barros Sierra proclama: “Hoy es un día de luto para la Universidad; la Autonomía está amenazada gravemente… no es una idea abstracta, es un ejercicio responsable que debe ser respetable y respetado por todos… ¡Viva la UNAM! ¡Viva la Autonomía Universitaria!”.

18 de septiembre. La autonomía es quebrantada. Ciudad Universitaria (CU) es ocupada por 10 mil efectivos del Ejército: alumnos, maestros, trabajadores, funcionarios, son detenidos y conducidos a la explanada de Rectoría donde entonan el Himno Nacional Mexicano. “Ha sido un acto excesivo de fuerza que nuestra casa de estudios no merecía”, condena el rector y exhorta a los universitarios a que asuman “la defensa moral de la UNAM” sin abandonar sus responsabilidades. Necesita de todos para su reconstrucción “porque es parte esencial de la Nación”.

30 de septiembre. CU es entregada a las autoridades. El Consejo Nacional de Huelga convoca a una marcha el 2 de octubre: fecha que será imborrable para la UNAM y para la Nación al haber sido en ella arteramente derramada la sangre universitaria en la atroz masacre de la Plaza de Tlatelolco.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli