/ sábado 7 de marzo de 2020

Marie Goze, voz de una lucha universal

7 de mayo de 1748: en la Occitania francesa, la joven montalbanesa Anna-Olympe, esposa del boucher Gouze, ha dado a luz a una niña: Marie Gouze, a quien la historia contemporánea habrá de conocer por su pseudónimo, Olympe de Gouges. La gran escritora que habría de ser fuente de inspiración para los revolucionarios franceses, en particular girondinos, a través de sus ensayos y panfletos políticos. La detractora que acudió al teatro para condenar por primera vez la esclavitud de los negros, para denunciar los “peligros de los prejuicios”, hablar de la mujer misántropa, de la necesidad del divorcio, de la dicotomía aristócratas-demócratas. La directora del periódico L’Impacient desde el que combatió a sus calumniadores. La activista que posicionó a la mujer como centro y motor del cambio social y a quien debemos la “Declaración de los Derechos de las Mujeres y las Ciudadanas” (1791).

Marie, la mujer de ardua vida que fue producto de la relación entre su madre y Jean-Jacques Lefranc, marqués de Pompignan, el dueño del castillo de Montauban -la primera bastida militar de la historia en la que el protestantismo y luego los hugonotes encontraron fértil campo para desarrollarse-. Noble que pertenecía a una familia de larga tradición jurídica; bibliófilo, poeta y dramaturgo que amaba el arte, la música, la arqueología y la naturaleza, como lo evidenció al introducir el paisajismo en sus jardines. Un hombre de gran cultura, ilustrado, a tal grado que llegó ser el “enemigo” de Voltaire en la Academia Francesa, y de quien Marie no heredó título alguno, pero sí su marcada vocación humanista.

La diferencia entre ambos fue que mientras él legitimó al poder absoluto, ella fue una mente ilustrada, revolucionaria, abolicionista, sufragista y pionera de los derechos de la mujer. Por eso, cuando la joven llega a Paris, habrá de exclamar como Olympe de Gouges: “Mujeres, despertad. El arrebato de la razón se hace oír en todo el universo. Reconoced vuestros derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios, fanatismo, superstición y mentiras. … ¡Oh mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas?... está en vuestras manos liberaros a vosotras mismas, solamente tenéis que desearlo”. En cambio, al hombre advierte: “¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta, al menos no le quitarás ese derecho. Dime, ¿quién te ha dado imperio soberano para oprimir a mi sexo? ¿Tu fuerza? ¿Tus talentos?”.

Y es que para Olympe, la igualdad entre sexos y razas era un elemento esencial, tanto de la vida social como de la naturaleza, en la que todas sus partes “cooperan en armoniosa unión”, dado que la igualdad no es elemento privativo de los hombres. De ahí que al considerar que la ignorancia, el olvido y el desprecio de los derechos de la mujer eran “las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos”, era imprescindible declarar, solemnemente, los “derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer”, entre otros: nacer libre, permanecer igual al hombre en derechos que por naturaleza son imprescriptibles como la libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión. Ahora bien, siendo iguales mujeres y hombres ante la ley -como lo son ciudadanas y ciudadanos-, los dos deben obedecer invariablemente a la ley, pero también ambos deben ser admisibles a detentar cualquier dignidad, puesto y empleo público, sin más diferencia que la derivada de sus virtudes y talentos.

Agregaba la luchadora: así como “la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también el de subir a la Tribuna" y desde allí poder comunicar su pensamiento y opinión por ser “uno de los derechos más preciosos de la mujer”; así como las contribuciones de mujeres y hombres son iguales para mantener la fuerza pública y los gastos administrativos, de la misma manera la mujer debe “participar en la distribución de los puestos, empleos, cargos, dignidades y otras actividades”, por lo que toda ciudadana podría aprobar solo la imposición de las contribuciones cuando su reparto fuera igual entre ambos sexos, teniendo el derecho de pedir cuentas a todo agente público. De lo contrario, asentaba en su declaratoria de derechos para mujeres y ciudadanas: la Constitución sería nula si “la mayoría de los individuos que componen la Nación” no hubiera cooperado en su redacción

El 3 de noviembre de 1793, la valiente Marie Goze fue guillotinada tras un juicio sumario, sin defensa. 150 años transcurrieron para que Francia otorgara la ciudadanía a las mujeres.

