/ lunes 25 de noviembre de 2019

ENCUENTRO MUSICAL

Si las cosas que valen la pena fueran fáciles, cualquiera las haría. Así reza un dicho y no hay mejor ejemplo que el proyecto que se denominó Flashmob, mismo que se llevó a cabo este domingo 24 de noviembre en la explanada del Jardín Principal de Irapuato, con motivo del cierre del Festival de Jazz en su XVIII edición.

La concurrencia pudo apreciar un espectáculo sin precedentes, pues más de 200 músicos interpretaron la conocida canción “We are the champions” de la legendaria banda Queen, sin embargo, no simplemente fue esto una copia de una canción ya hecha, sino que se realizó un arreglo específico para cada agrupación y solista participante, permitiendo que aunque se tratara de un tema que encaja en un género, cada sección luciera su estilo, tanto en lo particular como en conjunto con el magno ensamble.

Un viaje que inició con sensacionales improvisaciones vocales en perfecta armonía que creaban expectación al sonar casi al desnudo, únicamente acompañadas de tenues acordes de piano. Posteriormente, una trompeta hizo su entrada, seguida del ritmo a cargo de múltiples baterías que revelaron en ese momento la intensidad rítmica que prevalecería a lo largo de la pieza. Luego de unos emotivos compases, en los que voces, pianos, baterías, guitarras y bajos eléctricos, entonaran este clásico del rock, un par de orquestas adentraron a la audiencia en un pasaje clásico que dio un giro al género, demostrando así la universalidad de la música con una armonía instrumental que complementaba de manera única a esta obra. Y nada más inesperado que el contraste que proporcionara la entrada de instrumentos totalmente electrónicos con voces con un dejo robótico que darían pauta a la fusión ahora de todos los instrumentos junto con los coros que se iban sumando poco a poco, de cantantes jóvenes, adultos y niños, todos con el mayor entusiasmo y la mejor energía. En un giro acústico, al puro ritmo de guitarras, se integró el canto estilo rondalla junto con un requinto creciendo así la variedad de estilos. En un derroche de virtuosismo, sonaron diversos solos para culminar éstos con la participación del jazzista canadiense, Steve Koven, quien impresionó con su habilidad única en los teclados.

De igual manera, una muestra de ritmo con tintes de folklor daba muestra de la variedad que caracterizaba a esta composición. También se permitió la participación del público en un coro que se entonaba al unísono, anunciando que el final estaba cerca, el cual resultó en una maravillosa unión de cada cuerda, tecla, percusión, aliento y voz.

Y todo esto sólo podría haber sido posible con la dirección y genialidad de Salvador Jiménez Almaraz, pues en escena fue tangible el resultado, pero detrás de ello hubo un gran esfuerzo, principalmente de Chava, con pocos tiempos de sueño, largas jornadas de ensayos, creación de pistas de guía, dedicación para componer las partes de cada músico, realización de partituras, acomodo estratégico del escenario, y estoica resistencia de horas bajo el sol, así como una perfecta dirección.

Tampoco hubiese sido posible sin el compromiso y dedicación de cada grupo e integrante, que con entusiasmo estudió su parte y entregó todo de sí para este proyecto.

Definitivamente cada año el Instituto Municipal de Cultura, Arte y Recreación, se supera a sí mismo en este festival, ya icónico dede Irapuato, que con la dirección de Atala Solorio Abreu, seguramente seguirá siendo el mejor.

Un honor haber sido parte de este proyecto.

Si las cosas que valen la pena fueran fáciles, cualquiera las haría. Así reza un dicho y no hay mejor ejemplo que el proyecto que se denominó Flashmob, mismo que se llevó a cabo este domingo 24 de noviembre en la explanada del Jardín Principal de Irapuato, con motivo del cierre del Festival de Jazz en su XVIII edición.

La concurrencia pudo apreciar un espectáculo sin precedentes, pues más de 200 músicos interpretaron la conocida canción “We are the champions” de la legendaria banda Queen, sin embargo, no simplemente fue esto una copia de una canción ya hecha, sino que se realizó un arreglo específico para cada agrupación y solista participante, permitiendo que aunque se tratara de un tema que encaja en un género, cada sección luciera su estilo, tanto en lo particular como en conjunto con el magno ensamble.

Un viaje que inició con sensacionales improvisaciones vocales en perfecta armonía que creaban expectación al sonar casi al desnudo, únicamente acompañadas de tenues acordes de piano. Posteriormente, una trompeta hizo su entrada, seguida del ritmo a cargo de múltiples baterías que revelaron en ese momento la intensidad rítmica que prevalecería a lo largo de la pieza. Luego de unos emotivos compases, en los que voces, pianos, baterías, guitarras y bajos eléctricos, entonaran este clásico del rock, un par de orquestas adentraron a la audiencia en un pasaje clásico que dio un giro al género, demostrando así la universalidad de la música con una armonía instrumental que complementaba de manera única a esta obra. Y nada más inesperado que el contraste que proporcionara la entrada de instrumentos totalmente electrónicos con voces con un dejo robótico que darían pauta a la fusión ahora de todos los instrumentos junto con los coros que se iban sumando poco a poco, de cantantes jóvenes, adultos y niños, todos con el mayor entusiasmo y la mejor energía. En un giro acústico, al puro ritmo de guitarras, se integró el canto estilo rondalla junto con un requinto creciendo así la variedad de estilos. En un derroche de virtuosismo, sonaron diversos solos para culminar éstos con la participación del jazzista canadiense, Steve Koven, quien impresionó con su habilidad única en los teclados.

De igual manera, una muestra de ritmo con tintes de folklor daba muestra de la variedad que caracterizaba a esta composición. También se permitió la participación del público en un coro que se entonaba al unísono, anunciando que el final estaba cerca, el cual resultó en una maravillosa unión de cada cuerda, tecla, percusión, aliento y voz.

Y todo esto sólo podría haber sido posible con la dirección y genialidad de Salvador Jiménez Almaraz, pues en escena fue tangible el resultado, pero detrás de ello hubo un gran esfuerzo, principalmente de Chava, con pocos tiempos de sueño, largas jornadas de ensayos, creación de pistas de guía, dedicación para componer las partes de cada músico, realización de partituras, acomodo estratégico del escenario, y estoica resistencia de horas bajo el sol, así como una perfecta dirección.

Tampoco hubiese sido posible sin el compromiso y dedicación de cada grupo e integrante, que con entusiasmo estudió su parte y entregó todo de sí para este proyecto.

Definitivamente cada año el Instituto Municipal de Cultura, Arte y Recreación, se supera a sí mismo en este festival, ya icónico dede Irapuato, que con la dirección de Atala Solorio Abreu, seguramente seguirá siendo el mejor.

Un honor haber sido parte de este proyecto.