Hoy, 8 de marzo, la sociedad dedica este día a la mujer, pero la realidad es que la lucha femenina por alcanzar la igualdad, lejos de terminar, se ha vuelto más radical: la violencia entre los sexos se agudiza día con día. Pocos ceden y casi nadie recuerda a Goze. Sin embargo, cada vez que un ser sensible escucha su voz y la hace suya, el espíritu de la occitana revive porque su verdad es universal.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli


7 de mayo de 1748: en la Occitania francesa, la joven montalbanesa Anna-Olympe, esposa del boucher Gouze, ha dado a luz a una niña: Marie Gouze, a quien la historia contemporánea habrá de conocer por su pseudónimo, Olympe de Gouges. La gran escritora que habría de ser fuente de inspiración para los revolucionarios franceses, en particular girondinos, a través de sus ensayos y panfletos políticos. La detractora que acudió al teatro para condenar por primera vez la esclavitud de los negros, para denunciar los “peligros de los prejuicios”, hablar de la mujer misántropa, de la necesidad del divorcio, de la dicotomía aristócratas-demócratas. La directora del periódico L’Impacient desde el que combatió a sus calumniadores. La activista que posicionó a la mujer como centro y motor del cambio social y a quien debemos la “Declaración de los Derechos de las Mujeres y las Ciudadanas” (1791).

Marie, la mujer de ardua vida que fue producto de la relación entre su madre y Jean-Jacques Lefranc, marqués de Pompignan, el dueño del castillo de Montauban -la primera bastida militar de la historia en la que el protestantismo y luego los hugonotes encontraron fértil campo para desarrollarse-. Noble que pertenecía a una familia de larga tradición jurídica; bibliófilo, poeta y dramaturgo que amaba el arte, la música, la arqueología y la naturaleza, como lo evidenció al introducir el paisajismo en sus jardines. Un hombre de gran cultura, ilustrado, a tal grado que llegó ser el “enemigo” de Voltaire en la Academia Francesa, y de quien Marie no heredó título alguno, pero sí su marcada vocación humanista.

La diferencia entre ambos fue que mientras él legitimó al poder absoluto, ella fue una mente ilustrada, revolucionaria, abolicionista, sufragista y pionera de los derechos de la mujer. Por eso, cuando la joven llega a Paris, habrá de exclamar como Olympe de Gouges: “Mujeres, despertad. El arrebato de la razón se hace oír en todo el universo. Reconoced vuestros derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios, fanatismo, superstición y mentiras. … ¡Oh mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas?... está en vuestras manos liberaros a vosotras mismas, solamente tenéis que desearlo”. En cambio, al hombre advierte: “¿eres capaz de ser justo? Una mujer te hace esta pregunta, al menos no le quitarás ese derecho. Dime, ¿quién te ha dado imperio soberano para oprimir a mi sexo? ¿Tu fuerza? ¿Tus talentos?”.

Y es que para Olympe, la igualdad entre sexos y razas era un elemento esencial, tanto de la vida social como de la naturaleza, en la que todas sus partes “cooperan en armoniosa unión”, dado que la igualdad no es elemento privativo de los hombres. De ahí que al considerar que la ignorancia, el olvido y el desprecio de los derechos de la mujer eran “las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de los gobiernos”, era imprescindible declarar, solemnemente, los “derechos naturales, inalienables y sagrados de la mujer”, entre otros: nacer libre, permanecer igual al hombre en derechos que por naturaleza son imprescriptibles como la libertad, propiedad, seguridad y resistencia a la opresión. Ahora bien, siendo iguales mujeres y hombres ante la ley -como lo son ciudadanas y ciudadanos-, los dos deben obedecer invariablemente a la ley, pero también ambos deben ser admisibles a detentar cualquier dignidad, puesto y empleo público, sin más diferencia que la derivada de sus virtudes y talentos.

Agregaba la luchadora: así como “la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también el de subir a la Tribuna" y desde allí poder comunicar su pensamiento y opinión por ser “uno de los derechos más preciosos de la mujer”; así como las contribuciones de mujeres y hombres son iguales para mantener la fuerza pública y los gastos administrativos, de la misma manera la mujer debe “participar en la distribución de los puestos, empleos, cargos, dignidades y otras actividades”, por lo que toda ciudadana podría aprobar solo la imposición de las contribuciones cuando su reparto fuera igual entre ambos sexos, teniendo el derecho de pedir cuentas a todo agente público. De lo contrario, asentaba en su declaratoria de derechos para mujeres y ciudadanas: la Constitución sería nula si “la mayoría de los individuos que componen la Nación” no hubiera cooperado en su redacción

El 3 de noviembre de 1793, la valiente Marie Goze fue guillotinada tras un juicio sumario, sin defensa. 150 años transcurrieron para que Francia otorgara la ciudadanía a las mujeres.

Hoy, 8 de marzo, la sociedad dedica este día a la mujer, pero la realidad es que la lucha femenina por alcanzar la igualdad, lejos de terminar, se ha vuelto más radical: la violencia entre los sexos se agudiza día con día. Pocos ceden y casi nadie recuerda a Goze. Sin embargo, cada vez que un ser sensible escucha su voz y la hace suya, el espíritu de la occitana revive porque su verdad es universal.


bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli